Crónica de una escuela vacía
Una de las peores cosas que pueden ocurrirle a un país es que sus aulas estén cerradas porque también estará cerrado su futuro.
Es diferente el silencio de una catedral vacía que el de una escuela. En la primera es el tiempo detenido, es la historia que está en cada piedra, en cada silueta estática puesta sobre pedestales, es la memoria de otros tiempos. Una escuela vacía es otra cosa. Es la educación detenida; es un síntoma de que algo anda mal, es tiempo perdido que será casi imposible recuperar.
No hay bullicio, ni griterío a la hora del recreo; las aulas están silenciosas y los bancos parecen extrañar a sus inquietos habitantes. El pizarrón no tiene ni letras ni números; la tiza descansa de su maravilloso papel de dibujante de lo nuevo, de lo que hay aprender.
El timbre no suena separando los tiempos entre el deber y el jugar y ni siquiera la bandera se enseña arriba del mástil como un símbolo de "escuela ocupada por chicos aprendiendo".
Una escuela cerrada también es el afuera. Son los niños que llevan once días sin poder entrar, sin haber comenzado a caminar por esos tan cacareados 180 días de clases. Miles de esos alumnos sin ejercer, forman parte de los habitantes de las zonas marginales y en estos días, en lugar del aula, andan por la calle, andan sin educarse y en manos del peligro que acecha en su entorno. Si uno solo de esos chicos, en estos días, es tentado con la frase "dale, fumate un paco, vas a ver qué bueno que es" y empieza, esa vida quedará colgada de la conciencia de quienes hoy tienen las escuelas vacías.
Porque allí se los contiene, se los saca muchas horas de la calle, además de lo que deberían aprender.
La escuela es también como una embajada de la vida donde muchos buscan asilo para escapar del horror de una historia cargada de miserias.
Ahora cerramos las "embajadas" por la mezquindad, la politiquería barata, la negación incomprensible de primero abrir las aulas y después negociar lo que se tenga que negociar. Alguien puede suponer que tener a casi cuatro millones de alumnos sin ir a clase puede ser un instrumento de presión para conseguir lo que se quiere, ignorando que el daño producido es irreparable. Tal vez porque quienes mantienen las aulas vacías tampoco sean dignos de ponerse frente a un puñado de chicos para enseñarles y educarlos como estos tiempos mandan.
Los chicos no entienden de lucha salarial, ni de paritarias, ni de conciliaciones obligatorias, ellos quieren volver a sus aulas a ver a sus compañeros y si fuera posible aprender un poco de todo.
Una escuela vacía es un símbolo del "hacia dónde vamos" y un llamado de atención para un país que ha perdido definitivamente se tradición educativa.
Se hacen huelgas para perjudicar a tal o cual político; se hacen huelgas "por adhesión" a los compañeros que no arreglaron; se hacen huelgas y se explican en tono desafiante como el de una dirigente que llena de petulancia, arrogancia, aspereza y estupidez dijo "No vamos a parar de luchar. La educación no es un derecho esencial. La Provincia va a estar en conflicto todo el año".
O sea que ya lo saben, ya lo tienen previsto. O sea que no es solo una cuestión de salario, hay otras consignas que cumplir. Vaya precio que están pagando casi cuatro millones de niños bonaerenses por estas cosas.
Las puertas seguirán cerradas y adentro el silencio espera que lo rompan otra vez las voces chillonas y alegres. Cada día que esas puertas siguen cerradas es un día que estos chicos se pierden de crecer, de saber un poco más, de empezar a entender esto de la vida que los adultos hacemos tan difícil.
A la escuela muchos chicos van a buscar alimento, en muchos casos el único que tienen en el día, tal vez ellos deberían convocar a las paritarias del plato de comida a ver si pueden negociar con alguien de los que los están obligando a una huelga de hambre que no quieren hacer.
Un educador español dijo no hace muchos años que hay una relación directa que puede definirse con esta ecuación: "Aulas llenas, cárceles vacías". Así que ya saben, a construir cárceles, a lo mejor hay docentes más preparados para levantar paredes que tizas y más políticos a poner rejaaas en ventanas que a entender un problema grave.
Unos proponen y otros se niegan sistemáticamente. Curioso que ahora se discuta por monedas porque el grueso ya lo consiguieron, porque no abren las escuelas y siguen negociando las monedas.
Alumnos sin clases, una imagen que tiene que asustarnos, que muestra que se nos va el futuro, que no nos queremos dar cuenta del daño irreparable que estamos haciendo cada día en que las escuelas estén cerradas.
Nadie golpéa la puerta de la Dirección para decir "me mandó la maestra", nadie forma fila en el patio, nadie se apiña rumbo a la puerta con la urgencia de timbre de salida.
Los responsables de esto hacen marchas, organizan conferencias de prensa, salen en los medios y niegan - porque en eso sí que se tienen aprendido el discurso - que los alumnos sean sus rehenes para negociar. Saben qué, sí, son sus rehenes porque de lo contrario estarían cada día sentados a la mesa de negociación pero después que terminan las clases.
Una escuela vacía es un crimen, un atentado a la libertad de enseñanza, un insulto a los que tienen el derecho constitucional de aprender.
Un aula repleta de niños que están educándose es una apuesta ganadora para mañana, es un símbolo de que el país está vivo y quiere superarse.
No hay nadie en el patio para cantar el Himno, ni nadie para hacer la prueba de matemáticas, ni nadie para entregar la composición tema "Mi familia". No hay nadie que llore porque la adaptación le cuesta, ni nadie que pida permiso para ir al baño. Una escuela vacía es una postal triste.
Qué suerte tienen otros chicos cuyas escuelas están abiertas porque hubo reflexión y entendimiento. Pero a estos 3.700.000 los condenaron por una cuestión difícil de entender, no querer dialogar, no saber negociar sin presión, sin rehenes, sin meter miedo.
Una escuela vacía es un libro sin palabras, un cuadro sin colores, una foto en negativo, una canción muda, una esperanza destruida y un mañana al que le apagaron la luz que iluminaba el porvenir.
¡Hagan lo que quieran!, pero no a este precio, que no sean ellos, los alumnos, los que tengan que pagar los intereses de sus deudas. Reflexionen, piensan en el daño terrible que están causando; piensen en el paco, en el hambre, en el tiempo perdido. Sean nobles si lo que tienen es vocación (¿o ya no existe?) y tengan en cuenta que por su propia honestidad, el guardapolvo no se mancha.
AJB