LA MIRADA GLOBAL

Estados Unidos traicionó a a la República Saharaui

La larga crisis de Medio Oriente, de naturaleza existencial para Israel, no ha terminado. Ni se ha resuelto. Pero en las últimas semanas han sucedido cosas verdaderamente extraordinarias, que parecen haber modificado sustancialmente su naturaleza. 

Me refiero al acercamiento de Israel y algunos países árabes, consecuencia de tener todos ellos un peligroso y desequilibrante enemigo común: Irán. Esta novedad tiene sus razones de ser. Y parece haber sido, en alguna medida, consecuencia de la activa política exterior de los Emiratos Árabes Unidos y de Bahrain. La primera ha hasta utilizado ya su importante y moderna capacidad militar en las crisis de Libia y de Yemen. La segunda, recordemos, considera a su propia minoría “shiita” como si fuera una suerte de “quinta columna” iraní, que hoy opera perversamente en su propio seno. Veamos cuales pueden ser, muy sintéticamente, las principales razones de lo antedicho.

Según algunos, ellas son:

  1. La generación inmediata de nuevas oportunidades recíprocas importantes en materia de comercio e inversión, que hasta ahora estaban postergadas.
  2. El deseo evidente del Estado de Israel de no seguir aislado” en su propio rincón del mundo.
  3. Poder presentar ante la posteridad los ahora llamados Acuerdos de Abraham, entre Israel y algunos países árabes, como un “triunfo mayúsculo” de la errática política exterior de la agonizante administración de Donald Trump.
  4. Postergar una vez más a los palestinos, que se constituyeron en una piedra inconmovible en el camino de la política externa de la administración norteamericana saliente.
  5. Condicionar estratégicamente -aún más- a Irán, el violento e incansable enemigo común.

Marruecos colonial

El acercamiento promovido por los norteamericanos acaba de incluir también la llamada normalización de las relaciones externas entre Marruecos e Israel. Pero lo cierto es que Marruecos cobró a los EEUU un alto precio para suscribir el acuerdo respectivo. Y ese precio lo terminó pagando un tercero: la población originaria del Sahara Occidental: el pueblo saharaui, al que los EEUU e Israel de pronto traicionaron, reconociendo la soberanía marroquí sobre el disputado territorio del Sahara Occidental.

Recordemos que Marruecos se apoderó por la fuerza del Sahara Occidental tan pronto como España, que fuera en su momento la potencia colonial de ese extenso y árido territorio, renunciara, cansada, a seguirlo gobernando.

El aludido reconocimiento norteamericano va diametralmente en contra de las distintas resoluciones sobre este caso en particular emanadas de las Naciones Unidas, que prescribieron la realización de un referendo de auto-determinación entre la población saharaui, lo que fuera bloqueado y torpedeado siempre por Francia y por Marruecos, en una actuación coordinada y conjunta. 

En 1975, Marruecos anexó –militarmente y por la fuerza- la mayor parte del territorio del Sahara Occidental, que, por lo demás, había invadido con la tristemente llamada Marcha Verde. La violencia así desatada duró hasta 1991, cuando las Naciones Unidas lograron un cese el fuego provisorio. 
Hoy, unas 38 naciones reconocen al Frente Polisario (en representación de los saharuis) como vocero auténtico de la República Árabe Democrática Saharaui, que cuenta con el respaldo abierto de Argelia y es, además, miembro de la Unión Africana desde 1984. Todas esas naciones han quedado desairadas de un plumazo, que tiene, respecto de ellas, un impacto que puede calificarse de vergonzoso.

Quizás por esto es que la violencia parece, de pronto, haber regresado al desierto del Sahara. Porque las lentas conversaciones de paz entre las partes del conflicto de soberanía que afecta al Sahara Occidental han sido ahora frontalmente degradadas por el reconocimiento norteamericano, tan repentino como innecesario e imprudente. 

Más de 100.000 saharauis viven hoy pacíficamente en ordenados campamentos emplazados en territorio que muchos tienen por argelino. Lo hacen con una ejemplar actitud de austeridad, en donde han estado viviendo por décadas, sin emitir discursos violentos, ni violar el status quo. 

Los he visitado personalmente, lo que ha dejado huellas realmente muy profundas en mi espíritu y ratificado por cierto mi visión y análisis genérico de la dilatada crisis, aún no resuelta, a la que me estoy refiriendo. 

Luego de esto, siendo los Estados Unidos un Miembro Permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, parece virtualmente imposible que la crisis del Sahara Occidental se resuelva en más dentro en esa organización multilateral. Lo que es muy lamentable y no es para aplaudir, por cierto.

La posibilidad misma de un referendo de autodeterminación prometida expresamente a los saharauis, ante lo sucedido, se ha diluido enormemente. Por ello ese pueblo ha sido el “pato de la boda”, sacrificado innecesariamente por los EEUU ante la constante presión de Marruecos, en busca de sus propios objetivos nacionales, que poco y nada tienen que ver con la paz en Medio Oriente.

Lamentablemente, esto es lo que ha sucedido efectivamente. Los saharauis han sido claramente sacrificados en el altar de Medio Oriente, que tiene otros dioses y otras liturgias. 

La conducta norteamericana que, por décadas, había de alguna manera contenido a los saharauis, de pronto los ha abandonado, como si simplemente no existieran, ni tuvieran los derechos que les han sido reconocidos expresamente en las Naciones Unidas. 

El daño no es menor, por cierto. Es enorme. Nada hay que festejar, salvo en Marruecos, que puso un elevado precio a su cooperación con los EEU e Israel y que ya lo cobró. Con creces. Triste, pero no hay margen para tratar de disimular la gravedad de lo que ha sucedido.