Todos los 2 de noviembre queremos honrar a los hombres y mujeres que a lo largo de la historia dieron su vida por la Patria, a través del cumplimiento del deber militar siguiendo el juramento de fidelidad a la bandera.
Decíamos recientemente en un artículo publicado en La Prensa (12-10-2022): "Las raíces de un pueblo están en suelo de la Patria y en la Historia de aquellos que hicieron de esa tierra una Patria. Las raíces de un pueblo están en la tradición, es decir en aquello que se transmite: en la Fe, en la lengua, en el heroísmo del pasado, en el esfuerzo en el trabajo, en todas aquellas cosas que nos marcan y nos distinguen con características propias y nos hacen ocupar un lugar propio en el concierto de las naciones. ¿Qué pasa si un árbol no tiene una tierra donde clavar sus raíces y no tiene agua que lo alimente? El árbol se seca, queda como una plantita raquítica. Lo mismo le pasa a la Nación que se desentiende, rechaza, olvida o niega sus raíces".
Nosotros recibimos esta herencia de honrar a nuestros muertos.
Desde Grecia Antigua conocemos que todas las historias y leyendas sobre los dioses y héroes griegos moldeaban la forma de pensar de un pueblo que basaba buena parte de sus rituales y cultos a su religión. La devoción era tal que solo los cuerpos de los héroes y de las grandes personalidades se enterraban en el núcleo de las poblaciones. Cuando el alma abandonaba el cuerpo, viajaba hasta un lugar en el que se separaba a los espíritus justos de los injustos, mientras que el cuerpo se quedaba en la tierra, ya fuese enterrado o incinerado en una pira, merced a su muerte física. Esas leyendas de héroes y dioses tenían siempre espacio para la muerte. Una muerte que podía ser conceptuada como algo épico acontecido en el fragor de la batalla, y que se vinculaba al mundo terrenal de la ciudadanía griega en el temor a esa oscuridad que llegaba tras la vida. Considerar a la muerte una extensión más de la vida no disminuía la incertidumbre existente respecto al famoso `después': más allá de la vida esperaba el reino de Hades, dios de la muerte en la mitología de la antigua Grecia.
`DULCE Y HONORABLE'
"Dulce et decorum est pro patria mori" es una frase muy utilizada en la Roma Antigua que proviene de un poema lírico escrito por el poeta Horacio. Se traduce al español como: "Dulce y honorable es morir por la patria".
La presencia de hombres capaces de ofrendar sus vidas en pos de la seguridad y el bienestar común de la Patria enriquecen la historia con hechos que demuestran excesivo valor y una desinteresada entrega del más excelso don otorgado por Dios, cual es la vida.
En función de esa educación virtuosa recibida por nuestros grandes próceres podemos aprender de los ejemplos de los hombres y mujeres que dieron su vida por la Patria, en una entrega generosa de lucidez y coraje.
Arrojo frente a la timidez o cobardía, hace obrar al hombre en los momentos del combate por el valor, ejemplo de ello da prueba el General Manuel Belgrano en reiteradas oportunidades en la dura Campaña al Paraguay de 1810-1811. En el combate de Tacuarí, ante la situación desfavorable porque el enemigo tenia amplia superioridad numérica, el Líder se puso al frente de sus hombres, desenvaino su espada para encabezar la carga.
Belgrano, comento a uno de sus hombres "Aun confío que se nos ha de abrir un camino que nos saque con honor de este apuro; y de no, al fin lo mismo es morir de 40 años que de 60".
Dando claro ejemplo de la entrega de su vida por la Patria, si fuere menester.
Con el mismo fuego y la misma pasión el General Martin Miguel de Güemes nos va a dar otro ejemplo virtuoso de patriotismo. En 1820, en carta a Bernardo de O'Higgins, escribió: "Todo me falta, es verdad, porque nada he conseguido de las Provincias Unidas...Me he arrastrado a la pobreza y socorridas mis divisiones con un chiripá de picote y una jerga por vestuario, ha desfilado ayer la primera y van a seguir las otras, llevando sí grabado el lema 'Morir por la patria es gloria'".
"El 7 de junio de aquel año, José María Valdés, "Barbarucho", el lugarteniente del general Olañeta, cayó por sorpresa sobre la ciudad. Güemes, que se había refugiado en casa de Macacha, montó y abandonó precipitadamente el lugar, pero la partida que lo perseguía le disparó, acertándole un balazo en un muslo. Malherido, Güemes retornó a su campamento en Cañada de la Horqueta. Hasta allí llegaron emisarios de Olañeta para ofrecerle un armisticio. No era la primera vez que un jefe enemigo le ofrecía beneficios a cambio de que depusiera su actitud y facilitara el control de la indómita región. En su presencia, el moribundo mandó a reunir a sus oficiales, a quienes instruyó para que continuaran la lucha hasta las últimas consecuencias. La penosa agonía duró diez días; el 17 de junio, en medio de aquel monte salteño, expiró rodeado por sus hombres", nos relata Esteban Domina.
UNA PATRIA NUEVA
La sangre de aquellos que han muerto por la Patria tiene que ser la semilla de una Patria nueva. No podemos olvidar su espíritu. No podemos olvidar el coraje y la generosidad que fueron voluntarios al combate. Nunca olvidar su muerte, por más que nos quieran hacer olvidar del heroísmo, nos quieren hacer olvidar del sacrificio, nos quieren hacer olvidar de los ideales grandes, porque todo eso no les conviene. No les conviene a los cobardes, no les conviene a los traidores, no les conviene a los vendepatria, no les conviene a lo que pactan y tienden la mano con el enemigo no les conviene a los que quieren que la Argentina siga siendo una colonia en su territorio y en su alma, en su cultura y en su espíritu.
No les conviene el espíritu de Malvinas porque es espíritu de Patria, porque es espíritu de Dios, porque es espíritu de lucha, porque es espíritu de sacrificio. Y por eso quieren que nos olvidemos, pero nosotros no podemos olvidar.
Porque no podemos traicionar esa sangre derramada, porque no podemos traicionar y olvidar el sacrificio de los que fueron nuestros que hermanos, nuestros amigos, nuestros camaradas en la lucha. Porque no podemos permitir que esa sangre se haya derramado inútilmente. Es semilla de una Patria futura, de una Patria que costará tal vez más sangre, más sacrificio y muchos años de lucha. Tenemos que llevar en nuestra alma, en nuestro corazón, en nuestra esperanza, en nuestra oración como un deseo, como un anhelo que no podemos traicionar.
Se suele decir que "Un soldado muere dos veces, una es cuando muere defendiendo sus ideales y otro cuando es olvidado".
Hace tiempo me contaron una historia que vivió alguno de los heroicos combatientes en las Malvinas, quien respondía al deseo de alguna autoridad nacional que visitó una brigada y que quería conversar o ver algún ex combatiente, con estas palabras: ``Señor..., aquí no hay ex combatientes porque las Malvinas siguen estando en poder de Inglaterra''.
Guardemos en nuestro corazón esas palabras, frente a la injusticia que permanece, frente a la violación de nuestros derechos que permanece, frente a la mentira que permanece, frente a la traición que permanece, aquí no puede haber ex combatientes. Todos nosotros tenemos que seguir siendo combatientes, cada cual en el puesto en que Dios lo quiere, en la lucha para que esta Patria sea lo que Dios manda. Para que esta pobre Patria Argentina herida en su cuerpo y en su alma pueda un día llenarnos de orgullo, como de orgullo nos llenaron aquellos que por ella en esos días de 1982 hicieron cosas grandes, tan grandes que fueron capaces hasta de dar la vida; que como dice el Señor: ``Nadie ama más que aquél que es capaz de dar la vida por los suyos''. El martirio, es el acto supremo de la virtud de la Fortaleza, y al mismo tiempo, el acto más grande de la Caridad.
"Las sangre de los mártires y de los héroes es una victoria pendiente y por tanto un mandato".