La vida empresarial, al menos para algunos sectores de la sociedad argentina, cuenta con “mala fama”. Suele asociarse, sin más, a la búsqueda del lucro como fin exclusivo de la vida económica, o a la consolidación de un modelo económico capitalista “salvaje” que produce la desigualdad social en aras de la maximización de las ganancias para exclusivo beneficio de los empresarios.
Sucede que este prejuicio hacia la vida empresarial se despeja una vez que se descubre que la auténtica concepción de la empresa es otra y que, además, funciona. Basta, nomás, remitir a experiencias argentinas como las de la Cristalerías Rigolleau bajo la dirección del venerable Enrique Shaw (1921-1962) o el parque industrial Villa Flandria cuyos orígenes se remontan a la acción de Julio Steverlynck (1895-1975). En ambos casos, conviene destacarlo, la inspiración se debe a la Doctrina Social de la Iglesia aplicada en el ámbito de la vida social-económica.
En este sentido, el mismo Enrique Shaw es autor de un trabajo en común con Carlos Domínguez Casanueva titulado “La empresa, su naturaleza, sus objetivos y el desarrollo económico”. Fue presentado en el XI Congreso Mundial de la Unión Internacional de Asociaciones Patronales Católicas (UNIAPAC) realizado entre el 27 y el 30 de septiembre de 1961 en Santiago de Chile. En esta nota apuntaremos algunas ideas iniciales de su aporte intelectual ligado, de modo estrecho, a la experiencia empresarial concreta.
Shaw y Casanueva señalan que el objeto de su trabajo es “analizar los auténticos objetivos de toda empresa comercial y demostrar que alcanzados, contribuyen no sólo al desarrollo humano y dinamismo económico que un clima de paz social, necesita y espera Latinoamérica, sino que, sin sacrificar el legítimo interés propio, aún material, de cada empresa, asegura su estabilidad y porvenir”.
Luego de haber expuesto y respondido a la concepción individualista de la empresa, los autores se detienen en ofrecer una concepción auténtica de la misma. Señalan que la empresa es “la institución característica fundamental de toda sociedad industrial” –Shaw y Casanueva escriben en 1962–. Precisan que “en la empresa los derechos son proporcionales al aporte de cada uno al proceso productivo; en ella cada uno aporta una contribución material y conserva la propiedad de lo que aporta”. Debe prestarse mucha atención a lo que dicen inmediatamente: “Es decir que unos aportan los medios de producción y son propietarios de los mismos y otros su trabajo pero no lo transfieren, porque el trabajo, como enseña la Iglesia, es inseparable de la persona del trabajador y ésta no se puede transferir (si no fuera así, sería legítima la esclavitud)”.
Con el correr de los años, a 90 años de la aparición de la Carta Encíclica Rerum novarum de León XIII (5 de mayo de 1891), el papa san Juan Pablo II publicaría la Carta Encíclica Laborem exercens (14 de septiembre de 1981) sobre el trabajo humano en la que afirma que “el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del hombre” (LE, 3).
Shaw y Casanueva agregan que “al igual que todo grupo humano organizado, la empresa tiene un bien común específico que, derivado de su naturaleza y de sus objetivos, le es propio y por lo tanto debe ser tomado en consideración por todos sus miembros”.
En resumen –concluyen a propósito de la naturaleza de la empresa–, ella “no debe ser considerada como integrada solamente por propietarios de los medios de producción sino como unidad de producción, en la que los elementos que la integran (aportes de trabajo y aportes de capital) se vinculan entre sí mediante sus diversos aportes y donde el respeto mutuo debe estar asegurado por la estructura misma de la empresa”.
En próximas notas seguiremos desarrollando otras ideas que ambos autores ofrecen en “La empresa, su naturaleza, sus objetivos y el desarrollo económico”.
Las clases dirigentes argentinas suelen tener como referencia a otros países que son considerados como “ejemplos de desarrollo”. Sin perder de vista que resulta razonable tener en cuenta estos casos, conviene recordar que la Argentina debe engrandecerse adoptando soluciones que respondan a la propia realidad social. A los problemas nacionales se los soluciona con respuestas nacionales. Como puede apreciarse a partir de los aportes de Enrique Shaw, de Carlos Domínguez Casanueva y tantos otros dirigentes empresariales que, a su vez, invirtieron sus energías en el estudio y en la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia, los argentinos contábamos y seguimos contando con una clase empresarial que, si se compromete y coordina sus acciones con la clase política, puede lograr “sacar adelante” a nuestro querido país. Además de inteligencia, por supuesto, se requiere quererlo y actuar con criterios de eficacia.