La historia de la humanidad es un ininterrumpido contrapunto entre las necesidades del individuo y las necesidades de la sociedad. Este contrapunto se refleja en la literatura sociopolítica actual, que presenta un debate muy extendido entre la visión individualista y la visión comunitarista. Ambas concepciones discuten sobre el eje central del liberalismo, que las antecede y posibilita. La visión que pugna por reforzar los caracteres del individualismo se aproxima a la recreación de utopías libertarias.
Por su parte, la defensa a ultranza del comunitarismo, hoy muy en boga, pone límites a los derechos individuales a favor de la preeminencia de los intereses de la sociedad. Este artículo se sitúa en una posición equilibrada, cuya búsqueda consciente desemboca en postular un humanismo a la altura del siglo XXI, que supere el conflicto entre individuo y sociedad y se mueva más allá del liberalismo.
Este humanismo se aleja de las utopías tradicionales y está profundamente afincado en la realidad posible, basada en el progreso moral y tecnológico que tendrá lugar en los próximos lustros.
CRECIMIENTO ESPIRITUAL
El crecimiento espiritual del hombre ha sido inversamente proporcional a su desapego de la ley natural, en una primera instancia, y a la progresiva recreación de su interioridad, en una segunda instancia, que llega hasta nuestros días. El progreso del hombre hacia sí mismo es uno y lo mismo que la lucha del individuo por diferenciarse de la muchedumbre. De esta manera, en un milenario proceso histórico de desgajamiento se fueron separando progresivamente en nuestros antepasados el mundo natural y el mundo social. El paso siguiente, en el que todavía estamos empeñados, fue la independencia, cada vez más acentuada, del individuo respecto de la sociedad.
En la antigua Grecia se sitúa el origen de la lucha consciente entre individuo y sociedad. En el siglo V a. C. sucedió una explosión de luz, un Big Bang de energía incontenible, cuyas consecuencias llegan hasta nuestros días. La historia de Grecia merece con sobrada justicia el apelativo de prodigiosa.
Ha dicho Jaeger, en su monumental estudio sobre la paideia griega, que la importancia universal de los griegos deriva de su nueva concepción de la posición del individuo en la sociedad. El creía con justa razón que los griegos se diferencian nítidamente sobre el fondo histórico del antiguo Oriente y que no hay contraste más agudo que el existente entre la conciencia individual del pueblo griego y el estilo de vida del Oriente pre-helénico
La comparación del modus vivendi de las sociedades-enjambre de Egipto con el individualismo griego es la mejor evidencia de que los milagros históricos existen.
Desde Sócrates en adelante, el problema que ha aquejado a todos los humanismos, ha sido la indisponibilidad de facilidades culturales y técnicas para su exitosa materialización en la sociedad. No estaban en condiciones de armonizar sus ideales, la mayoría muy deseables, con la realidad sociopolítica en que debían crecer.
Este estado de carencia consuetudinaria del hombre cambió con la propagación del liberalismo como una marea de extraordinaria vitalidad. El advenimiento de la sociedad liberal significó que, por vez primera en la historia, un ideal utópico se encarnara en la vida de millones de personas: libertad política, neutralidad moral y riqueza material. Vivimos y soñamos gracias a esos tres extraordinarios principios liberales, pero de puro acostumbramiento, de tanto contar con ellos, hemos perdido la capacidad de apreciarlos en su justa dimensión. El liberalismo es el continuador de la epopeya de personalización iniciada en la Grecia clásica.
Sin embargo, el éxito del liberalismo fue motor de tensiones y su ubérrima producción de libertad y riqueza lo fue atrapando en las finas mallas de la economía como único patrón de medida de la igualdad. No extrañó, entonces, que la filosofía crítica lo descalificara con el apotegma de alienación consumista.
HUMANISMO SIGLO XXI
Un humanismo para el siglo XXI, que denominamos personalismo, se posiciona en el terreno fértil abonado por el liberalismo y define otro nivel superior de preocupaciones de la persona humana. De igual modo que en la democracia el problema de la esclavitud fue superado, el personalismo va más allá de las conquistas de primera generación del liberalismo. No se deja de reconocer que haber superado la esclavitud es un logro grandioso del hombre, pero nadie reconocería que su vida moderna es mejor porque no vive como un esclavo. Así podríamos enumerar logros magníficos, que tomamos como la naturaleza misma, y que, pese a ello, no nos mueven un pelo a la hora de hacer nuestro balance vital.
En la sociedad abierta, cada persona tuvo a su disposición oportunidades inéditas, tanto en el plano de los bienes materiales cuanto en el ámbito de la vida espiritual. Pero la dedicación obsesiva al progreso material atentó contra las esencias más elevadas del hombre, y la sociedad abierta se transformó en una selva competitiva en la cual el único patrón de comparación fue el bienestar material. La riqueza fue entendida en nuestra civilización como riqueza económica y ése fue el rígido metro de comparación de calidad de vida entre personas. Por eso, necesitamos un nuevo paradigma ético, cuya premisa central anuncia que seres humanos únicos y diferentes desean vivir vidas únicas y diferentes. Como tal, constituye una nueva forma de pensar la riqueza de las personas.
TENDENCIAS A FUTURO
¿Cuál es el fundamento del paradigma buscado? La respuesta proviene del inédito rango de productividad que transformará a una vasta cantidad de bienes materiales en algo tan natural como el aire, creando una capa de naturaleza material sobre la que construir nuestra riqueza personal. Las tendencias del futuro se orientan a predecir una época fuertemente deflacionaria en precios reales. Cada año los bienes se abaratarán, y en el límite convergerán a cero. Todo aquello que se producía con esfuerzo y gran pérdida de horas estará al alcance de la productividad y las tecnologías digitales. El curso inexorable de esta acumulación de riqueza, que denomino riqueza invisible, debido a que actuará oculta en el subsuelo de las sociedades desarrolladas con la misma naturalidad con que la energía eléctrica nos permite encender la luz, nos lleva a un estado de igualdad en la disponibilidad de bienes primarios.
Cuando esté asegurada la igualdad económica básica, cuyo mejor ejemplo se vislumbra en los países nórdicos, cada persona quedará en franquía para buscar su plenitud: comparar la vida de personas únicas y diferentes perderá por completo su sentido. La ética se personalizará. El patrón de medida de la plenitud de una vida no se medirá en los nuevos tiempos según nuestro ingreso económico o por los bienes y servicios que tenemos o consumimos. No habrá un patrón de medida que nos compare de acuerdo con cuáles sean nuestros triunfos económicos porque todos serán triunfos para cada persona única y diferente, que los perseguirá según sus íntimas preferencias.
El paradigma buscado para superar al prócer liberalismo es un personalismo para el siglo XXI, en el que la riqueza de las personas no sea valorada por su lado económico. El personalismo no es mero posliberalismo. Se ubica temporalmente a posteriori del liberalismo pero, en todo caso, es sobreliberalismo; está por encima de él, que le sirve de base y fundamento, pero en un nivel superior.
El amanecer de la persona humana, gestado en dos mil quinientos años de sufrimientos, desvelos, bienaventuranzas y fortuito heroísmo, anhela ser sucedido en nuestros días por el mediodía del hombre: tiempo de templanza propicio para el buen vivir ético en la plenitud de nuestra riqueza personal.
* Miembro del Club Político Argentino.