La biblioteca de La Prensa
POR CARLOS MARIA ROMERO SOSA
Vicente Blasco Ibáñez
Creada en 1897 por el fundador de La Prensa, José C. Paz, para 1910 cuando tuvo oportunidad de frecuentarla Blasco Ibáñez, contaba ya con miles de volúmenes debidamente clasificados para la consulta de lectores y estudiosos. Buen conocedor de los hombres y sus capacidades para la ejecución de grandes proyectos, el doctor Paz puso a su frente al jurista, lingüista y antropólogo francés Charles de Lahitte (1856-1927) que la organizó permitiendo así su apertura al público hacia los finales de 1899.
Detengámonos pues en su primer director, un noble nacido en el castillo de sus mayores que recibido de abogado en la Universidad de Toulouse, formó parte del Consejo Municipal de Gers. Aunque la biografía más completa suya al presente puede consultarse en el tomo IV del Nuevo Diccionario Biográfico Argentino de Vicente Osvaldo Cutolo, valga notar que luego de viajar por Oriente, interesado por su lejana cultura, con el bagaje de sus conocimientos históricos, arqueológicos y el dominio de varios idiomas, llegó a Buenos Aires en 1888 desde donde se trasladó a Santa Fe, requerido por el gobernador José Gálvez, encargándosele allí dictaminar si su suelo era apto para cultivar la vid. Después viajó a Formosa donde fue Juez Territorial al tiempo que, tanto en ese territorio nacional como en el Paraguay, realizó observaciones etnográficas sobre la tribu de los Guayaquis o Guayaquíes, trabajos de campo informados en varios artículos dados a conocer en La Nación que le valieron ser incorporado al personal científico del Museo de La Plata. Docente en colegios nacionales y en la Universidad de Buenos Aires; colaborador de La Nación y miembro de la redacción de La Prensa; secretario del Observatorio Astronómico de La Plata, designado por Joaquín V. González; colaborador de Paul Groussac en la fundación de "Le Courrier FranÇais", lució en su pecho las palmas académicas de Francia. Una calle de la ciudad de Buenos Aires en el Parque Centenario lo recuerda desde 1982. Su nieto, el historiador y genealogista, licenciado Carlos Tomás de Pereira Lahitte, quien fuera hasta su muerte en 1990 jefe de la Biblioteca del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto y un agudo investigador, aparte de otros temas como ser la historiografía naval, rastreó también los orígenes familiares de los Lahitte y la trayectoria de su antepasado. Solía destacar la amistad de éste con José C. Paz y la memorable labor cumplida al frente de la Biblioteca de La Prensa.
En tanto se colmaban con los años sus anaqueles y se habilitaban otros debido a las donaciones y las propias adquisiciones, era sitio privilegiado para hallar piezas no existentes incluso en bibliotecas oficiales. Recorrieron su sala Albert Einstein, Jacinto Benavente, Giacomo Puccini, Georges Clemenceau o el escritor y diplomático brasileño Ruy Barbosa en sus visitas al país durante las primeras décadas del siglo XX. Los tiempos en que el sabio Florencio de Basaldúa polemizaba en las páginas del periódico con Unamuno, en defensa de la lengua vasca y cuando resultaba habitual distinguir en la Biblioteca las presencias de los grandes redactores del matutino, así la de Estanislao S. Zeballos, el filólogo Matías Calandrelli, el escritor español Francisco Grandmontagne y hasta la de un cronista parlamentario y aventajado estudiante de medicina que hacía en el diario las primeras armas en el periodismo: Juan B. Justo. También las de las propias autoridades de La Prensa como Ezequiel Paz, Adolfo Dávila, Manuel de Rezabal u Horacio Castro Videla.
En 1936 la Biblioteca y su hemeroteca se trasladaron al primer subsuelo de Rivadavia 552; a un salón con capacidad para ciento veinte personas. Entonces lo frecuentaban aparte de numeroso público y estudiantes secundarios y universitarios, los notorios colaboradores del suplemento literario Arturo Capdevila, Alfredo R. Bufano, Bernardo González Arrili, Juan Carlos Dávalos -cuando bajaba de Salta a la Capital-, Ricardo Sáenz Hayes -en sus viajes al país durante sus vacaciones de la corresponsalía del diario que ejercía en París-, Manuel Peyrou o el médico y humanista Osvaldo Loudet. Pronto a dar cabida las columnas de La Prensa a numerosos intelectuales republicanos españoles "transterrados" (José Gaos dixit) con motivo de la Guerra Civil, entraban y salían de Rivadavia 552, cuidadosos portadores de libros en préstamo, figuras de la talla de Leandro Pita Romero, Joaquín Piñol, Claudio Sánchez Albornoz y Menduiña o Pedro Massa.
Desde 1951 cuando La Prensa fue expropiada, la biblioteca dejó de funcionar por más de cinco años. Luego de la recuperación por parte de la familia Paz, reabrió sus puertas el 7 de mayo de 1956. La dirigieron varios años el profesor de dibujo, escritor y bibliotecario Carlos Alberto Giuffra en dato aportado por Mario Tesler y el también bibliotecario Hilario Micelotta, autor en 1971 de un libro sobre la quinta presidencial de Olivos entre otra biobibliografía suya rastreada por Eduardo Fusero. Cabe evocar asimismo en esas funciones a Abel Torres y a la señorita Sara Albarracín, que a su pericia en la materia acorde con sus antecedentes laborales cumplidos en bibliotecas populares, sumaba su disposición para atender los pedidos de los lectores con muchos de los cuales gustaba recordar a su abuelo: el doctor Ignacio Lucas Albarracín, sobrino bisnieto de Sarmiento y propulsor de la primera Ley Nacional de Protección de Animales, N° 2786 sancionada en 1891, demostrando Sara Albarracín en sus charlas, y podemos dar fe de ello, especial preocupación por nuestros hermanos menores en la escala zoológica, como los nombraba.
Menciona alguna crónica sobre la Biblioteca, que para 1962 contaba con 45.000 volúmenes y concurrían a consultar su acerbo alrededor de 80.000 lectores al año. Entre esos libros y muchos otros más que fue incorporando, se encontraban verdaderos tesoros bibliográficos y ni qué hablar de las libros con dedicatorias ilustres, por ejemplo entre los de sus colaboradores hispanos transoceánicos varias obras de Azorín, de Ramón Pérez de Ayala que cubrió la Primera Guerra Mundial en calidad de corresponsal de La Prensa, de Salvador de Madariaga, de Jesús de Galíndez, un admirado amigo del director Alberto Gainza Paz y cuyo secuestro perpetrado el 12 de marzo de 1956 y su posterior asesinato por esbirros del dominicano dictador Rafael Trujillo en Nuevo York, tanto denunció al mundo La Prensa. Y entre las producidas por colaboradores americanos, cualquier lector podía acceder a novelas y ensayos autografiados por el colombiano Germán Arciniegas, el venezolano Arturo Uslar Pietri y el cubano Guillermo Martínez Márquez, a título ejemplificativo.
En las décadas del setenta y ochenta del pasado siglo no era extraño advertir recorriendo con la vista los estantes para reconocer en los lomos la última novedad en las materias de sus inquietudes y especialidades, al filósofo Jorge L. García Venturini; a los poetas Antonio Requeni, Jorge Calvetti y Santiago Sylvester; al periodista Alfredo Bufano (h), al rector del Colegio Nacional Carlos Pellegrini, Álvaro Cartelli; al político conservador y pensador Emilio J. Hardoy; al intelectual socialista Luis Pan o al intelectual católico y nacionalista Patricio Randle.
La Biblioteca continuó siendo visitada provechosamente por notables y anónimos. Y un caluroso enero de 2003 debió cerrarse, habiendo funcionado hasta el 30 de diciembre del año inmediato anterior y marcando un verdadero ejemplo secular de brindar beneficios a la comunidad sin pedir nada a cambio al Estado, en una actividad societaria de La Prensa que cabe tomar como antecedente ejemplar de la llamada Responsabilidad Social Empresaria cuya práctica se inició en el país a principio del siglo XXI.
Se trasladaron entonces los libros a Azopardo 715 donde desde 1935 funcionaron los talleres del diario y hoy también su redacción y las secciones comerciales. Como en un relato por entregas, esperamos su final feliz, es decir la apertura de la Biblioteca al público lector, cuando lo juzguen posible las autoridades del sesquicentenario órgano de prensa.