Eduarda

Umbrales del tiempo

Aunque Eugenio Montes de Oca la llamase la Madame de Stael del Plata y el mismo Sarmiento admirase su perseverancia para acceder a su puesto de cronista (sólo disponible según el sanjuanino para "escogidos machos") hoy en día -a pesar de la exaltación feminista- pocos recuerdan a Eduarda Damasia Mansilla Ortiz de Rozas de García, la primera escritora argentina reconocida en el mundo.

Decían de Eduarda que ""el cielo y la naturaleza"" se habían reunido en su brillante personalidad, en su belleza y cultura. Descendía de familias de prosapia porteña, del general Mansilla, héroe de la Vuelta de Obligado, y de la hermana de Rosas, Agustina Ortiz de Rozas, una de las beldades de su tiempo.

Junto a su hermano Lucio recibió una educación esmerada en el seno de la familia más poderosa de Buenos Aires. Eduarda compartió su infancia y adolescencia con su prima Manuelita, ungida como la princesa de la Federación.

Si bien la indisciplina de Lucio los separó a temprana edad, cuando éste fue enviado al exterior, compartió con él ese afán literario que convertiría a los hermanos en figuras notables de la incipiente cultura argentina. Lucio promocionó y tradujo obras que su hermana había escrito en francés (Pablo, ou la vie dans les pampas), texto que concitó la atención y la crítica laudatoria de escritores de la talla de Víctor Hugo y Laboulage.

CON PSEUDONIMO

Sus primeras novelas fueron escritas bajo el pseudónimo de Daniel (El médico de San Luis, Creaciones y Lucía Miranda), obras que más tarde publicó con su nombre, después de esa perseverante lucha por ganarse una posición en el mundo cerrado de las mujeres. 

A pesar de sus diferencias políticas, Sarmiento mantuvo una excelente relación tanto con Lucio Victorio (el promotor a la presidencia del sanjuanino) como con Eduarda, con quien mantuvo una extensa relación epistolar y prologó el libro de su autoría, Cuentos.

Eduarda fue protagonista de un acontecimiento romántico que, podría decirse, marcó el final de un antagonismo en la sociedad porteña. En 1855 se casó con el diplomático Manuel Rafael García, hijo de Manuel García (aquel del fin inesperado de la guerra con el Brasil). 

Ambas familias pertenecían a las antípodas políticas (García había sido un leal opositor a Rosas) fueron vencidas por el amor de estos jóvenes, una historia que remeda el drama de los amantes de Verona. Eduarda se convirtió en una Julieta porteña, aunque a diferencia de ésta, la unión de estas familias fue el símbolo de una reconciliación nacional.

MUJER DE MUNDO

Además de escritora de novelas y cuentos infantiles, cronista en distintos medios, música destacada (alumna de Charles Gounod, y Jules Massenet) Eduarda conoció el mundo, codeándose con la intelectualidad francesa, la familia imperial de Napoleón III y Eugenia Montijo (amiga de su padre), el presidente Ulises Grant (que le regaló su retrato) y la célebre Sisí de Baviera.

Su deceso en 1892, cinco años después de la de su marido (del que se había separado), fue sentido por la sociedad porteña que asistió compungida a su sepelio en el Cementerio de la Recoleta. Eduarda sólo tenía 54 años.

Aunque insistió en que su obra musical fuese destruida, este deseo no fue respetado por sus descendientes, que de esta forma preservaron la producción de nuestra primera compositora.