A la una de la mañana de hoy, hora argentina, Joseph Robinette Biden Jr. se dirigió al pueblo americano como virtual cuadragésimo sexto presidente electo de Estados Unidos. Seguramente Donald John Trump se ocupará de no permitirle disfrutar de este momento de victoria, al tapizarle la transición con una oleada de juicios – en los que es un maestro – acusándolo de un fraude masivo nacional, organizado con la complicidad de varias decenas de miles de personas, básicamente a raíz del conteo de los votos por correo, un sistema válido y habitual que se potenció con la pandemia y con una inusual cantidad de votantes, tanto presencial como postalmente.
Los estados tienen distintas leyes preexistentes sobre cómo y cuando contar esos votos por correo. Eso mostró los resultados de un modo diferente en cada distrito, lo que presentó grandes variaciones súbitas en el conteo. A ello se agregó que el presidente había pedido a sus partidarios que se abstuvieran de votar anticipadamente y que lo hicieran en los lugares de voto, por lo que la mayoría de los ballots postales fueron para los demócratas. Ahora se suma el miedo de ser acusados de fraude por cualquier cosa, por eso las demoras del jueves y ayer.
En su discurso leído casi sin énfasis y en soledad, sin el vicepresidente dando su apoyo en un momento crucial, Trump hizo una mezcla de acusaciones vagas, a lo que agregó críticas al gasto de la campaña demócrata, referencias a la elección de 2016, y ataques a los medios que, con la reciente deserción de Fox News, han pasado en su opinión a ser todos sus opositores. Algunos medios le devolvieron la bola envenenada, dirían los fanáticos del béisbol, y cortaron la transmisión de su discurso, lo que no fue muy profesional.
La cantidad de denuncias en las redes sobre irregularidades de todo tipo y con números siderales no parecen haberse reflejado con planteos puntuales y concretos en los lugares de conteo de todo el país, o por lo menos no han sido reportados, salvo pocos casos bajo análisis, por lo que habrá que ver la solidez y viabilidad de los juicios conque amenaza el todavía mandatario. Inclusive el pedido de recuento de votos está reglamentado con precisión en la mayoría de los estados y counties, con lo que ese recurso está limitado por las simples matemáticas.
A esta altura, el mundo está dividido entre los que creen que han sido víctimas del mayor fraude electoral de la historia y los que piensan que han sido víctimas del mayor fraude vía fake news de la historia. En eso fue exitoso el presidente.
La transición
En cambio, sí parece estar creciendo la tendencia entre los gobernadores y líderes del partido republicano de tratar de convencer a Trump de la necesidad de aceptar el resultado y comenzar a preparar la transición y también a discurrir la estrategia opositora del partido en los próximos cuatro años. Ayer algunas voces de su campaña hablaban del enojo del candidato derrotado porque el partido lo estaba dejando en soledad en su lucha. El GOP no olvida seguramente que la irrupción del billonario en 2016 humilló a muchos tradicionales que debieron tragar duro para aceptarlo, ante su potencia electoral. Y no olvida con quién trata.
Donald ha pasado de ser el ugly american a ser el angry american. Imposible no recordar el episodio de rebeldía adolescente, o de perversidad, de Cristina Kirchner al negarse a entregar los atributos del mando a su vencedor. Aquí se podría agregar el recuerdo de Serena Williams culpando al árbitro de una derrota bien merecida en el US Open, y el llanto de frustración de su rival.
La columna ha expresado repetidamente sus discrepancias con el presidente Trump tanto en lo económico como en lo geopolítico y en su estilo irresponsable y superficial de comunicación. También ha manifestado su creencia de que el presidente electo Biden no luce en la plenitud psicofísica que requiere su nueva tarea. Y también está en contra del grupo de senadores y diputados demócratas que lideran conspicuamente un giro al socialismo o al populismo de izquierda de su partido y de su gobierno y atizan una peligrosa subversión en las calles americanas por cualquier motivo, válido o no. De modo que no tiene nada para celebrar. Ni del resultado ni de la sobreactuación evidente que intenta ocultar la derrota trumpista a costa del prestigio de las instituciones americanas.
Liderar la globalización
En cambio, la columna está profundamente interesada en que Estados Unidos retome el liderazgo del antes llamado mundo libre, luego llamado el mundo capitalista o el mundo desarrollado. O, si se prefiere de otro modo, que retome el liderazgo de la globalización.
Ese proceso, brillantemente capitaneado por Clinton con tantos beneficios para su país y para el mundo, tuvo un retroceso político con la gestión del presidente Bush (h). En 2000, su asesora en Asuntos Exteriores, que luego fuera su Secretaria de Estado, Condoleezza Rice, instaló la teoría de que EEUU no quería ser el gendarme del mundo, y reclamó a la OTAN, a Japón y a otros países amigos, que se hicieran cargo de los costos de su defensa. (Que el propio EEUU les había impuesto) Lo que muestra que algunas de las ideas de Trump están en línea con las del partido republicano. De paso, coincidentemente, Condoleezza no ahorraba críticas y denuestos contra la prensa, que para ella era toda opositora y no estaba capacitada para opinar.
También comenzó la fuerte política armamentista y aumentó el déficit que Clinton había prácticamente eliminado al punto de estar proyectando un endeudamiento cero. El atentado de las torres gemelas facilitó los planes de Bush y su asesora: se aumentó el gasto de armamentos, el gasto público, el déficit, se olvidó la eliminación de la deuda, se promulgó la terrible Patriot Act, una de las piezas legislativas más antidemocráticas concebibles, y se sembró el que sería el desastre bursátil de 2008, con la eficaz ayuda del presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, que había sido durísimo y muy efectivo con George Bush padre, y terminó siendo permisivo y condescendiente con Bush hijo, hasta la catástrofe que heredó sobre su falda Barak Obama, lo que colaboró al aumento de su deuda externa que, sin llegar a triplicar como Reagan, modestamente duplicó. Ahora Trump repitió en muchos puntos lo de Bush hijo. Su política fue la del partido en muchos puntos. Salvo en el belicismo, donde se manejó para dejar los conflictos en vida latente, o postergarlos. De Bush hijo a Trump hay un hilo conceptual que no tiene nada que ver ni con el liberalismo, como se ama creer, ni con la democracia. La deuda y el déficit atemorizan.
Grieta innecesaria
El nuevo gobierno que acaba de elegirse tiene algunas misiones fundamentales por delante. Y casi todas ellas deberán desarrollarse en conjunción por los dos partidos. No viene mal que tengan que ponerse de acuerdo, después de tanta grieta innecesaria, siempre provocada, como toda grieta. En lo que hace a la política interna, a ninguno de los dos partidos le conviene un giro al socialismo de Sanders, ni de Warren, ni mucho menos de Ocasio-Cortez, una suerte de Donda americana. Ciertamente al mundo tampoco. Ni un colapso del dólar y de la economía americana hacia lo que se va hoy.
Trump fue el adalid de muchos desplazados en diversos órdenes que se sintieron sin representación. Y de rebeldes sin causa enamorados de sus embestidas. Eso puede hacer pensar que hay que imitarlo en su proteccionismo y su autoritarismo para defender fuentes de trabajo obsoletas y proveer soluciones inmediatas y mágicas a esas masas que sufren con la globalización. Y conseguir votantes. En rigor esas masas sufren por el avance de la tecnología, de las propias sociedades, de las nuevas luchas y los nuevos paradigmas. Tratar de retroceder el tiempo para satisfacerlas es el peor populismo. Trump, por ejemplo, despreció el tratado de París y reflotó la industria automotriz obsoleta, para defender los empleos y las ganancias de las empresas. Se equivocó. Como se equivocó al romper las cadenas de suministros globales de las tecnológicas. Por eso, aún con prudente silencio aplaudidor, muchas de las grandes protagonistas del sector no están felices con la exclusión de China del mercado, tanto en su papel de proveedor como en su papel de cliente.
China tiene mucho para contribuir a la eficiencia y transparencia del mercado global. Y hay que exigírselo en los foros correspondientes. Y hay que negociar con dureza también. Pero el estilo y los mecanismos no son los de Trump. La política de prepotencia arancelaria no ha cambiado el balance comercial de EEUU, pero sí ha encarecido los insumos. Como todo proceso populista, la emisión exagerada, el proteccionismo, el control del comercio, la manipulación de las tasas, produce en una primera instancia resultados de empleo, consumo y crecimiento espectaculares. Pero aún en el caso de una superpotencia, las consecuencias se sufren siempre.
El nuevo gobierno tiene que volver a poner a EEUU en la posición de liderazgo que el mundo requiere. Tanto en la libertad de comercio como en todos los aspectos geopolíticos, militares y de inteligencia que se requieran. De lo contrario, perderá el mundo, pero perderá más Estados Unidos. La tarea no es optativa ni renunciable. Ya se lo explicó Churchill a Roosevelt y creó con su visión la potencia más grande de la historia. No es posible divorciar la misión de los beneficios. O Estados Unidos es líder o tenderá a la intrascendencia.
Zombis industriales
Algunas de las propuestas de campaña de Biden ya se están aplicando en el mundo, y afectan a las industrias tradicionales, al uso y generación de la energía, a las actividades polucionantes, al propio fracking, lo que le ha creado más de un enemigo. Sin embargo, son imprescindibles. Resucitar cadáveres, como hizo Trump, crea zombis industriales. No motores de crecimiento. Crear zombis para dar trabajo a sus votantes es no sólo populismo, es ineficiente y es un atraso. El mismísimo fracking, tan disputado, es una actividad que está condenada a morir, a menos que todo un país siga viviendo en el pasado para que no desaparezca. Lo que se critica cuando se hace en un paisito latinoamericano bananero pero no se critica cuando lo hace una gran potencia es miopía cortoplacista.
En esa línea de pensamiento, tanto el gobierno americano como la oposición tienen que ocuparse de recrear una economía interna que hoy no existe, colgada solamente de la emisión y el endeudamiento, por las razones que fuesen, y en fortalecer una economía mundial ahora nockeada por la pandemia, pero también por las restricciones americanas al comercio prepandemia, y una tasa de interés anticapitalista, dirigida por keynesianos ecuacionistas que han inventado una teoría monetaria por la cual se puede emitir todo lo que haga falta sin ninguna consecuencia.
Alguien tiene que tomar el liderazgo de semejante descalabro. Y si no lo hace EEUU, correrá la suerte de Gran Bretaña, la de un imperio perdido, nostálgico y en eterna decadencia y caída, casi un infierno. El comunismo al que hay que temer es el de China, a quien hay que llevar a participar cada vez más de acuerdo a las reglas capitalistas, en vez de regalarle el terreno fértil de un colapso financiero universal. Eso no se logra con recargos y prohibiciones.
Biden es un presidente menor, a estar por sus antecedentes. Pero tiene tanto para hacer, si alcanza a comprender lo que aquí se plantea, que no tendrá tiempo ni oportunidad de virar hacia el socialismo que tanto temen. Le ha tocado capitanear un barco con billones de pasajeros en el momento más tempestuoso del último siglo. No hay que dejarlo solo.
Por sobre todas las dudas que pueda inspirar la decisión del electorado americano, la tan manoseada y devaluada democracia abre cada cuatro años la puerta de la esperanza. God bless Humanity.