Semblanza al héroe Marcelo Massad

Por Jorge Martín Flores *

Vino al mundo el último día de 1962, el 31 de diciembre. Mientras todo el planeta celebraba el año nuevo, su familia celebraba el tesoro de la nueva vida. Nació en la Clínica Maternal de Lomas de Zamora, zona sur del Gran Buenos Aires. Lo llamaron Marcelo Daniel Massad. Pero todos, le decían Dani.

Vivió y creció en la ciudad de Banfield junto a su hermosa familia. Eran de ascendencia siria y de un profundo catolicismo. Su mamá se llamaba Dalal y su papá Said Osvaldo, pero todos lo conocían como Coco. Con el tiempo, la familia se volvió a agrandar con la llegada de Yamilé y Karina, sus hermanas menores. Los Massad eran muy queridos por todos los vecinos del barrio.

Dani tenía muchos amigos. Siempre se lo veía con una sonrisa. Y con una pelota debajo del brazo. Contagiaba de alegría a los que lo rodeaban. Les iluminaba la cara.

En la escuela, por ejemplo, siempre se destacó por su gran compañerismo. Jamás dejaba de lado a nadie. Tan bueno era, que recibió un premio: Una medalla al mejor compañero. Que Dani llevó en su pecho con orgullo.

La escuela secundaria la realizó en el colegio San Andrés de Banfield. Allí se enamoró de Vicki y estaba dispuesto a casarse con ella en un futuro no muy lejano.

Como deportista, se destacó en la 5° división de Banfield. El apellido Massad resonaba en las calles y clubes del barrio. Una promesa del fútbol estaba surgiendo.

Así, el deporte y los valores crecían de la mano en el corazón de Dani y sus acciones expresaban que había venido al mundo para servir a los demás.

EL CONSCRIPTO

Daniel había sido convocado en el verano de 1981 para recibir el número que definiría su destino para hacer el Servicio Militar Obligatorio.

Mientras esperaba en la fila, se encontró con un amigo y, para seguir charlando, le cedió su turno a la persona detrás de él. Mientras tanto, su talismán fulguraba. A Dani, le pareció extraño –no encontraba motivos para ello-. Por lo que siguió como si nada. Simplemente estaba dejando pasar a otro muchacho. ¡No estaba haciendo una gran cosa! Sin embargo, que misterioso es el destino. Resultó ser que ese chico al que dejó pasar recibió un número bajo, y no tuvo que hacer la conscripción, esto es, el servicio militar. Daniel, en cambio, fue asignado al Regimiento de Infantería N° 7 ‘Coronel Conde’ en la ciudad de La Plata.

Allí hizo muchos amigos. Y sus compañeros no podían evitar lo bien que se sentían a su lado. Especialmente a los que se dejaban abrazar por el destello de luz de su talismán interior. A estos jóvenes argentinos del 7, el destino les tenía reservado un lugar destacado en la historia.

EL 2 DE ABRIL Y LOS MASSAD

Amaneció soleado el 2 de abril de 1982. Y a la familia Massad, los sorprendió desayunando en su casa de Banfield. ¡Habíamos recuperado las Islas Malvinas para nuestra soberanía nacional!

La noticia trajo tanta alegría a la casa que papá Coco comenzó a saltar y a gritar: "¡Traigan la bandera argentina y la bandera papal", exclamó. Daniel se paró frente al televisor y solo dijo: "150 años".

Su mamá, Dalal, estaba contenta, pero un dejo de preocupación le corría por el corazón. Por lo que se quedó en silencio. Jamás imaginó siquiera que la guerra se iba a desatar. Y que su hijo debía desempeñar en ella, un rol fundamental.

Es extraño, pero a Dani le faltaban solo tres días para ser dado de baja del Servicio Militar Obligatorio. Por ello, viajó hacia el Regimiento 7 de La Plata, a buscar su documento y poder regresar a su hogar. Pero no le dieron la baja. Junto con sus compañeros iban a recibir un destino aún incierto. Y él, como buen compañero, no podía dejarlos solos.

Así fue que toda la familia lo visitó, con mate y rosca con crema pastelera: sus padres, la abuela, y sus hermanas Yamilé, de 15 años, y Karina, de 12. Con su papá pasaron toda la tarde conversando sentados en un banquito. Fue la última vez que toda la familia estuvo reunida. Un día después Dani se comunicó con ellos por teléfono. Y les pidió: “Traigan abrigo y chocolates. Me mandan al sur”.

La familia entera salió presurosa a buscar camperas en su local de ropa y compraron chocolates en un kiosko cerca de la estación de Banfield. Cuando fueron a despedirse de su hijo, Dalal vio una larga fila de camiones que llevarían a los soldados hacia el sur. Y en ese momento, corrió desesperada queriendo colgarse de uno de los vehículos. Gritó: “¡Dani, Dani, Dani!” y logró ponerle un rosario en el cuello. Dani sintió un cosquilleo en su pecho que le dio la serenidad y la paz que necesitaba. Y besó a su mamá con una mirada tierna y profunda.

Desde la Plata, llegaron a Río Gallegos, provincia de Santa Cruz. Desde allí, Dani se comunicó con su familia y papá Coco recuperó la calma pues escuchó la voz de su hijo que les daba tranquilidad: “Estoy bien, no se preocupen, embarcamos hacia las Malvinas”.

EL CORAZÓN MIRANDO AL SUR

Nueve días después, Dani y sus compañeros del Regimiento 7 llegaron a Malvinas. Allí, un sacerdote le obsequió otro Santo Rosario, pero de color marrón. Protegido por partida doble, Dani unió como en un haz de fe, esperanza y amor ambos rosarios: el blanco y relucientemente puro que le había regalado su mamá y el marrón que recibió en las Malvinas. Llevando este rosario doble siempre consigo. Enlazando en su pecho a Dios con la Patria y con su Familia.

Fue destinado con su Compañía B del Regimiento 7 a custodiar una posición estratégica: el Monte Longdon, en las espaldas de Puerto Argentino. Allí escribió muy lindas cartas a sus seres queridos. En una de ella fechada el 27 de abril de 1982, en Puerto Malvinas, decía lo siguiente: “Querida hermosa familia, ayer 26 de abril recibí la primera carta. Me llegaron las tres cartas juntas, la de ustedes, María Alicia y Vicki. Verdaderamente me puse muy contento. Por lo que dicen las cartas, todavía no han llegado mis otras dos cartas que les mandé desde las Malvinas. Estoy esperando ansiosamente una encomienda lo más completa posible. Mamá, si te animás, en la encomienda poneme una cámara fotográfica con varios rollos a color. ¿Sabés? Quiero llevarme grandes recuerdos. Cambiando de tema, me puse muy contento cuando recibí la carta de María Alicia y el dibujo de José Pablo: Papá, por favor quiero ver el 0 km cuando llegue. Ayer logré enterarme que Banfield perdió con Almirante Brown ¡Qué desastre! Cada vez está haciendo más frío, en estos días seguro que empezará a nevar. (…) Papá Coquito, si no puedo llegar a escribir otra carta te deseo Feliz Cumpleaños”.

Y finalizaba de la siguiente manera: “Quiero volver y abrazarlos a todos y no soltarlos más. Estando aquí estoy comprendiendo lo que es tener una familia, recién ahora me doy cuenta estando a tantos kilómetros. No les voy a mentir, cuando me puse a leer sus cartas empecé a llorar como un tonto. Me despido porque no tengo más espacio para escribir. Saludos. Todos. PD: En la encomienda mándenme diarios y revistas, los más recientes posibles”.

En mayo envío la última carta para su familia. Y en ella les contaba que permanentemente estaba rezando en las trincheras, y les hizo un pedido especial que a su papá dejó admirado: "Vayan al club Banfield y pidan que me guarden mi lugar de arquero: lo voy a defender como defiendo la Patria". Y así lo hizo.

MONTE LONGDON

En junio, el infierno se había desatado en las Islas. Habían comenzado los combates decisivos. Uno de ellos, fue el de Monte Longdon. Estalló durante la noche del 11 de junio de 1982. El Tercer Batallón del Regimiento de Paracaidistas Británicos al mando del Coronel Pike, avanzaba sobre el Monte que nuestros jóvenes guerreros argentinos estaban dispuestos a defender con su vida.

Cómo dijimos antes, era de noche. Y sin embargo, parecía de día. En primer lugar, por las bengalas inglesas que iluminaban todo el terreno. Y en segundo lugar, porque el talismán de Dani resplandecía y fulguraba como nunca destellos celestes y blancos que amplificaban la silueta del rosario doble que llevaba en su pecho. No tenía miedo. Tenía fe. Y el valor de defender la posición con su propia vida. Se aferró a su fusil y salió al encuentro de los invasores ingleses.

Había estallado una de las batallas más sangrientas para la guerra. Todos se la estaban jugando por completo. Fueron casi nueve horas de combate, de olor a pólvora, el fuego de los morteros, el estruendo de los fusiles FAL, las ráfagas permanentes de las ametralladoras, los impactos de los cañones y las bombas cayendo hacia los cuatro puntos cardinales. Combates cuerpo a cuerpo, con bayonetas caladas. Sangre. Y mucho valor.

Los ingleses se sorprendían al ver el coraje de los solados argentinos que no querían rendirse: “¡Están aferrados a las rocas!” decían. ¡No podían creer tanto valor!

En ese momento, el talismán celeste y blanco de Dani iluminó hacia adelante y todos pueden observar con atención como los ingleses comenzaron a subir por la ladera del monte. Ante esta situación, un sargento ordenó el repliegue de los soldados, es decir, que volvieran hacia atrás buscando unas posiciones más seguras que permitiesen defenderse de los avances enemigos.

¡Repliegue! ¡Repliegue! ¡Estamos sobrepasados! Sin embargo, Daniel dudó. Sintió como un sacudón dentro de su ser. Como un viejo llamado para hacer grande una acción pequeña pero muy necesaria. “¿Qué te pasa Dani?”, le preguntó su amigo de la infancia Jorge Suárez, con quien a la par estaba defendiendo las Islas Malvinas. “¿Ves esos soldados que están ahí abajo?”, se asoma, y señala a un pequeño grupo de soldados. “¡No oyeron la orden! ¡Bajo a avisarles!”, dijo Daniel determinado. “¡Espera Dani! ¡Es muy peligroso!”, alcanzó a contestarle a los gritos su amigo Jorge. Pero Dani, no le dio tiempo. Pues corrió. Corrió como el viento. Como un rayo de luz azul y blanco que iluminaba la superficie del monte Longdon. Como en esos días de entrenamiento en el club de Banfield. Como la primera vez que le presentaron una pelota. Como cuando recibió la medalla de mejor compañero.

Nadie lo podía detener. ¡Él debía hacer lo que debía hacer! Lo que siempre había hecho. Dar alerta. Dar aviso. Ser un guardián. Ayudar a abrir los ojos, los oídos y el corazón. Como lo había hecho tantas veces en la escuela con los compañeros que se olvidaban de hacer las tareas o de llevar algún material a clases; o como cuando recibía a sus amigos en la casa para darles una mano con las evaluaciones de matemática; o como cuando alertaba a los defensores del equipo que tuvieran cuidado con ese 11 o ese 9 habilidoso; o como lo había hecho con su hermanita, cuando le enseñó a cuidar el tesoro de la fe.

Pues bien, Dani corrió y llegó hacia la posición de sus amigos: “¡Muchachos! ¡Vamos! ¡Hay que replegarse!”, les gritó entre los estruendos de los proyectiles que lo acariciaban. Mientras sacudía su rosario doble en sus manos. Los soldados lo escucharon y le agradecieren. Se levantaron, corrieron, treparon entre las rocas, y abandonaron su posición. Daniel, que los guiaba, dejó pasar al último y recién ahí comenzó a subir el monte. En ese instante, una ráfaga de ametralladora inglesa atravesó su pecho. Y Dani cayó. Con una sonrisa. Mirando al cielo. Con el rosario-doble manchado con su propia sangre, aferrado entre sus manos. Fue hasta el final el mejor compañero. Así entraba a la gloria.

“Yo lo vi caer, y después de la batalla lo enterré con mis propias manos. Le quité el crucifijo que llevaba para entregárselo a sus padres. Ese rosario estaba impregnado con su sangre", dijo una vez entre lágrimas, su amigo Jorge Suárez.

Por ese Rosario fueron reconocidos sus restos en el año 2018. Y su placa pasó de ser la de un “soldado solo conocido por Dios” para llevar su nombre completo.

11 DE JUNIO, DÍA DEL HÉROE DE MALVINAS BANFILEÑO

Dice un viejo refrán que “el soldado no muere en el campo de batalla sino cuando su pueblo lo olvida”.

La ciudad de Banfield siempre ha mantenido vivo el recuerdo y legado de Dani: con monumentos, murales y placas. La estación de Banfield se llama soldado Marcelo Daniel Massad. En sus pagos, el 11 de junio se conmemora el “Día del Héroe de Malvinas Banfileño”. Al mismo tiempo, recibe homenajes desde el mismo Club Banfield. Y todos los años sus papás van a visitar y a dar una charla de esperanza contra toda esperanza en su escuela secundaria.

Sobre todo, sus padres son los que arquetípicamente, mantienen vivo su ejemplo y sacrificio, demostrando que solo un hogar consolidado puede ofrecer estos hombres dispuestos a dar su vida por la Patria. Sus papás y hermanos siempre han pedido que se rezasen muchas misas por el descanso del alma de su hijo en la Basílica Sagrada Familia de Banfield. Al mismo tiempo, conservan su habitación tal cual estaba en 1982, cuál lugar sagrado, cual espacio en el que rezan y piden en oración que interceda por ellos y por la Patria. Modelos de entereza, resiliencia, y de amor probado. Dalal y Said Massad son verdaderos padres de la Patria.

A modo de ejemplo, una vez entrevistaron a su Coco, quien dijo palabras que deben grabarse en el corazón de cada argentino: “Tengo el orgullo y también el dolor de ser padre de un héroe de Malvinas. La guerra no es buena, eso lo sabe cualquier persona consciente y mucho más los que como nosotros, han perdido un hijo. Pero en este caso, la guerra de Malvinas fue una guerra justa. Nosotros no fuimos a conquistar ni usurpar un territorio sino a recuperar lo que legítimamente nos pertenece y nos fue arrebatado. Algunas veces he tropezado con personas que me han dicho que esas muertes fueron tontas y vanas. Eso lo tomo como una afrenta a la memoria de mi hijo y de todos los que cayeron en las Islas. ¿Y sabe por qué? Porque a diferencia de muchos políticos que ponen la mano sobre los Santos Evangelios, juran y luego mienten y engañan al pueblo que les dio su confianza, ellos, nuestros soldados, juraron ante la bandera y cumplieron pagando en muchos casos con sus vidas ese juramento. Decir que sus muertes fueron inútiles es desmerecer el sacrificio que hicieron y ningún argentino que se precie de serlo puede pensar así. ¿Ahora entiende por qué al principio dije que estaba orgulloso de ser el padre de un héroe de Malvinas?".

Marcelo Daniel Massad, el mejor compañero, ofrecía su vida en Malvinas. Pero en realidad, no moría. Pues con él nacía un héroe. Y los héroes no mueren. Y este es un héroe bien nuestro. Del barrio. Uno local. Banfileño. Futbolero. Familiero. Amiguero. Guardián de los jóvenes alegres. Amigo de los buenos compañeros que buscan con su ejemplo sencillo, de cada día, hacer grande lo pequeño. Marcelo Daniel Massad ¡Presente!

 

* Profesor de Historia. Vicepresidente del Movimiento Jóvenes por Malvinas.