Con un sospechoso sentido de la oportunidad el FMI habló por medio de su vocera en una conferencia de prensa –otro mecanismo burocrático poco técnico– sobre la economía nacional.
Una de sus afirmaciones fue que la economía comenzará a crecer a partir del segundo semestre. Buena noticia, aunque no la haya fundamentado. Imposible no preguntarse si se trata de una opinión medulosa de los imaginados expertos economistas del ente, o si fue una afirmación complaciendo gentiles pedidos. Por las dudas habrá que tomarla con pinzas.
Luego la vocera pasó al sector consejos y opiniones, reiterando algunos de los comunicados del Fondo, que también pueden interpretarse como intentos de indicar lo que se debe hacer, suponiendo siempre que el organismo de crédito tiene el conocimiento y la autoridad técnica para hacerlo.
Sostuvo que la política monetaria deberá seguir evolucionando para anclar la inflación y las expectativas de inflación. Además de ser una perogrullada, la afirmación implica aferrarse al ancla cambiaria, concepto que está bastante discutido por un sector importante de economistas profesionales, posiblemente con una visión más amplia que la del organismo. O más académica.
Luego insistió en que la política cambiaria deberá volverse más flexible con el tiempo para salvaguardar una mayor mejora en la cobertura de reservas. Otra perogrullada, pero al mismo tiempo un indicador de que los supuestos expertos economistas del FMI creen en el concepto de juntar reservas para fijar un tipo de cambio a dedo y luego vender dólares a precio más barato que el mercado para sostener ese tipo de cambio decretado. Deficiencias de formación o de ideología, quizás.
Se trata de un viejo concepto proteccionista que siempre fracasa y termina en corridas cambiarias, nuevos millonarios en dólares que esquilman al Banco Central, perdedores y ganadores determinados por el gobierno y más endeudamiento e inflación. Es todo lo opuesto a un tipo de cambio libre y fijado por el mercado, no por una autoridad. Insiste así en su vieja receta, suponiendo que esta vez será exitosa, sin querer advertir que el concepto se contrapone a todo lo que aspira.
A continuación se despachó con otra obviedad, aunque solapadamente está abogando por la no dolarización (o ayudando al gobierno a explicar por qué no dolarizará, o a cambiar el significado de la palabrita). Entonces recurre a mencionar al mal llamado sistema de competencia de monedas que en su percepción “se aplicará una vez que se libere el cepo, a medida que las condiciones lo permitan”. ¡Aleluyah!
Por un lado, ratifica el ancla cambiaria, pero no habla ni de las retenciones, ni del impuesto país, ni de un mercado libre de cambios, es decir sin la intromisión estatal. No lo hace porque la idea central y limitada fondomonetarista es eliminar el déficit, no el gasto, y para ello los impuestos son una variable fundamental no sacrificable. Y porque la idea de un tipo de cambio totalmente libre le repugna. Por ejemplo, cuando habla de que en Uruguay existe ese sistema, que en definitiva es un sistema de libre contratación, omite que en el vecino el tipo de cambio surge de la oferta y demanda, no de lo que deciden los iluminados.
De nada vale aplicar un sistema de competencia de monedas, si el valor de las divisas es fijado a dedo por el Estado. El actual paupérrimo Código Civil permite la contratación en cualquier moneda, pero de inmediato lo desvirtúa al establecer que los compromisos en otras monedas se pueden cumplir con el equivalente en pesos “al valor de cotización oficial”. Por eso sólo es viable el sistema si el mercado es totalmente libre de toda intermediación, regulación o administración del Estado. De lo contrario es una frase, como la que dice la vocera.
Y en ese TOC de bajar el déficit y no el gasto, que repite desde siempre como un mantra, se alegra porque se llegó a un trimestre con superávit fiscal, sin preocuparse de cómo se logró y de la calidad del logro, como ha sido siempre su política y su recomendación en todo el mundo y en todos los casos.
Imposible también evitar preguntarle a la burócrata vocera si alguna vez se le ocurrió a su orga hacer este listado de recomendaciones a Alberto Fernández o a Sergio Massa, cuando destruían el bienestar, las finanzas, la moneda y el futuro del país sin respetar ningún parámetro válido en ninguna línea económica del mundo.
El punto más peligroso del vademécum de consejos-órdenes es cuando llega a su parte sensiblera y demagógica: “se debe mejorar la calidad del ajuste para mejorar tanto su durabilidad como su equidad”. Hasta ahí se trata de una aparente preocupación similar a la de los vecinos sensibles de Palermo, una concesión a la solidaridad.
Pero en vez de reclamar por la aprobación sin la deliberada emasculación de la Ley de Bases, que da por sancionada con mucho optimismo y poco fundamento, confiesa finalmente su tendenciosidad e ideología oculta al decir: “Esto significa mejorar específicamente la eficiencia y progresividad del sistema tributario”. Para ponerlo de un modo comprensible, el Fondo Monetario internacional propone, recomienda y espera lo mismo que el Frente Amplio uruguayo, el peronismo argentino, la izquierda española, la Unión Europea, el partido demócrata americano, la Doctrina Social de Francisco y la Agenda 2030 internacional: más impuestos confiscatorios sobre los patrimonios, los ahorros, cualquier manifestación de capital, y de modo progresivo, es decir con tasas más altas a medida que mayor sea el monto involucrado, ya que no le alcanza la simple proporcionalidad, de por sí progresiva.
Ese es el condicionamiento de hierro del FMI. Eso es lo que piensan sus economistas y sus mandantes. Es la primera vez que el banco de empeños internacional toma esta posición tan clara e inequívoca. Y aquí debe tener cuidado el Presidente. No se trata de un apoyo, se trata de un requisito y de una orden. De sabotear la ley de Bases aún más, a pesar de que se diga lo contrario.
Porque ese objetivo del Fondo Burócrata Internacional se opone frontalmente a la idea central original propuesta por Milei, ya suficientemente desvirtuada sin ayuda externa. Una medida como la bomba arrojada por la vocera ahuyenta instantáneamente la inversión, el crecimiento, el empleo y aún el invocado deseo de eliminar el déficit. Es exactamente lo que ocurrió cuando los inaceptables Máximo Kirchner y Carlos Heller atacaron a impuestazos los mismos objetivos: desapareció instantáneamente la poca inversión posible. Todo el sacrificio que se cree servirá para algo, terminará siendo inútil, de aceptarse la imposición.
También destroza el proyecto de blanqueo, la idea de reducción del gasto del estado, la seguridad jurídica, la austeridad, la reducción de la burocracia en número, costo y capacidad paralizante, la seriedad y la honestidad. El Fondo se ha sincerado. Casi ni necesita ya de economistas. El Fondo es casta. Aunque el presidente no lo señale en sus reportajes.
Tradicionalmente se han cuestionado sus recomendaciones que eran en general sensatas, aunque siempre obvias. Ahora se lo puede cuestionar porque sus recomendaciones, o imposiciones, son una condena a corto plazo para cualquier plan de crecimiento, de seriedad económica y de futuro. Y, definitivamente, serían un peligro para el país si se adoptaran.
Más que la frase del título, copiada del nombre del fundamental libro de Hayek, se podría hablar de La fatal ignorancia de la burocracia, lisa y llanamente.