La post-pandemia ha sido decretada
En enero y febrero de 2019 la sociedad se horrorizaba ante lo que parecía un caso único, casi un descubrimiento: el homicidio de un joven por un grupo que actuó en manada. El caso lamentablemente repetido, sin embargo, ocupaba constantemente las noticias, hasta el límite del absurdo. En ese momento la pregunta era si iba a superar al de Angeles Rawson, ocurrido años antes. La cruel lógica del rating era que “medía”, y para ello no era importante revictimizar a las víctimas secundarias y vicarias. La excusa era que cuanto más se mostrara esto, se buscaba “visibilizar”, y por ende prevenir, casos similares. Sin tener en cuenta, por ejemplo, algo similar ocurrido años antes en Ferrugem, Brasil. La excusa servía para justificar la morbosidad colectiva, quizás el oculto objeto de deseo.
Al mismo tiempo sin embargo ya había novedades de algo que podía ser extremadamente preocupante y en este caso sí novedoso, único de alguna manera, al menos en nuestra existencia: el comienzo de una epidemia a nivel global, ya que empezaban casos de una difusión única en varios países. De haber imperado el método epidemiológico, científico, la mediatización que parece en épocas actuales preceder a las políticas sanitarias, nos hubiese alertado, sin embargo, no fue así. China quedaba lejos, Italia y España también. Hasta que un día hubo un caso, luego fallecido, por lo que nos dijeron era un virus conocido, un coronavirus. Y de allí comenzó el conteo de contagiados y muertos. Del caso Fernando Báez Sosa pasamos a limpiar con gel los (escasos) cajeros bancarios en el suburbano y cantar dos veces el feliz cumpleaños para lavarnos las manos.
La historia intermedia es muy conocida. Pero un año más tarde era temporada de otra noticia, la política, en la cual los que olvidaron una pandemia relegada -la pobreza y el hambre- volvieron a descubrirla, desde la inocente virginidad.
Las tristes historias de quienes vieron negado el duelo de los seres queridos o quienes murieron sin saber de qué, quedaron sepultadas ante lo que quizás fuera la nueva normalidad, es decir la última y contingente noticia.
Entretanto, innumerable cantidad de datos y números absolutamente incomprobables, al igual que los expertos citados de diversas áreas cuidadosamente seleccionados para que no pudieran dar más que opiniones. Datos sin sustento científico, aun con las simples bases que regulan al pensamiento y lógica científica. Algo debe existir para poder afirmarlo con bases comprobables y reproducibles.
Así como se instaló la idea de pandemia, se fue para dar lugar a la post-pandemia. Al mismo tiempo que todos los niños deben ser inoculados por algo no lo suficientemente comprobado y validado científicamente, menos aún su indispensable relación costo/beneficio.
La extraña coincidencia en decretar el final de la pandemia, de las medidas que nos prevenían de la muerte, solo parece coincidir con la proximidad de elecciones.
Difícilmente alguien pueda establecer la relación entre un virus aparentemente mortal, ya que no está establecida fehacientemente el mismo como causa (si eventualmente coexistencia) de muerte, y un proceso tan extraño como elecciones en un país.
Quizás tengamos que apelar a los sabios convocados y recordar que se trataba de un bicho, para seguir en el relato y creer en la post-pandemia.
Mientras tanto la episteme, la ciencia, el pensamiento y metodología científicos, la lógica, seguirán ausentes.
No es casual que todo esto pase en un país sumido en la pobreza y sus consecuencias en la cultura. Los medios lo saben.