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Cerebros tomados (IV)

"El cerebro de un adolescente está neurológicamente inmaduro." D. Gross - EE.UU. Neurólogo dedicado a las adicciones. 

Existen ciertos mitos sobre las drogas que inundan la conciencia colectiva. En todas las conferencias y discusiones a las que asisto observo lo siguiente: en primer lugar, para mucha gente es inevitable que nuestros adolescentes consuman drogas y alcohol. Esta imprevisibilidad estaría basada en que es un rito en esta etapa el consumir; casi como pauta normativa del crecimiento. Se ha "normalizado" y naturalizado como un pasaje evolutivo el consumir sustancias (alcohol y drogas ilegales).

Latentemente se observa una aceptación social del consumo como un hecho que no se puede eludir. Observo aquí dos deserciones; la primera como padres y adultos, renunciando a una función educativa de orientación y de límites en el crecimiento de los jóvenes. Nominalmente son padres, pero efectivamente se sienten limitados para actuar.

En segundo lugar la deserción como ciudadanos, ya que un consumo extendido (como el de hoy) de todo tipo de sustancias debería implicar una acción resuelta en la comunidad y en todos los sectores en donde participamos, ya sea en el trabajo, escuela, partido político, etcétera. Somos cómplices en la transmutación y disloque de valores que las drogas promueven en los seres humanos y especialmente en los jóvenes.

No hay adolescencia sana (no exenta de conflictos, precisamente porque es un adolescente) sin transmisión de valores. De lo contrario el adolescente queda modelado por la cultura de la propaganda que confunde valor con precio, y donde el engaño y la seducción es la norma.

Otra mitología es el siguiente dicho habitual: "... Son los conflictos psicológicos de la adolescencia los que llevan a las drogas... ya se le va a pasar...". Se ignora la especial vulnerabilidad de este etapa. Una de las vulnerabilidades esenciales es la cerebral.

Hasta los 25 años el sistema nervioso no termina de completarse en sus maravillosas redes de neuronas y enlaces químicos y eléctricos. Usar alcohol y drogas en la adolescencia obstaculiza el desarrollo del cerebro, lo detiene y lo daña. Un adolescente que consume bloquea sus capacidades de aprendizaje. No puede estudiar sencillamente porque baja su atención, disminuye la capacidad de concentración, pierde memoria y al no poder atender ni memorizar su motricidad se acelera, no puede retener contenidos y empieza a tener problemas de conducta derivados de su aceleración e irritabilidad.

La adolescencia es la etapa clave de maduración del cerebro. Las drogas, así, hipotecan la libertad del ser humano. El tercer mito que surge con la virtud de una creencia compartida es que la marihuana no es adictiva y que es una droga segura de recreación. También se dice que la privación del consumo de esta sustancia no genera abstinencia. Esta mitología de la marihuana no se sustenta en ninguna evidencia clínica.

Nuestros consultorios están llenos de pacientes que no pueden sustraerse a la compulsión, y además está probada su relación con otras drogas. Prácticamente ningún paciente sólo consume marihuana. Alcohol u otras drogas acompañan habitualmente esta situación adictiva. Como otras sustancias, la marihuana genera un cambio en el sistema de recompensa cerebral (donde están los marcadores subjetivos del placer), y la apatía, la falta de motivación y alteraciones en el aprendizaje escolar acompañan los trastornos de este adolescente. En situaciones más serias aparecen cuadros psiquiátricos de pérdida del sentido de realidad, similares en algunos aspectos a los cuadros esquizofrénicos.

Estos tres mitos están instalados. Lo singular es que renunciamos a orientar a nuestros jóvenes. La crisis educativa es quizás la primera crisis, porque el adolescente se queda sin valores, pues nadie se los transmite.

Donde hay drogas no puede haber crecimiento sano, pero porque tampoco se transmitieron valores sobre lo que hace bien o hace mal.

En muchos casos hay confusión acerca de lo que necesitamos transmitir y se instala la cultura del "todo vale", con lo cual nada vale. El adulto, así, se transforma en cómplice de un adolescente en crisis.

 

* Director del Instituto de Prevención de la Drogadependencia - Universidad del Salvador.