Siete días de política
Motín policial, otro capítulo de una anarquía en progreso
Fernández sigue sin plan económico. Su última ocurrencia fue saquear recursos ajenos para calmar la protesta ilegal de la bonaerense. Pero eso no es resolver un problema, sino crear otro.
El año pasado cuando triunfó la fórmula Fernández-Fernández se advirtió que no existe tal cosa como el populismo sin fondos. La semana última los porteños pudieron comprobarlo en carne propia. No cabía esperar nada distinto. Frente a un problema similar en el pasado el kirchnerismo saqueó los ahorros depositados en la AFJP y más tarde las reservas del Banco Central. El presidente no hizo más que continuar una tradición.
El nuevo manotazo se produjo cuando la protesta policial había llegado hasta la vereda de la Quinta de Olivos, generando pánico en su interior. Fue un hecho con muchas facetas, pero básicamente demostró que al presidente y su vice se les acaba el tiempo. Deben decidir quién pagará el monumental ajuste que viene: ¿los jubilados, los empleados públicos, los sindicalistas, la clase política, los empresarios? Empezaron por los porteños tan “opulentos” y tan poco peronistas.
Los jubilados no tienen patrulleros por lo que les están preparando un hachazo demoledor, pero los millones de empleados públicos están en otra situación. Y esa diferencia es la que las sirenas de los móviles le recordaron al presidente y a su vice, en especial a esta última que tiene su bastión electoral en el corazón de la revuelta.
Otra cosa que quedó expuesta es la falta de autoridad de Fernández, atribuible a dos causas: su discurso cada vez más alejado de la realidad y el haberse convertido por propia decisión en una suerte de jefe de Gabinete con banda y bastón. Todos saben quién tiene los votos y la última palabra en su sociedad con CFK.
Esa falta de autoridad fue imposible de disimular cuando los sublevados ni se molestaron en atenderlo. Al mismo tiempo, los aliados piqueteros que acudieron presuntamente en su defensa tampoco aceptaron el pedido de quedarse en casa. Sobre el único que parece tener imperio es sobre Rodríguez Larreta.
La crisis policial partió de en un grueso error de cálculo. Cuando el kirchnerismo tuvo que elegir un aliado para controlar la calle, en lugar de la policía optó por los piqueteros. Confundió gestión con clientelismo; gobierno con ideología. María Eugenia Vidal dio muchos recursos a los grupos piqueteros, pero siempre tuvo un ojo puesto sobre la policía.
Por eso, en lugar de derivar en un ambiente controlado, la alianza con “las organizaciones sociales” fue seguida por un rebrote de tomas, que tuvieron como correlato la ya patética desorientación de Sabina Frederic y la campaña electoral permanente que es la principal ocupación de Sergio Berni, delegado político de Cristina Kirchner. En esta página el domingo pasado se señaló que durante un encuentro en Olivos Alberto Fernández había intentado deshacerse de él, pero sin éxito por la negativa de su vice. En plena revuelta policial desapareció y sólo volvió a los medios para ser ratificado en su cargo. Claramente no es una solución, sino un problema más para Kicillof al que la Nación tuvo que sacarle las papas del fuego.
El alzamiento no fue un fenómeno aislado, sino otro episodio de una anarquía en progreso. Antes de desaparecer, Berni se peleaba con los piqueteros y con la señora Frederic. La Cámpora es rápida para ocupar los enclaves donde hay caja, pero su contribución a la gobernabilidad no se aprecia. Los intendentes comprueban cómo por el actual camino les espera una derrota poco menos que segura el año próximo pero sólo atinan a lloriquear “off the record”. La gestión es tan pobre que ante la toma de tierras Fernández hizo uno de sus muchos anuncios “pour la galerie”, la inversión de miles de millones de pesos en un plan de seguridad, pero sin hablar de salarios. Demasiados errores juntos.
La impericia del presidente es inagotable. Para zafar de la bonarense no se le ocurrió mejor idea que financiar a Kicillof con plata de la ciudad de Buenos Aires. La racionalidad económica (no emitir) quedó en segundo lugar frente al atropello político que puede convertir a Rodríguez Larreta en un segundo de la Rúa. Oremus frates. (ver Visto y Oído)
El problema de fondo es que la puja de los políticos por los recursos fiscales se va a reproducir a corto plazo en todos los ámbitos de la economía. A las disputas entre piqueteros y policías, entre la provincia y la ciudad, entre Rodríguez Larreta y Kicillof, entre oficialistas y opositores, se van a sumar los conflictos del sector privado como consecuencia de la inacción ante la crisis. Los sindicalistas quieren que los empresarios les paguen el déficit de sus obras sociales, los políticos quieren aumentar los impuestos para la próxima campaña y las recomposiciones salariales en el sector productivo prometen un semillero de enfrentamientos. Tal vez lo más grave que hicieron los policías no fue amotinarse sino poner en marcha la cuenta regresiva y mostrar que el presidente está prematuramente desgastado.