EL LATIDO DE LA CULTURA

La educación de un lector

En su poema “El camino no elegido” el norteamericano Robert Frost escribió un verso que me lleva a la imagen de un acierto. A la imagen de un golpe de martillo, uno pesado que después de dibujar una parábola en el aire impacta de lleno sobre la cabeza de un clavo diminuto, haciéndolo desaparecer al instante. “Way leads on to way”, dice Frost, que podría traducirse como “el camino conduce al camino”. Hace poco volví a ver una entrevista en la cual (el también norteamericano, cuentista en este caso), Tobías Wolff, ingeniosamente parafrasea al poeta. “La lectura conduce a la lectura. Los libros conducen a los libros”, afirma. 

¿Cuándo y cómo comienza un lector? ¿Por qué a un niño le interesan determinados libros? Pero sobre todo, ¿qué hay detrás de que a un niño le interese leer? Los inicios de la relación de los niños con la lectura están signado por el azar. Desde luego que es necesaria la mano de un adulto que lo estimule, lo aliente y lo acerque a los estantes de la biblioteca. Pero, una vez frente a ellos, el niño lector primero y sobretodo deberá dudar. Porque el corazón de un lector comienza a latir a partir de este principio de incertidumbre. Al sentir que no sabe  pondrá en marcha el motor de búsqueda que lo  llevará a buscar qué libros prefiere. 

Por todos estos motivos estoy en contra del acto de recomendar libros. Al menos en contra de ese tipo de recomendación superficial o de aquellas personas a las que cruzo en la calle y con toda liviandad me piden que les recomiende “algo”. Señor, señora: un libro no es una prenda que se echa encima y, por otro lado, yo no soy un vendedor. Tampoco creo conocerlo/a lo suficiente. Y aún en ese caso, no soy yo quien deba encarar la trabajosa búsqueda de decirle quién es usted ni de qué debe leer. Porque créame --señor/señora-- el nacimiento, el desarrollo de una persona que lee es un proceso trabajoso que llevan su tiempo.

Parte de la educación de un lector la determina la conversación y las entrevistas a sus colegas lectores. En estas charlas literarias abundan los títulos y los nombres de autores y el lector indaga en lo que sus pares están leyendo. Pero un lector no vive de recomendaciones sino que está despierto a los piques y puntas que solo él, motu propio, deberá pescar y recoger con astucia y ojos abiertos. De acuerdo: no es que uno sea menos pescador por consultar dónde hay pique. Pero en ese caso, se estará perdiendo de desarrollar un oficio. Y de, las veces que uno regrese de la jornada de pesca con las manos vacías, también sentirse pescador. Sobretodo somos lectores s cuando volvemos de una lectura que no nos conformó.    

En la vida de todo lector hay un momento preciso en el que siente por primera vez un cosquilleo desconocido: el de la energía que carga el aire de las bibliotecas, esos lugares únicos y paradojales a los que regresamos una y otra vez con el fin de volver a perdernos. ¿Y a qué otro lugar va una persona a perderse? La singular adrenalina que una biblioteca genera en un lector acaso explique que aunque se sienta perdido, quien habita una biblioteca siempre se sentirá también a salvo. Y acaso sea esa sensación de seguridad la que determine que una persona leerá y habitará ese verbo. Esa libertad en la lectura, que no se vale de aciertos o errores, es el alimento principal de los que leen.