El 3-11 por la noche
Nunca desde 1860 el sistema estadounidense estuvo sometido a tensiones centrífugas tan poderosas como las actuales.
Cuando un periodista del The New York Times del calado de Thomas Friedman declara que su país podría estar encaminándose a una segunda guerra civil en función de los dichos del Presidente sobre su actitud en caso de perder los comicios del 3 de noviembre próximo, necesariamente hay que prestar atención. Máxime cuando, al propio tiempo, Friedman indica que, de triunfar el actual Presidente, una guerra civil larvada afectará al país.
Sea que veamos en estos dichos un análisis objetivo o que sospechemos una operación de estrategia política por parte de un diario tan ligado como el NYT al Partido Demócrata, es difícil negar el hecho de que nunca desde 1860, es decir en vísperas de la Guerra de Secesión, el sistema estadounidense estuvo sometido a tensiones centrífugas tan poderosas como las actuales.
¿Y cómo se ha llegado a este punto? En más de una ocasión hemos enfatizado el hecho de que las democracias anglosajonas alcanzaron su consolidación histórica en la medida en que prevaleció en ellas la dinámica centrípeta, es decir, la construcción de consenso sobre un plexo de valores más fuerte que las divergencias de políticas públicas propias de un régimen pluralista.
Cuando no se discute el régimen de la sucesión gubernativa (o sea el principio de legitimidad), ni la organización de la familia, ni el estatuto de la propiedad, cuando hay coincidencia sobre los potenciales enemigos externos, es mucho más viable para todos los sectores de un país aceptar que el otro gane los comicios y consentir, de ese modo, a la alternancia pacífica en las magistraturas.
Durante la mayor parte de la historia de los Estados Unidos los límites del disenso estuvieron vigentes. Cuando se produjo una anomalía grave al respecto, como ocurrió con la subsistencia de la esclavitud, el sistema político estalló dando lugar a la guerra intestina más cruel del siglo XIX. Reconstruído el consenso, fue posible la acelerada expansión que caracterizó al país desde fines del siglo XIX hasta la crisis y la Gran Depresión. De estas se saldrá finalmente con la II GM y con el bipolarismo de la Guerra Fría, que soldó eficazmente eventuales fracturas internas.
Pero en las últimas décadas de la pasada centuria aparecerá un factor deletereo, que no fue otro que la deriva ideológica del Partido Demócrata. Container tradicional de los trabajadores industriales, de los católicos y de los negros, el partido post-kennediano fue cayendo bajo el control de una clique ideológica abiertamente comprometida con el progresismo y el ultraglobalismo. Esta vasta y laxa organización en la que había lugar tanto para los nietos de los esclavos como para los de sus amos, se fue convirtiendo progresivamente en rehén de una revolución cultural generada en las aulas de la Ivy League y en sectores de la Judicatura, revolución que convertiría al aborto primero y a la promoción de la agenda LBGTQ luego en las consignas dominantes de un partido que, simultáneamente, abandonaba a su tradicional clientela de obreros fabriles y grupos étnicos aún esperanzados en el sueño americano. Toda esta transformación se reflejó -directa o indirectamente- en obras como La rebelión de las élites de Christopher Lasch y Revolution from the Middle de Samuel Francis.
GRAMCISMO AMERICANO
Esta deriva encontraría una reacción natural que favorecería la resurrección republicana a partir de los "80. Reagan resultaría su primer beneficiario. Reelecto en 1984, sería continuado por Bush Sr., quien incluso podría haber sido reelecto en 1992 si no fuese porque la opción Perot dividió los votos de la derecha. Desde entonces, con presidentes demócratas o republicanos, el proceso de captura del poder cultural por la izquierda seguiría sin grandes tropiezos. Y, paralelamente, el gramscismo americano hallaría decididos respaldos en los sectores más desterritorializados del poder económico. La nueva configuración sociocultural del país, sobre todo a partir del modelo californiano, encuentra hoy sólido análisis en los trabajos de Joel Kotkin, señaladamente The New Class Conflict y el recién editado The New Feudalism.
Hasta que en 2016 apareció el cisne negro. En la extravagancia idiosincrática de Donald Trump vinieron a expresarse la resistencia al maltrato de las clases medias trabajadoras tanto como la persistencia identitaria de los farmers del Medio Oeste y la moralidad, sea puritana o católica, atropellada por las universidades, los medios y la industria cultural.
El nuevo Presidente devino así, insospechadamente, el campeón de un patriotismo popular hasta entonces subestimado poor las élites instaladas.
La izquierda no podía creer lo que estaba ocurriendo ante sus ojos y condenó a Trump apenas iniciado su gobierno. Intentó primeramente ganar la calle para detenerlo, sin un éxito apreciable. Recurrió luego a un abortado impeachment, y hoy anticipa su nueva y dramática estrategia deslegitimando el resultado electoral. La nación tiene su alma dividida y el conflicto va más allá del 3 de noviembre. Pero pasa por el 3 de noviembre.
Los Estados Unidos están lacerados por clivajes que se refieren a su propia naturaleza histórica, a su ética común y aún a la identidad de su enemigo (1). Y nuevamente, como en 1860, son las fuerzas centrífugas las que hacen sonar los tambores de la guerra.
DOS DOCUMENTOS
En dos documentos se encarna cabalmente este posicionamiento. Uno es el Transition Integrity Project (TIP); el otro un llamamiento de oficiales superiores al Presidnte de la Junta de Jefes de Estado Mayor. El TIP es un escrito presuntamente bipartidario, aunque, en realidad suscripto abrumadoramente por demócratas, algunos de ellos muy ligados a Hillary Clinton.
En el mismo se formulan hipótesis sobre las situaciones disruptivas que podrían producirse a partir del escrutinio de la elección. Las impugnaciones, la controversia ya planteada sobre los votos postales y algunas declaraciones retadoras del actual Presidente constituyen el fundamento que permite suponer a los signatarios del TIP que "la noche del 3 de noviembre no se definirá la elección".
El fantasma del conflicto entre George W. Bush y Al Gore por los votos de Florida en el año 2000, que se arrastró por semanas,vuelve a hacerse presente en estas circunstancias. Con un serio agravante: aquel conflicto se definió en la Corte, mientras que hoy los demócratas, sabiéndose minoritarios dentro de ella, buscarán saldarlo en las calles.
Black Lives Matter y Antifa pueden resultar de inestimable utilidad táctica en tal escenario. Ante una situación insurreccional, la movilización militar por parte del Gobierno resultaría un output previsible. Y aquí entran en juego las consignas del segundo documento: la carta de los oficiales superiores retirados Nagl y Yingling, dirigida al general Milley convocándolo a destituir a Trump en caso de que éste intente mantenerse en el poder en condiciones que dichos oficiales juzgan ilegítimas.
Es un hecho que Trump tiene simpatías en los mandos medios y bastante menos en aquellos sectores del Generalato más próximos al complejo militar-industrial; pero, dado que por el momento no hay motivos para prever una ruptura en la cadena de mandos, la conducta de estos últimos podría ser decisiva.
Cabe apuntar que dentro de los recursos de presión con que cuenta la estrategia opositora se cuentan no solo los disturbios callejeros, sino la extorsión de índole institucional por parte de los Estados de la costa occidental. Hace apenas cinco meses los mismos -California, Oregon y Washington- firmaron un pacto destinado a enfrentar las políticas impulsadas por el Presidente en torno a la pandemia. Esa alianza puede reactivarse ante otro género de desafíos.
Esta combinación de acciones de agitación a cargo de grupos subversivos organizados, parálisis militar inducida por cuestiones de conciencia y dinamización de tendencias secesionistas en determinadas regiones del país es, de por sí, un coctel sumamente explosivo. El mismo podría acentuar su letalidad si se denuncia, como ya algunos pronostican, la ingerencia de hackers rusos o chinos en el proceso del escrutinio.
En suma, a partir de la caída del sol del 3 de noviembre próximo muchas cosas duras pueden suceder en los Estados Unidos. O no. Pero, más allá de esa elección, de Trump y de Biden, es inocultable que el país enfrenta una perspectiva de laceración. Mientras está demostrando ya su enorme resiliencia frente a los efectos económicos de la pandemia, lo que cada vez se pone más claramente de manifiesto es su creciente fragmentación sociocultural. Y, de la mano de ella, la notoria fragilidad de su admirado sistema político para superar las tensiones que dicha fragmentación supone.
(1) La identificación del enemigo es la clave de la política exterior, de la "gran politica" en definitiva. Y no es un secreto que, mientras para el Gobierno actual tal enemigo es China, en el caso de los demócratas se trata de Rusia.
* Profesor emérito, Universidad Católica Argentina. Fue decano de la Facultad de Cuencias Políticas y Sociales de la UCA.