Espectáculos
EN "ALASKA" DIANA SZEINBLUM Y SU EQUIPO VUELVEN A SORPRENDER CON UNA OBRA DE EXCELENTE ESTETICA
Una memoria escrita en el cuerpo
Ficha
"Alaska" teatro-danza. Idea y dirección: Diana Szeinblum. Creación coreográfica: Diana Szeinblum, Lucas Condro, Noelia Leonzio, Alejandra Ferreyra Ortiz Pablo Lugones. Música: Ulises Contin y Mariano Malamud. Iluminación: Gonzalo Córdova. Vestuario: Cecilia Alasia. Bailarines: Lucas Condro, Noelia Leonzio, Alejandra Ferreyra Ortiz y Pablo Lugones.
La coreógrafa Diana Szeinblum dice que Alaska "es un lugar que todos reconocemos, pero al que nadie nunca fue" por eso el título. La pregunta qué surge entonces es ¿con qué se asocia y qué sugiere la palabra Alaska?. Una posibilidad es asociarla con frío y con algo lejano, inhóspito y misterioso.
Parte de esos contenidos están puestos en función de esta excelente obra coreográfica del equipo que lidera la coreógrafa y bailarina Diana Szeinblum ("Secreto y Malibú", "34 metros", "A la hora de oro").
"Alaska" es una obra que muestra el árido paisaje de los cuerpos que almacenan memorias inconscientes, tal vez algo imperceptibles para la mirada de los otros, pero dolorosamente, gozosamente vivas en los intérpretes. A tal punto que los movimientos pueden transformarse en secuencias gestuales obsesivas, sugestivas y trascendentes.
En la pieza bailarines y músicos exploran su capacidad de resistencia física, creativa, biológica. Porque la obra exige y mucho, que se ponga en juego, que se explaye y exprese hacia afuera sensaciones, emociones interiores, tal vez difíciles de traducir si se intenta encontrar una historia, pero esa no es la intención.
SENTIR COMPLICE
Es una obra que pareciera pedirle, invitarlo al espectador a que cada uno haga suya la experiencia. De ese modo las piezas de ese "rompecabezas" de gestos, movimientos, espacios, quiebres y encastres, que van armando y desarmando los bailarines a lo largo de la misma, se convierte en cómplice de la propia memoria corporal, sensorial del espectador.
Cada parte de nuestro cuerpo parece almacenar, según "Alaska", una memoria que refiere al amor, la ternura, la violencia, la humillación, la complicidad y eso se traduce en un juego de cuerpos que se golpean, se enlazan, se atraen, se deslizan, o parecen ahogarse en secuencias de respiraciones agitadas.
Diana Szeinblum explora la danza desde el lugar de la abstración y de este modo la obra se convierte en un símbolo, en una metáfora de un tiempo y un espacio tan neutro y visceral, que resulta imposible eludir, porque golpea, sugiere, mimetiza y atrae al que la ve.
LOSA DE CEMENTO
"Alaska" se presenta en un extenso ámbito -habría que decir que en una losa de cemento-, con techos altísimos, paredes descascaradas, con un tapete gris claro en el piso, una mesa con café, agua y vasos en un costado y sillas, un piano y una consola de sonido y parlantes por otro. El clima es áspero, despojado y la atmósfera es la de un ensayo. Por eso a veces sobre el espacio central puede verse a un bailarín haciendo un solo de movimiento, o a una pareja, o a los cuatro intérpretes juntos.
Cada uno de los bailarines parece conformar una unidad y una pieza fundamental en relación a los otros; mientras en lo alto, sobre una extensa y vieja cañería se asoman o arrullan varias palomas, que despertadas con el sonido electrónico o percusivo del piano o el "chirriar" del violín o una melodía más agitada despiertan de su letargo.
La obra comienza con un bailarín sentado en una silla y un cartel en su pecho que dice: "estoy desesperado". Poco después comienza el despegue de cada uno de los intérpretes que parecen someterse a una especie de "lucha" sin sosiego con ellos mismos, con su cuerpo, su resistencia física, sus fantasmas. Eso es "Alaska", una pieza sólidamente construída, reflexiva y analítica que no lo intenta, pero a través de distintos "estados" físicos consigue convertirse en referente de una parte de la agitada memoria de la humanidad.
Juan Carlos Fontana