Siete días de política
Alberto Fernández se radicaliza; Rodríguez Larreta se reposiciona
El alza de contagios produjo cambios en el tablero. Fernández se subordinó a las necesidades de Kicillof y Rodríguez Larreta cambió el estilo zen para ponerse a la cabeza de la oposición.
El fracaso del plan de vacunación terminó por impactar de lleno sobre el gobierno y obligó a los principales actores políticos a redefinir posiciones. En el oficialismo Alberto Fernández abandonó la retórica del consenso y se alineó detrás de la estrategia de Axel Kicillof.
En la oposición, Rodríguez Larreta se distanció de Fernández al verlo caer en picada. Se había aferrado a él cuando estaba en ascenso, lo que lo catapultó en las encuestas hasta convertirlo en presunto “líder de la oposición”. Lo abandona ahora con un “timing” impecable. El presidente además le facilita la tarea atacándolo para satisfacer a la vice y al kirchnerismo beligerante. Lo acusa de oportunismo, pero sus andanadas al mismo tiempo lo justifican. Nada sorprendente en alguien al que se le desmagnetizó la brújula hace rato.
Fernández sufre un proceso acelerado de pérdida de autoridad y de poder. Ya la última palabra en su gobierno ni siquiera la tiene su vice, sino el gobernador bonaerense. Sus ministros, además, no están al tanto de las decisiones que toma el verdadero círculo de áulico: Cristina Kirchner, su hijo Máximo, Axel Kicillof y Sergio Massa.
Esto explica la sorpresa causada por los anuncios sobre el cierre de los establecimientos educativos y la drástica reducción de la actividad comercial. Las medidas descolocaron a los ministros de Educación y de Salud que pocas horas antes las habían descartado.
¿Qué había pasado? Que Fernández se allanó a la demanda de Kicillof de que la Ciudad de Buenos Aires fuera obligada a suspender las clases presenciales.
El gobernador planteó esa exigencia porque consideraba inevitable cerrar las escuelas en la provincia y no quería ser el único en adoptar esa resistida decisión. Las escuelas son una de las pocas cosas que controla para reducir la circulación de personas, porque el conurbano es tierra de nadie; ahí el control del Estado es mínimo. Durante la cuarentena de 2020 no hubo manera de contener la circulación de personas en el segundo y tercer cordón.
Kicillof no quería pagar el costo por una medida previsiblemente impopular. A los pocos minutos del mensaje presidencial ya estaban sonando las cacerolas en la puerta de la Quinta de Olivos. En cambio, nadie fue a La Plata a repudiar al gobernador.
Ese fue el disparador de la radicalización de Fernández, de sus ataques a Rodríguez Larreta, de su aparente incoherencia, del deterioro de su gabinete, de sus argumentos que chocan contra la realidad, de sus estadísticas controvertidas. También de la catarata de acusaciones al “relajamiento” de los operadores de salud, a los niños discapacitados y a cualquiera que se le ponga a tiro. Antes habían sido los “runners” y los “surfers”. Improvisa cada vez que sus decisiones no satisfacen al poder real y para justificarse recurre a excentricidades. Resultado: su aislamiento es cada vez más ostensible.
El afán de satisfacer a la vice y sus operadores es la razón de que sólo una semana después de anunciar medidas para reducir la circulación, anunciara otras nuevas sin dejar transcurrir un tiempo mínimo para evaluar las primeras.
Ese es asimismo el motivo de que Cristina Kirchner haya desaparecido de escena. El pararrayos ya no son los ministros, sino el presidente. De su gran electora nada se sabe.
Hasta aquí las tribulaciones de Fernández, su radicalización y su gabinete paralizado, incluido el ministro Guzmán que con la inflación desatada deambula por Europa y consulta al Papa (otro desaparecido junto con el episcopado).
Ante el aumento de las muertes y contagios ¿cómo reaccionaron los opositores? Con la adhesión de Rodríguez Larreta a la línea combativa del PRO, pero no mucho.
El jefe de gobierno porteño había sufrido el maltrato público de Fernández en silencio. Su docilidad lo llevó a perder varios puntos en las encuestas mientras crecían competidores como Patricia Bullrich. La desorientación de Fernández le dio una oportunidad de retomar la iniciativa a partir de una causa que es todo ganancia, como la educación, y con el auxilio de la Justicia. No confrontó desobedeciendo las órdenes presidenciales; judicializó el conflicto. Tampoco era cuestión de tirarse solo a la pileta. Rodríguez Larreta es de los que van a la playa con un termómetro para medir la temperatura del agua.
Pero de ahora en más tendrá a encabezar las cargas contra el gobierno, si quiere ser presidenciable. Tiene al mismo tiempo que administrar un distrito que el peronismo quiere pulverizar por razones obvias. Cuenta sin embargo a su favor con la incapacidad de Fernández y el desastre económico que provocó y que es incapaz de revertir antes de las elecciones. No es poca ventaja.