Nuestra Independencia y la batalla de Waterloo

Omar Locatelli (*)

"Como no sabían que era imposible lo hicieron"

Escribir sobre nuestra independencia a 205 años de la misma, más que un honor y un orgullo es una responsabilidad y un deber para todo ciudadano que trate de ser conocedor de sus raíces y, más que nada de quienes la forjaron al decir de Sarmiento “con la espada, con la pluma y la palabra”.

Porque ella, la independencia, se ha nutrido de valientes personalidades que dejando de lado profesión, bienes e ideales se sometieron al bien común del momento para crear una nueva nación entendida como una comunidad de sentimientos más que un estado jurídicamente organizado, a fin de justificar ideas que hoy nos parezcan extremas, sin ubicarlas en el tiempo y situación en que fueron pensadas.

Los anhelos de libertad evidenciaron la unión de un heroico pueblo, cuando el intento británico de ocupación, hicieron estallar su bravura para desalojar en dos oportunidades y rechazarlos hasta terminar con sus ambiciones. Los criollos del momento sintieron la pri-mera necesidad de unión ante un enemigo común, incluso hasta los caciques Epumer, Errepuento y Turuñamqui, ofrecieron contribuir con hasta 20.000 “gentes de guerra”, con 5 caballos cada uno para ser los primeros en embestir a esos “colorados”. Los lazos con Europa comenzaban a romperse y los propios a afiatarse.

Tanto así que, 4 años más tarde ya hubieran crecido, hasta permitir forjar un ejército en ciernes para respaldar el asomo revolucionario de mayo de 1810, a fin de separarse, de alguna forma, de la corona española presa por Napoleón. Allí nacieron los esfuerzos libertarios, no solo militares sino también económicos, cuando el cónsul del momento Don Manuel Belgrano abogó por los primeros esbozos de favorecer con sus medidas una insipiente economía que regulara el comercio autóctono a fin de lograr un desarrollo criollo que reemplazara los productos que no llegaban del exterior. La independencia seguía atada a los vaivenes de la política europea.

Para independizar el comercio autóctono, el coronel Pedro Andrés García parte en octubre de 1810, con el apoyo de los caciques Epumer, Quintelen y Victoriano, en la búsqueda de las Salinas Grandes para traer fanegas de sal a fin de poder comercializar el mayor elemento productivo del momento: los cueros del ganado vacuno. Esta irrupción en territo-rio inexplorado aún, marca una de las primeras vinculaciones entre los pueblos originarios y los criollos, con el mismo ideal independista, a fin de favorecer una independencia también comercial utilizando las riquezas propias del suelo nacional.

También en el Acta del pedido del Cabildo Abierto del 22 de mayo de 1810, se muestra la apertura gentilicia del espíritu independista al contar con firmas indígenas para contribuir al primer grito de libertad. Esa apertura se refrenda 3 años más tarde cuando la Asamblea del año XIII, abolió la esclavitud de todo tipo para los habitantes del suelo de las incipientes Provincias Unidas del Río de la Plata.

Ese espíritu independentista también se muestra en 1815, cuando por primera vez, el fuer-te de Buenos Aires iza una insignia diferente, al hacerlo con la bandera celeste y blanca creada por el entonces General Manuel Belgrano. También ese es el momento donde el pueblo, a través del cabildo porteño da cuenta de necesitar profundizar ese anhelo libertario de 1810. Este nuevo Cabildo vota un Estatuto Provisional, el 05 de mayo de 1815, para reunir un Congreso, que determinara una forma definitiva de gobierno y una constitución que lo respaldara.

La dificultad del lugar de reunión fue salvada al elegir a la ciudad de Tucumán, por estar equidistante de todas las provincias a reunirse. La representación de cada provincia estaba dada por un diputado cada 15.000 personas o fracción no menor a 7500 habitantes. No obstante, ello, Artigas y su empecinamiento en su intento de formar una Liga del Litoral, no permitió enviar a sus representantes, salvo Córdoba que los envió luego de un gran debate. Los problemas internos comenzaban a aflorar y detenían la evolución de un ideal independentista.

La acción determinante

A mediados de 1815, se produce un hecho que acelera las acciones en pos de la tan ansiada independencia criolla: la batalla de Waterloo. El 18 de junio Napoleón, en la actual Bélgica, es derrotado por la Séptima Coalición cuando decide invadir a los países bajos. El Duque de Wellington, Arthur Wellesley, comandando un ejército de tropas británicas y holandesas, junto al ejército prusiano del mariscal de campo Gebhard von Blücher, dieron cuenta del avasallante avance francés.

A partir de ese momento las potencias vencedoras de Napoleón crean en Septiembre la Santa Alianza, por la cual comienzan a reclamar su derecho a dirimir sobre los destinos de sus anteriores posesiones. Los reyes españoles designan a Pablo Morillo, luego primer Conde de Cartagena, para encabezar una expedición a fin de que recupere sus posesiones americanas.

Como forma de contrarrestar las eventuales acciones realistas, el Almirante Guillermo Brown, en octubre de 1815 había comenzado a reunir una pequeña flota, a disposición del nuevo gobierno rioplatense para asolar los enclaves portuarios godos en el Pacífico, como demostración de un incipiente poderío naval criollo, llegando hasta amenazar al puerto del Callao en el Perú, a mediados del año siguiente. La independencia era una necesidad para justificar la lucha en nombre de algo.

Otro factor determinante fue la derrota criolla en Sipe Sipe en noviembre del mismo año. Rondeau es derrotado y los caudillos criollos insisten en buscar un motivo aglutinante que les permita justificar continuar su lucha contra las fuerzas realistas que buscaban alegar sus derechos de posesión.

En enero de 1816 se activa la reunión de los diputados por la situación reinante y empiezan las sesiones el 24 de marzo del mismo año.

San Martín, anoticiado de la situación después de Waterloo y con el Plan Continental oculto en su cabeza, fue el primero en bregar por la independencia. Les escribe a sus diputados, en abril de 1816, de la urgencia de ser libres del yugo español. Godoy Cruz, diputado por Mendoza, recibe la famosa carta de San Martín, donde le dice que “es más sencillo hacer que un americano sople una botella que los delegados dicten la independencia”. Y agrega como acicateándolos “para los hombres de coraje se han hecho las empresas”.

Otra personalidad, conocedora de la nueva situación española, y en comunicación con San Martín, fue la de Belgrano. En razón de ello, y con las urgencias del momento, expone el 06 de julio de 1816 ante el Congreso de Tucumán, que una forma de gobierno necesaria y perentoria para el momento que se vivía, era una monarquía parlamentaria, a car-

go de un sucesor de Tupac Amaru. En coincidencia con San Martín, la situación anárquica-ca y de difícil control ocasionada por los caudillos del momento, y por las amenazas externas en ciernes, indicaban que tal forma de gobierno podría ser la solución.

El 09 de julio los enviados al congreso, temerarios unos, temerosos otros, escuchan la lectura que efectúa el diputado por Buenos Aires, Juan José Paso, del Acta de la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América. Terminada su lectura Francisco Narciso Laprida, diputado por San Juan, quien presidía las sesiones, la hace votar, recibiendo su aprobación por aclamación.

En el título del Acta también se amplía territorialmente la Independencia a Sud América, más allá del antiguo título del Río de la Plata, en razón de abarcar a todos los pueblos que buscaban aunar su madurez política, desde las tierras del Plata hasta el Alto Perú.

Esta honrosa declaración tan solo diez días después se amplió de “ser libres del dominio de los reyes de España y de su metrópoli” a serlo también de cualquier otra potencia extranjera, en razón de la amenaza de una invasión portuguesa a órdenes de Carlos Federico Lecor, quien más tarde ocuparía Montevideo en 1817.

Una vez más la incertidumbre de la evolución del momento hizo que la intrepidez del pueblo criollo del momento -pueblo argentino hoy en día-, supiera sobreponerse a las inclemencias circunstanciales en pos de un ideal de Nación que hoy nos honra.

Sigamos el ejemplo de quienes aún en la penumbra de la historia, pudieron mantener su ideal de independencia y libertad de toda dominación extranjera.

Recordemos las palabras del presidente Avellaneda al decir en un aniversario de la batalla de Maipú en 1880 que: “los pueblos que se apoyan sobre tumbas gloriosas son los que mejor vislumbrarán el porvenir.”

Argentinos “¡VIVA LA PATRIA!”

 

(*) Coronel (R) – Magister en Historia de la Guerra – Miembro de número del Instituto Argentino de Historia Militar.