Si se intentase, como es habitual, hacer un balance del año que se cierra, (felizmente) habría que partir de un disclaimer, de una prevención al lector: se está haciendo un balance de doce meses que no existieron. Un conjunto vacío de horas, días y meses, donde la vida se paralizó como en una película de ciencia ficción de los años 70 y los personajes quedaron congelados y al despertar advirtieron que el calendario había saltado a 2021, sin que guardasen memoria de lo transcurrido u ocurrido en 2020.
Esto es cierto en las dos terceras partes de la tierra, al menos. La decisión de proteger a la población de alto riesgo, por edad y comorbilidad, a cualquier costo, a todo evento y a rajatabla, borró a 2020 del GPS de la historia. Algún día se verá si se trató de una decisión o de 150 decisiones, tomadas por miedo y especulación electoral o una subordinación a la corrección política que obligó a todos los gobiernos a suicidar y condenar a su sociedad a tremendos costos de salud mental, física y económica que no se han evaluado aún, pero que irán surgiendo con terrible inexorabilidad en las épocas por venir.
Socialismo sanitario
En una suerte de socialismo sanitario, se eligió redistribuir la salud, prorrateándola entre los sanos, los enfermos y los muertos. Entre los jóvenes, los adultos, los octogenarios. El efecto será igual al de todo socialismo y toda redistribución. Los muertos estuvieron lo mismo con cualquiera de los métodos utilizados, casi matemáticamente, pero los efectos colaterales serán mucho más graves sobre los individuos que con cualquier otro. Cualquier médico de hospital ya empieza a dar testimonio en voz baja de los efectos colaterales del encierro en la salud de la sociedad, sin incluir los efectos económicos en la acción humana y en la propia sanidad. Basta pensar en el próximo virus para comprender que, si se vuelve a usar para enfrentarlo el mismo criterio que con éste, la enfermedad será el confinamiento, no el SARS, y los efectos serán finales.
El 2020 no fue vivido, no existió, pero no por el virus, sino porque así lo decretó la burocracia mundial multiforme, que decidió redistribuir la salud. Al igual que cuando se intenta redistribuir la riqueza, los gobiernos intentaron redistribuir la vida de las personas, que tampoco le pertenecen, como no les pertenece la riqueza. Con el mismo resultado paradojal y nefasto. Habrá que ponerlo en términos brutales, como se explica brutalmente la razón de las desigualdades económicas. Los gobiernos decidieron anular las ventajas comparativas sanitarias de sus ciudadanos, (ser joven, ser mujer, ser de origen africano o indio, no tener enfermedades congénitas o hereditarias) y también las ventajas competitivas (cuidarse, mantenerse sano, hacer actividad física, no caer en excesos alimentarios o de cualquier otro tipo, seguir los consejos médicos, tratarse). Por supuesto, siempre poniendo los mismos falsos argumentos que se usan para lo económico: la compasión, la solidaridad, la lástima y la justicia social. Y la justicia divina, de paso, para no olvidar a los que abogan por la solidaridad de los otros en nombre de Dios, que se supone que dejó pasar el virus.
Las otras muertes
El resultado no es solamente ese vacío de almanaque, sino los efectos en la salud y en la muerte que ya ocurrieron, aunque sin relevamiento histérico periodístico ni burocrático, más todos los tratamientos postergados, las operaciones no hechas o hechas fuera de tiempo, los chequeos vitales, los suicidios, los daños psicológicos irreparables sobre todos en los niños sin escuela ni interrelación humana, escasez sináptica permanente. Si se agregan los efectos en la salud que tendrán los resultados económicos de semejante experimento social, los muertos sanos serán en poco tiempo mucho más que los muertos enfermos.
Un año vacío de vida, pero no de consecuencias. La globalización, o sea la libertad de comercio, que ayudó más que ningún otro sistema, ideología, plan o solidaridad a reducir la pobreza y aún la desigualdad, se paralizó y se redujo en un instante. Curiosamente, en la línea de lo que venían pidiendo los proteccionistas económicos de siempre. También la globalización fue un pacificador. Efecto que ahora desaparecerá.
El futuro es negro para la economía. Pero lo es peor para la salud. Que sufrirá el doble efecto de la imposibilidad material de costearla y las consecuencias de un sistema mundial de inútiles a cargo en todos los países y en las orgas internacionales como la OMS, cooptadas por el negocio y la conveniencia de grupos aviesos, inescrupulosos y sin límites. Y cuánto más solidaridad sanitaria se reclame, peor será el resultado. Países como Estados Unidos, tradicionalmente injustos en su sistema de salud, lo harán aún peor. Atrapada la economía entre el delirio racial republicano que hace de su política un Tea Party palinesco obstruccionista y obcecado permanente y las bases políticas de los demócratas en poder de los sectores populistas de la inmigración latina documentada, USA enfrenta una doble pinza que terminará por descalcificar su economía y crear una masa de mendigos muriéndose en las calles.
El derecho a la ignorancia
2020 fue vacío. Pero no fue inocuo. Eso se ve más claramente cuando se analiza la situación específica de Argentina. El año no existió en materia de educación, por caso, pero sirvió para acelerar el proceso de deseducación de los niños y jóvenes, para terminar de destrozar el sistema de evaluación y promoción y hacerle perder todo valor al mérito. Para consolidar la indoctrinación como sistema válido de propagando a través de los textos y la gran mayoría de los docentes. Para confundir el crimen de la negación de educación con militancia, para aumentar la masa de ignorantes votantes sin futuro, sin ideas y sin voluntad. Volver atrás es imposible. Simplemente. Hasta las familias consideran un derecho la ignorancia.
En materia de salud, también 2020 estuvo vacío de compromiso y respeto por la comunidad, que fue maltratada intra y extra pandemia, tanto en lo sanitario como en los abusos de los sátrapas vecinales, provinciales, ministeriales. Pero estuvo lleno de sospechas de negociados, de incompetencia como mínimo en la compra de las vacunas, (episodios que apenas han comenzado) de payasescas declaraciones del ministro de Salud, y de su par de la Provincia de Buenos Aires, de datos falsos y comparaciones mentirosas, de testeos que nunca llegaron a un número aceptable, de compras de apuro sin control y sin licitación. Y por el mismo precio, con la sospecha latente de que el sistema de cuarentenas fue inventado para controlar a la sociedad, sistema que tanto ama el peronismo, y que se aprecia más claramente en muchas provincias.
Y como remate, la reciente amenaza de Cristina Kirchner de reformar el sistema de salud, que otra vez amenaza con un golpe mortal al sistema de salud privado que tanto la molesta, como ocurrió con la jubilación privada, con una confiscación que fue el punto de partido de la destrucción del sistema jubilatorio. En ese contexto, con tal herencia el futuro de la salud no existe. Y menos existe en las zonas donde más falta hace. La amenaza latente de desmantelar o desfinanciar los hospitales de CABA muestra que no hay límites en el deterioro programado. Para la sociedad, el 2020 no existió. Para el peronismo, franquicia kirchnerista, no sólo existió, sino que fue muy rentable en todo sentido. Morirán muchos gracias a estas políticas. Y no de 80 años ni de comorbilidades, precisamente.
Mientras la sociedad dormía el sueño inducido del coma pandémico, el peronismo cristinista (el único) en cambio, no descansó. Aprovechó cada coyuntura para sacar alguna ventaja. La cámara de Senadores es apenas un ejemplo de cómo se usó la cuarentena para robarse las instituciones. Y al mismo tiempo avanzar sobre la justicia, esencia de la República. Y en breve se verá su efectividad para manosear el sistema electoral.
Hiperinflación imparable
Mientras tanto, en medio de la parálisis de gestión, que se achaca a la pandemia en vez de a la inutilidad o a la militancia ciega, se avanza con una emisión que preanuncia una hiperinflación imparable, con un mecanismo de reparto de ingresos que no será posible revertir y que también tendrá efectos dramáticos sobre la economía, al igual que la postergación en la actualización de las tarifas, que Cristina ha decidido que no conviene aplicar. En el nombre del virus se pateó la deuda externa para que la pague o la defaultee el próximo gobierno, se posterga ahora la negociación con el FMI esgrimiendo la lástima por los pobres que se han fabricado, se ataca de nuevo la inversión privada, se aumentan impuestos, se “resuelve” el problema de la deuda interna en pesos convirtiéndola en deuda ajustable en dólares, un sistema gratuito de dólar futuro. Mientras la sociedad dormía en vida latente por el coronavirus, el peronismo trabajaba a full. Un año estéril para la sociedad. Pero con una gran cosecha para el proyecto kirchner-camporista de sucesión hereditaria.
Es posible – ojalá – que alguna de las vacunas que sirven lleguen finalmente a Argentina y es posible - ojalá- que ellas se apliquen y resuelvan o atenúen no sólo el problema de la pandemia sino el grave problema de las dependencias estatales cerradas o semiparalizadas. Y también es de esperar – ojalá – que el país pueda recuperar a pleno sus derechos a desplazarse, comunicarse, importar, exportar, vender y comprar. Pero lo que se ha perdido este año en blanco no se recuperará jamás. Ni en lo económico, ni en lo social, ni en lo institucional ni mucho menos en la salud. La salud ya ha sido redistribuida y la sociedad ha perdido en ese reparto, como en toda redistribución. Ganaron, como siempre, los burócratas. El daño infligido a la salud pública por este gobierno en esta cuarentena, continuidad y remate del que hizo sistemáticamente el peronismo desde la gestión de Nestor Kirchner, es irreversible. Será visible. Tal vez la UCA, en su eterno afán de justicia social, debería medirlo junto con el número de pobres que se incorporan a los padrones.
También 2021 corre el riesgo de ser un año vacío, o peor, lleno de dramas sociales que se han sembrado en este período infértil, en un terreno muy fértil abonado por el populismo barato, corrupto y perverso. Cuesta trabajo hacer votos para que sea un año feliz. Ojalá lo sea.