Acuarelas porteñas­

Yo vivo en una ciudad (invivible)­

­Medio siglo atrás, Miguel Cantilo, en la canción del título, deploraba que los porteños aún usaran gomina y tuvieran prisa por llegar a la oficina. Con todo, esa ciudad, hoy, es añorada aún por quienes, como el letrista, temían entonces que un coiffeur policial se ocupara de sus largas cabelleras. 

La Buenos Aires actual, es una muestra de suciedad, desorden y peligro. Señalaremos algunos de sus aspectos -exteriormente pintorescos- que, hasta poco tiempo atrás, sólo se daban en las ciudades más atrasadas del planeta. Nos asomaremos, luego, a otros más sombríos, que no dan lugar a la ironía. 

* Los peor dotados de los runners suicidas: Hará unos quince años, avisté al primero. Corría por Figueroa Alcorta, cuando ya había anochecido, por plena avenida, cuando podía hacerlo por la ancha vereda. Iba de espaldas al tránsito, que casi lo rozaba, con estudiada indiferencia. Ahora, son miles. Corren entre los autos, desafiando a la muerte, como si encontraran en ello algún ribete heroico. (Lo de runners, lo empleo porque algún funcionario tonto dio carta de ciudadanía a ese vocablo cuando los culpó de difundir la pandemia. Para mí, son tipos que salen a correr).­

* Ciclistas vocacionalmente sordos: Aunque tengan bicisenda disponible, van por el medio de la calle. O por su mano más rápida. Además, lucen ostensiblemente sus auriculares. Con los que oyen música a nivel ensordecedor, que alcanzan a oír, también, quienes van por la vereda. De noche, ninguna luz indica su presencia, ni la de su vehículo a pedal.­

* Motoqueros de contramano: Puede ser de día o de noche. Vienen rápido. Y doblan, a toda velocidad, para acceder a calles de sentido contrario a su rumbo. En otras palabras, se meten de contramano. También reniegan de las luces identificatorias. Cuando siguen el sentido de la calle, zigzaguean, resultando invisibles para todo espejo retrosivor. ­

* Tracción a sangre humana: En Buenos Aires, desde 1967, está prohibida la tracción a sangre, esto es, la circulación de vehículos tirados por animales. Además de mejorar la calidad del tránsito, de seguro, se quiso evitar riesgo para las nobles bestias. Sin embargo, desde hace dos décadas, de día y de noche, seres humanos se juegan la vida acarreando carritos repletos de cartones y de otros materiales que rescatan de la basura. Ninguna luz, frecuente contramano. ­

­ENFERMA DE GRAVEDAD­

­Esto es una vida urbana enferma de gravedad. Y no es de difícil remedio. Ni en nuestra ciudad, ni en otras de nuestro país, estragadas por iguales anormalidades. A una sociedad la retrata su comportamiento en la vía pública. Y ese retrato, que no nos favorece, es coloreado por quienes tienen la responsabilidad de gobernar. Ignoran el caos. Más aún, parecen desatenderlo con toda intención.  Ejemplo visible: la conducta pasiva de una policía de tránsito absolutamente inútil, que, en cada esquina, luce enfrascada en sus teléfonos celulares­

Un aspecto menos carnavalesco, pero más peligroso, es la invasión de la vía pública por un ejército de marginales. Sólo los más pacíficos de ellos se conforman con dormir su borrachera en una vereda céntrica. ­

Ese ejército de sombras que domina el espacio público, tan pronto pide agresivamente una limosna -o una compra- como arrebata o comete delitos de sangre. ­

Un famoso intendente, Rudolph Giuliani, le devolvió a Nueva York la seguridad, erradicando el lumpen callejero. Afirmaba, con razón, que la gente, en la calle, es peligrosa para sí misma y para los demás. Aseveración ciertísima, en la Buenos Aires de hoy. ­

Sobran cuarteles vacíos para alojar a los sin techo. Y para enseñarles un oficio y darles una instrucción. Nada imposible, canalizando adecuadamente los fondos que se dilapidan en una pésima asistencia social, que alimenta más a la política que a los necesitados. ­

Entonces, sí, el merodeo puede ser penado. Cosas, ambas, la verdadera ayuda y la penalidad, que ya son urgentes.­