Economía
Argentina, líder en el mercado mundial de miel
El esfuerzo mancomunado de entidades públicas, universidades, productores y empresas ha logrado posicionar a la Argentina como líder en el mercado apícola mundial. El país elabora 65.000 toneladas anuales de miel y exporta el 95% de la producción, en un segmento comercial dominado por China.
El de la apicultura, sin embargo, dista de ser un proceso lineal exento de dificultades. La exigencia del mercado en términos de consumir alimentos naturales ha llevado a incrementar la investigación y el desarrollo, sustituyendo productos químicos y elaborando un singular plan de trazabilidad en pos de crear la marca Miel Argentina. Hay también algunas amenazas: el fraude y el monocultivo pesan como sendas espadas de Damocles.
En este contexto es que la Argentina ha logrado destacarse. No es poca cosa para un país que a veces parece no tener plan. Una pieza clave en este resultado es el programa de apicultura del INTA (ProApi), coordinado por la ingeniera agrónoma María Alejandra Palacio, máster en genética de abejas y docente de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Mar del Plata.
¿Qué es el ProApi del Inta?
Es el programa de apicultura del INTA y tiene mucha interinstitucionalidad. Se originó en 1994 como proyecto dentro del INTA, pero hoy ya es un programa nacional. Quien lideró la creación entonces fue Enrique Bedascarrasbure. Y desde el 2014 coordino el programa.
¿Cómo trabaja la Argentina en este rubro? ¿Hay investigación?
Lo que nos caracteriza como programa es que hacemos el modo colectivo de innovar. Lo que planteamos es una red de I+D (Investigación más Desarrollo) construida sobre la articulación intra e inter institucional. Aquí entran distintas capacidades y distintas miradas para aprovechar las oportunidades del sector y resolver los problemas. En este programa trabajamos integrados con una red de técnicos en los territorios. Eso es clave. Ellos son los que están integrados a los apicultores y a las empresas. Es decir que se trabaja en conjunto, no hay una transferencia.
¿Esa modalidad ha arrojado frutos?
Un ejemplo es la experiencia en la cual seleccionamos abejas que tuvieran tolerancia con comportamiento higiénico. Algunas tienen más sensibilidad olfativa y detectan crías muertas en la celda, antes de que contaminen al resto. Eso lo hicimos trabajando con los apicultores y generó un producto, una genética. La institución necesita ponerla a disposición de los productores. Trabajamos juntos con los criadores de reinas. Se le enseña al productor que debe hacer las cosas de determinada manera. Es más complicado que una producción normal y ellos aceptaron hacerlo. Hoy hay 14 empresas que proveen material vivo, reinas y celdas en diferentes partes del país. Pagan una regalía al INTA por el uso de esta genética. La clave acá es que el investigador solo, aislado, no puede hacer nada. Pero el criador solo, tampoco. Hacen falta los técnicos territoriales para la capacitación.
¿Somos una potencia en materia de miel?
Sí y eso está relacionado con todo lo anterior. Esa experiencia nos permitió eliminar el uso de antibióticos en las colmenas, que dejan residuos y afectan la calidad de la miel. Argentina está posicionada como el primer productor de miel de calidad, con un volumen de 65.000 toneladas.
¿Cuánto se exporta?
Exportamos más del 95% de la producción, fundamentalmente a países como Estados Unidos, Alemania, Japón, Italia, Canadá, Francia y España, según los datos del 2019. El objetivo es posicionar a la Argentina como productor de miel de calidad con identidad. Que la gente busque miel argentina. Japón es un mercado de alta calidad, y es una plaza que no existía para Argentina, pero cada vez le vendemos más. No es significativo pero es un buen indicativo.
¿Se vende a granel o envasado?
A granel, en tambores de 330 kilos.
Pese a estas cifras de producción, las estadísticas oficiales arrojan que hubo tiempos mejores.
Totalmente. Ha habido momentos de más de 100.000 toneladas. La producción y la exportación han disminuido. Esto está relacionado con las amenazas que enfrenta la apicultura. Una de ellas es la intensificación de la producción agropecuaria. Hace unos años se planteaba desde Estados Unidos y Europa que se morían las colmenas, había un escenario de desaparición de las abejas. Por un lado está el efecto de los agroquímicos, pero el otro punto de la intensificación son los monocultivos. Pasamos de paisajes variables, diversidad de polen, dieta con diversidad para la abeja, a un monocultivo de girasol o peor aún, de soja. Así se debilitan las colmenas. La otra amenaza es el cambio climático. La abeja depende exclusivamente del polen y del néctar que sale a buscar hasta 1 kilómetro de distancia. No es una vaca a la que se le pone el alimento dentro del lote.
¿Puede modificarse ese escenario?
El apicultor se adaptó mucho a esta demanda de calidad. Trabajamos en el ajuste del sendero tecnológico para crecer. Se sacaron los antibióticos, hay prácticas de manejo para recuperar colonias de enfermedades sin químicos, se implementó el uso de acaricidas orgánicos. Mejoró mucho la calidad de lo que se podía mejorar, pero el monocultivo no depende del apicultor. Hacia adelante es una de las principales amenazas. Además hay contaminación. Uruguay tuvo cerrado el mercado de exportación dos años por presencia de glifosato en miel.
¿Cómo juega China en este mercado?
Quien lidera la producción y exportación de miel es China. El punto es que no todo lo que vende es miel. La producción apícola estuvo en crisis en todos los países que producen miel genuina. Se inundó el mercado con un producto básicamente de origen asiático, elaborado principalmente en China, India y también Ucrania, que realizan fraude. Esto que hace 10 años era una tendencia, en los últimos años fue visibilizado. Varios países liderados por Argentina hemos hecho visible esta situación. La Federación Internacional de Apicultores en 2019 sacó la primera declaración de fraude en miel. En enero de 2020 quedó visible el problema. El fraude es la adulteración de miel con jarabe de arroz, que no se detecta con los métodos oficiales. Es miel de dudosa calidad. Esa la tercera amenaza, el fraude. Hicieron bajar el precio internacional de la miel. Se usan ahora métodos de detección superiores a los oficiales.
¿Hay un mercado que fija precio, un referente como el caso de Chicago con la soja?
No a ese nivel. Todo surge del acuerdo de importadores y exportadores y cómo juegan los países. Un presidente no se va a levantar pensando en la miel. En 2012 empezó a tener alto precio y había poca cantidad. Eso acentuó la intensificación del fraude. Algunos cosechan la miel verde y sacan la humedad en fábrica, principalmente en Asia. Ese producto no cumple con la definición de miel según el código alimentario, que marca que todo el proceso debe hacerlo la abeja.
¿Los insumos son importados o nacionales?
Son en su mayoría nacionales. Se trata de una tecnología de fácil acceso. Inclusive hay muchos insumos, innovaciones desarrolladas, que se están exportando. Por ejemplo, maquinaria, cera estampada, genética, reinas, núcleos. Argentina está bien posicionada no sólo por la exportación de miel sino como resultado de todo un sistema del desarrollo de la apicultura, la ciencia y técnica, el trabajo público-privado. Hay que destacar a los apicultores y su organización. No es igual el impacto del apicultor solo que del apicultor organizado. Ahora hay clusters apícolas en muchas partes del país, por ejemplo en Tucumán, con empresas y universidades.
¿Cuánto empleo genera?
Es complicado tener ese dato. Hace un tiempo se hablaba de 60.000 puestos de trabajo. Pero hay mano de obra temporaria y resulta difícil contabilizarla. Lo que es claro es que disminuyó el número de apicultores. Otro punto importante es que el Renapa (Registro Nacional de Productores Apícolas) ha implementado en los últimos años un sistema de trazabilidad on line donde no se puede exportar si no se está previamente inscripto. Eso transparenta el sector. Es imposible diferenciarse de Asia si no somos transparentes. Argentina es el único país con trazabilidad obligatoria. Según las cifras oficiales al 30 de marzo existen 3.278.000 colmenas; 40.164 apiarios y 13.332 apicultores. Un dato de color: a partir de las restricciones por el COVID-19 y la obligación de sacar un permiso para circular, había que estar inscripto en el Renapa. Se produjo un aumento de 600 inscriptos, es decir que muchos no estaban registrados.
¿La apicultura puede complementarse con otras explotaciones agropecuarias?
Trabajamos para la integración de la apicultura con otras actividades. Acá hablamos de miel, pero hay otros productos dentro de la apicultura. Buscamos el agregado de valor de la miel, y también la diversificación como el polen y la jalea real. Lo otro que es muy importante tiene que ver con la polinización, donde el rol de las abejas es clave. Ese tema no está internalizado fuertemente en nuestro país. Hay que tener en cuenta que 1/3 de la alimentación mundial depende de la polinización entomófila.
El de la apicultura, sin embargo, dista de ser un proceso lineal exento de dificultades. La exigencia del mercado en términos de consumir alimentos naturales ha llevado a incrementar la investigación y el desarrollo, sustituyendo productos químicos y elaborando un singular plan de trazabilidad en pos de crear la marca Miel Argentina. Hay también algunas amenazas: el fraude y el monocultivo pesan como sendas espadas de Damocles.
En este contexto es que la Argentina ha logrado destacarse. No es poca cosa para un país que a veces parece no tener plan. Una pieza clave en este resultado es el programa de apicultura del INTA (ProApi), coordinado por la ingeniera agrónoma María Alejandra Palacio, máster en genética de abejas y docente de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Mar del Plata.
¿Qué es el ProApi del Inta?
Es el programa de apicultura del INTA y tiene mucha interinstitucionalidad. Se originó en 1994 como proyecto dentro del INTA, pero hoy ya es un programa nacional. Quien lideró la creación entonces fue Enrique Bedascarrasbure. Y desde el 2014 coordino el programa.
¿Cómo trabaja la Argentina en este rubro? ¿Hay investigación?
Lo que nos caracteriza como programa es que hacemos el modo colectivo de innovar. Lo que planteamos es una red de I+D (Investigación más Desarrollo) construida sobre la articulación intra e inter institucional. Aquí entran distintas capacidades y distintas miradas para aprovechar las oportunidades del sector y resolver los problemas. En este programa trabajamos integrados con una red de técnicos en los territorios. Eso es clave. Ellos son los que están integrados a los apicultores y a las empresas. Es decir que se trabaja en conjunto, no hay una transferencia.
¿Esa modalidad ha arrojado frutos?
Un ejemplo es la experiencia en la cual seleccionamos abejas que tuvieran tolerancia con comportamiento higiénico. Algunas tienen más sensibilidad olfativa y detectan crías muertas en la celda, antes de que contaminen al resto. Eso lo hicimos trabajando con los apicultores y generó un producto, una genética. La institución necesita ponerla a disposición de los productores. Trabajamos juntos con los criadores de reinas. Se le enseña al productor que debe hacer las cosas de determinada manera. Es más complicado que una producción normal y ellos aceptaron hacerlo. Hoy hay 14 empresas que proveen material vivo, reinas y celdas en diferentes partes del país. Pagan una regalía al INTA por el uso de esta genética. La clave acá es que el investigador solo, aislado, no puede hacer nada. Pero el criador solo, tampoco. Hacen falta los técnicos territoriales para la capacitación.
¿Somos una potencia en materia de miel?
Sí y eso está relacionado con todo lo anterior. Esa experiencia nos permitió eliminar el uso de antibióticos en las colmenas, que dejan residuos y afectan la calidad de la miel. Argentina está posicionada como el primer productor de miel de calidad, con un volumen de 65.000 toneladas.
¿Cuánto se exporta?
Exportamos más del 95% de la producción, fundamentalmente a países como Estados Unidos, Alemania, Japón, Italia, Canadá, Francia y España, según los datos del 2019. El objetivo es posicionar a la Argentina como productor de miel de calidad con identidad. Que la gente busque miel argentina. Japón es un mercado de alta calidad, y es una plaza que no existía para Argentina, pero cada vez le vendemos más. No es significativo pero es un buen indicativo.
¿Se vende a granel o envasado?
A granel, en tambores de 330 kilos.
Pese a estas cifras de producción, las estadísticas oficiales arrojan que hubo tiempos mejores.
Totalmente. Ha habido momentos de más de 100.000 toneladas. La producción y la exportación han disminuido. Esto está relacionado con las amenazas que enfrenta la apicultura. Una de ellas es la intensificación de la producción agropecuaria. Hace unos años se planteaba desde Estados Unidos y Europa que se morían las colmenas, había un escenario de desaparición de las abejas. Por un lado está el efecto de los agroquímicos, pero el otro punto de la intensificación son los monocultivos. Pasamos de paisajes variables, diversidad de polen, dieta con diversidad para la abeja, a un monocultivo de girasol o peor aún, de soja. Así se debilitan las colmenas. La otra amenaza es el cambio climático. La abeja depende exclusivamente del polen y del néctar que sale a buscar hasta 1 kilómetro de distancia. No es una vaca a la que se le pone el alimento dentro del lote.
¿Puede modificarse ese escenario?
El apicultor se adaptó mucho a esta demanda de calidad. Trabajamos en el ajuste del sendero tecnológico para crecer. Se sacaron los antibióticos, hay prácticas de manejo para recuperar colonias de enfermedades sin químicos, se implementó el uso de acaricidas orgánicos. Mejoró mucho la calidad de lo que se podía mejorar, pero el monocultivo no depende del apicultor. Hacia adelante es una de las principales amenazas. Además hay contaminación. Uruguay tuvo cerrado el mercado de exportación dos años por presencia de glifosato en miel.
¿Cómo juega China en este mercado?
Quien lidera la producción y exportación de miel es China. El punto es que no todo lo que vende es miel. La producción apícola estuvo en crisis en todos los países que producen miel genuina. Se inundó el mercado con un producto básicamente de origen asiático, elaborado principalmente en China, India y también Ucrania, que realizan fraude. Esto que hace 10 años era una tendencia, en los últimos años fue visibilizado. Varios países liderados por Argentina hemos hecho visible esta situación. La Federación Internacional de Apicultores en 2019 sacó la primera declaración de fraude en miel. En enero de 2020 quedó visible el problema. El fraude es la adulteración de miel con jarabe de arroz, que no se detecta con los métodos oficiales. Es miel de dudosa calidad. Esa la tercera amenaza, el fraude. Hicieron bajar el precio internacional de la miel. Se usan ahora métodos de detección superiores a los oficiales.
¿Hay un mercado que fija precio, un referente como el caso de Chicago con la soja?
No a ese nivel. Todo surge del acuerdo de importadores y exportadores y cómo juegan los países. Un presidente no se va a levantar pensando en la miel. En 2012 empezó a tener alto precio y había poca cantidad. Eso acentuó la intensificación del fraude. Algunos cosechan la miel verde y sacan la humedad en fábrica, principalmente en Asia. Ese producto no cumple con la definición de miel según el código alimentario, que marca que todo el proceso debe hacerlo la abeja.
¿Los insumos son importados o nacionales?
Son en su mayoría nacionales. Se trata de una tecnología de fácil acceso. Inclusive hay muchos insumos, innovaciones desarrolladas, que se están exportando. Por ejemplo, maquinaria, cera estampada, genética, reinas, núcleos. Argentina está bien posicionada no sólo por la exportación de miel sino como resultado de todo un sistema del desarrollo de la apicultura, la ciencia y técnica, el trabajo público-privado. Hay que destacar a los apicultores y su organización. No es igual el impacto del apicultor solo que del apicultor organizado. Ahora hay clusters apícolas en muchas partes del país, por ejemplo en Tucumán, con empresas y universidades.
¿Cuánto empleo genera?
Es complicado tener ese dato. Hace un tiempo se hablaba de 60.000 puestos de trabajo. Pero hay mano de obra temporaria y resulta difícil contabilizarla. Lo que es claro es que disminuyó el número de apicultores. Otro punto importante es que el Renapa (Registro Nacional de Productores Apícolas) ha implementado en los últimos años un sistema de trazabilidad on line donde no se puede exportar si no se está previamente inscripto. Eso transparenta el sector. Es imposible diferenciarse de Asia si no somos transparentes. Argentina es el único país con trazabilidad obligatoria. Según las cifras oficiales al 30 de marzo existen 3.278.000 colmenas; 40.164 apiarios y 13.332 apicultores. Un dato de color: a partir de las restricciones por el COVID-19 y la obligación de sacar un permiso para circular, había que estar inscripto en el Renapa. Se produjo un aumento de 600 inscriptos, es decir que muchos no estaban registrados.
¿La apicultura puede complementarse con otras explotaciones agropecuarias?
Trabajamos para la integración de la apicultura con otras actividades. Acá hablamos de miel, pero hay otros productos dentro de la apicultura. Buscamos el agregado de valor de la miel, y también la diversificación como el polen y la jalea real. Lo otro que es muy importante tiene que ver con la polinización, donde el rol de las abejas es clave. Ese tema no está internalizado fuertemente en nuestro país. Hay que tener en cuenta que 1/3 de la alimentación mundial depende de la polinización entomófila.