El 24 de septiembre se conmemora un nuevo aniversario de la Batalla de Tucumán, tal vez la más decisiva del proceso de independencia argentino y que reúne en la figura del general Manuel Belgrano, el carácter y la devoción de un pueblo.
Luego de su Campaña al Paraguay, Belgrano recibe la difícil misión de hacer resurgir a un derrotado ejército, que se encontraba en retirada desde el desastre de Huaqui en junio del 1811; sus órdenes le obligaban a una amplia retirada que dejaría a merced de los realistas las provincias norteñas; el éxodo jujeño marca el inicio de ese largo peregrinar hacia el sur, perseguidos y hostigados por doquier.
La causa de la independencia parece inclinada hacia las tropas del rey, reorganizar al ejército llevaría meses y abandonar estas tierras podría significar no regresar.
Sin embargo, el pueblo tucumano mostraría su carácter, a través de su gobernador Bernabé Araoz, al "proponer en forma determinante" a Belgrano su intención de no replegarse y presentar batalla, no solo colaborando con la organización logística y brindando todos los recursos solicitados, sino fundamentalmente ofreciendo a sus hijos como soldados; de esta forma, la causa surgida en el puerto de Buenos Aires, empezaba a tomar cuerpo en el norte, primero con el éxodo de los jujeños y ahora con la decisión de los tucumanos de organizarse para vencer o morir por la revolución.
Belgrano, más como político que como militar, entendió que había que pelear y si la suerte era esquiva moriría por la causa y en esos términos envió correspondencia al gobierno nacional.
CARA O CRUZ
El 24 de septiembre amaneció templado y todo estaba preparado, para jugarse a cara o cruz el destino de la revolución; el Ejército Grande acampaba en los Nogales, algunos kilómetros al norte de la ciudad y era conducido por Pio Tristán, un antiguo condiscípulo de Belgrano en los claustros de la Universidad de Salamanca.
El Ejército Patriota, formado en batalla, esperaba al norte de la ciudad, Belgrano inicia las acciones enviando al joven teniente Gregorio Araoz de Lamadrid, sobrino del gobernador, como avanzada de combate con la intención de hostigar el avance realista.
Pio Tristán, confiado en obtener la victoria, rodea la ciudad por la falda del cerro San Javier, con la intención de cortarle la retirada; una vez finalizada la maniobra, se ubicó en los manantiales al sur de la ciudad.
Belgrano advirtiendo la maniobra, cruzó por el medio del caserio dirigiéndose rápidamente al sur, un lugar que no había previsto para la batalla, ahora todo el pueblo estaba consternado y desorientado por los movimientos de tropas.
El calor ya se hacía sentir en esta época del año, y la quema de pastizales producida por Lamadrid para desorganizar a los realistas inundó de humo el ambiente.
El Ejército Patriota, luego de cambiar de posición se organizó como pudo en tres formaciones: en el centro la infantería, la caballería tucumana en el ala Oeste y el Batallón de Pardos y Morenos más otra formación de milicianos al Este.
Sin mucho preámbulo se abalanzaron al combate, el centro contuvo al esfuerzo principal de los realistas mientras que el ala este retrocedía desordenada, Belgrano que estaba en este sector creyó que la batalla estaba perdida, sin embargo la caballería tucumana arremetió por el oeste, avanzando incontenible hasta la retaguardia donde se encontraban las carretas y mulas que llevaban la logística, apoderándose del centro del campo de batalla; la confusión era total el ala este totalmente desorganizada, mientras que el ala oeste hacía estragos en el centro; asimismo todo impregnado por un ambiente de humo, sumado a una manga de langosta que asolo el lugar.
Caía la noche y Belgrano arrastrado por la batalla había terminado en un paraje al este de la ciudad, trataba de organizar las escasas fuerzas y asumía que había sido derrotado, cuando apareció Balcarce con un piquete de caballería, que le anunciaba que si bien el ala Este había sucumbido, el centro y sobre todo la caballería tucumana habían derrotado a sus oponentes y ahora se encontraban dentro de la ciudad con las carretas logísticas y parte de la artillería, que hábilmente habían sustraído a los realistas.
LA DEVOCION DE UN PUEBLO
Lo que Clausewitz describiera como el azar propio de la guerra, la devoción de un pueblo creyente, lo identifico con un milagro de Nuestra Señora de la Merced, que era una de las principales devociones de la ciudad y justamente ese día se celebraba su fiesta patronal.
Pio Tristán todavía tenía fuerzas para asaltar la ciudad, sin embargo había tenido numerosas bajas y lo más grave era su falta de logística, esa noche pasaron en vela frente a la ciudad atendiendo los heridos y reorganizándose. Ahora la ciudad completa estaba alistándose para la defensa. Con las primeras luces del día 26 de septiembre, el Ejército Realista comenzó su retirada a Salta.
Belgrano, consternado por el desenlace del combate, organizó una procesión y le ofreció el bastón de mando a la virgen, que desde entonces ostenta el grado de generala del Ejército Argentino.
La causa patriota había obtenido así, su primera gran victoria, la suerte había sido favorable a los criollos, este fue el límite que nunca más pudieron sobrepasar las tropas del rey.
Fue una batalla, que más allá de sus enseñanzas tácticas, dejó entrever la voluntad de vencer de un pueblo que tenía todas las de perder y jugó su destino a vencer o morir por la libertad.
* Teniente coronel de infantería. Magister en Historia Militar. Miembro del Instituto Argentino de Historia Militar.