En el Colón, junto a la Orchestre de la Suisse Romande

Nelson Goerner, cada vez más alto

Debussy: Preludio a la Siesta de un Fauno; Ravel: Concierto para piano y orquesta, en sol mayor; Brahms: Sinfonía Nø 3, en fa mayor, opus 90. Por Nelson Goerner, piano, y la Orquesta de la Suisse Romande (dir.: Jonathan Nott). El lunes 7, en el teatro Colón.

Siempre en el Colón, el Mozarteum Argentino, en su segunda función de abono, ofreció el lunes un concierto desde ya atrayente, pero extraño en cuanto sus dos secciones mostraron méritos por cierto desparejos. 

Con el concurso de Nelson Goerner y conducida por su titular, Jonathan Nott, se presentó en la ocasión, nuevamente en nuestro medio, la Orchestre de la Suisse Romande (Lausanne, Vaud, Neuchatel, Valais, Genve: es la zona de cantones de habla francesa). Y si bien la primera parte de la velada exhibió un nivel de incuestionable excelencia, dicho rango decayó notoriamente y se tornó en verdad insustancial en la porción restante.

ARTISTA EN ASCENSO
La función se inició con una exquisita traducción del "Prélude ˆ l"aprs midi d"un faune", de Debussy, en cuyo transcurso la agrupación puso en evidencia texturas claras, bien ensambladas y flexibilidad natural en el desenvolvimiento de un discurso etéreo, todo en el marco de un cromatismo impresionista envolvente.
Seguidamente, y en lo que fue sin duda el punto más alto de la noche, Goerner abordó el "Concierto en sol mayor", de Ravel, y lo hizo, se lo debe decir, con deslumbrante categoría.
En efecto, en el contexto de esta pieza de brillante riqueza tímbrica y armónica, el tecladista sampedrino (de trascendente actuación internacional) lució toque preciso y diáfano, fraseo meditado, trémolos de fina delicadeza. Partitura técnicamente ardua por sus dificultades rítmicas y métricas, nuestro compatriota brindó una versión del adagio de extraordinaria belleza, de sello nocturno-elegíaco con sus sutiles juegos de seisillos. 
En el presto, la velocidad vertiginosa de escalas y ostinati de inigualable transparencia y seguridad de pulsación, causó impacto en un auditorio entusiasta, que reclamó bises: el "Nocturno" opus póstumo de Chopin, volcado con intenso y expresivo fraseo en un esquema de sonoridades leves, delicadas, y "Triana", de la Suite Iberia, de Albéniz.

BRAHMS, DESLEIDO
Cabe remarcar que el enfoque conceptual del solista y del maestro acerca del trabajo del compositor vasco fue absolutamente coincidente, y que inmerso en esa suerte de batería pirotécnica, de resplandecientes reverberaciones, el lenguaje orquestal, de muy bien estructurada elaboración, se mantuvo invariablemente dentro de moldes de absoluto control y equilibrio.
Las cosas dieron un vuelco radical en la segunda parte. Porque el conductor británico, separándose de la escuela y tradición brahmsiana, brindó una edición de la Tercera carente de tensiones, de sello por completo propio, sumamente personal. Desde luego que la creación del músico hamburgués, con sus fuertes y vitales rasgos germánicos, no parece la elección más apropiada para un director británico al frente de un conjunto suizo-galo. 
Lo cierto es que Nott, sin perjuicio de su relativo vuelo y sutilezas de articulación, encaró esta magna, si se quiere arquetípica Sinfonía con parsimoniosa lentitud, blandura de acentuaciones y general falta de fuego. A lo largo de una búsqueda de matices singulares y claroscuros para nada lograda, el andante, fuera de estilo, resultó muy estirado. El poco allegretto llegó incluso al edulcoramiento, y sólo el allegro final mostró por momentos mejor convicción expresiva.
En cuanto al trabajo de la Suisse Romande, orquesta legendaria de obligada vinculación con Ernest Ansermet, bien puede afirmarse que se trata de un conjunto de alta y pareja calidad en todas sus familias, ajustada, de acordes y ataques netos y hermoso sonido, en cuyo orgánico sería injusto distinguir algún segmento, sin perjuicio de señalar la esbelta, cálida redondez de los cornos.

Calificación: Muy bueno