Mensajes contradictorios y desánimo
Nuestra mente es un gran procesador de información y con ella elaboramos conceptos que servirán de estrategias para la vida cotidiana. Desde el inicio de la pandemia recibimos terabytes de información que nuestro cerebro no puede procesar en su cantidad, pero aún menos en su enorme discordancia y contradicción.
A la certeza, previsibilidad, la fe si se quiere, en algunas cuestiones que debieran ser pilares, se le opone entre otras la desconfianza que es la principal víctima de esta etapa.
Está casi establecido que los políticos simularán interesarse en nosotros con el fin de obtener poder, de alguna manera previsible, aprendimos a que utilicen reglas discursivas sofistas en las cuales siempre lo evidente pasa a no serlo y queda justificado, y luego lo será su opuesto, en ambos casos nos darán una explicación que solo ellos pueden creer, dando esto por perdido. Teníamos sin embargo una certeza, la del engaño. Así buscamos otro nivel en el cual apoyarnos, la justicia, la iglesia, por ejemplo, pero allí tampoco hay una respuesta, y no la hay desde hace mucho tiempo. En este caso, el mensaje es la ausencia del mismo, con lo cual nuestro pedido de auxilio, o consuelo, no obtiene eco. No casualmente el mito de Narciso lleva a Eco repitiéndose sin cesar. La respuesta a nuestro pedido de guía era o la pararespuesta o el ensordecedor silencio.
Hace unos años, ante la falta de respuesta de políticos, funcionarios, justicia, iglesia, se recurrió a los medios. Con el tiempo, ese famoso cuarto poder pasó a actuar como los anteriores, pero de una manera ahora más preocupante ya, el mensaje de los anteriores escalones podía ser usado de manera específica para producir efectos deseados en la población e instalar visiones de la realidad, cuando no directamente crearla. Esos mismos medios se transformaron en lugar de difusión, en los últimos tiempos, de todo tipo de conocimiento y pasaron de una función que era informarnos, contarnos lo que pasaba simplemente, a instalar un relato y crear de la nada personajes.
Los periodistas pasaron a ser expertos en las más diferentes áreas, pero no ya ahora como informadores sino como formadores de opinión. La doxa, la opinión, pasó al centro de la escena y el conocimiento salió, pero no para desaparecer sino para ocupar el lugar fuera de la escena, obsceno. Los así llamados expertos convocados tenían prácticamente como norma el no ser lo que decían ser, u opinar desde la opinión y no el saber, aun siendo especialistas. Concretamente la ciencia consiste no en dogma sino en duda sistemática, sin embargo, esos "expertos" tenían una característica esencial y era la misma que les había ocurrido a políticos, el síndrome de Narciso, la mirada de la madre, la lente de la cámara, esa mirada materna que nos devuelve nuestra imagen, cubría grietas, fácilmente percibidas por los que convocaban, la selección no fue azarosa.
En este contexto se creó una orquesta cacofónica en que pasábamos de notas disonantes, voces superpuestas, la Torre de Babel en vivo, a un silencio ensordecedor donde tenía que haber una palabra de alivio y guía.
El resultado de esa retórica, compuesta por mensajes confusos, superpuestos, contradictorios, generó lo que experiencias ya probadas demostraron: las consignas contradictorias pasan por una primera etapa de conflicto, de estrés y confusión, para luego llevar a la parálisis y desmotivación.
Hoy vivimos esta etapa que vemos en la salud, desmotivación, ansiedad, depresión, somatización, cansancio, miedos, y en lo social, la ausencia de normas y por consecuencia el peligroso estado de anomia, ya que cada uno construye su mundo.
Quizás más grave sea la pérdida de confianza en el porvenir, en los que deben conducir, en el medio, pero principalmente en uno mismo, y esto último nos vuelve vulnerables. El salto de fe que se nos pide queda interceptado por las contraordenes durante el vuelo. El resultado quizás sea previsible.