El manejo del endeudamiento ha sido oportunista, improvisado e imprudente en los últimos 30 años, para hablar sólo de generaciones cercanas. Comenzó con la toma de deuda durante la convertibilidad al haberse desfinanciado el sistema jubilatorio y no bajar lo suficiente el gasto nacional ni el déficit total. Luego, el Blindaje de De la Rúa en 2000 que al refinanciar capital e intereses aumentó los montos en momentos en que la tasa era mundialmente alta. Esa etapa culminó en el fatal Megacanje, con el que Cavallo le devolvió antes del vencimiento y del default -contra todas las normas y prácticas legales – 20.000 millones de dólares al banco de Rockefeller, quien le retribuyó con una suerte de título honoris causa de mejor economista del mundo o similar.
El capítulo siguiente, tras el golpe disimulado que derribó a De la Rúa, con el silencio de Alfonsín, fue el default aplaudido y la invasión duhaldista, que culminó con la precaria renegociación de la deuda bajo la batuta de Lavagna. Los errores y omisiones de ese proceso fueron la génesis de los reclamos de los fondos buitre, que se analizarán luego. Néstor Kirchner toma una medida que encareció la deuda: a pedido del Fondo Monetario le devolvió en un solo pago antes del vencimiento el préstamo de casi 10.000 millones de dólares (también Brasil devolvió su préstamo completo) que se reemplazaron con deuda a tasa más cara. Para justificar ese pago, en vez de decir que el FMI tenía derecho estatutario a reclamar la devolución, inventó la épica de que de ese modo se independizaba del Fondo y sus controles. Luego Cristina Kirchner tomó ese argumento político en serio y cometió varios errores por creérselo.
La viuda de Kirchner tuvo que lidiar – y lo hizo muy mal – con los juicios del juez Griesa, de Nueva York. Usó el mismo estudio jurídico que había contratado Lavagna para analizar la renegociación del default, (y que ahora vuelve a contratar Fernández) con resultados catastróficos. Tuvo finalmente que pagar US$ 9.300 millones y emitir deuda con alto interés y usar reservas para pagar a los bonistas que no habían querido entrar en los canjes, luego de perder varias oportunidades de negociar mejor en ese juzgado. Recordar el papelón de Kicillof, que fue a acordar con el delegado del juez y retrocedió a último momento por orden de la entonces presidente.
El propio Kicillof fue quien le pagó la deuda pendiente desde el default al Club de París a valor pleno, con una alta tasa y un recargo mayor al total de los intereses devengados, un arreglo misterioso e instantáneo nunca explicado, por US$ 9.600 millones. Otra emisión de deuda y uso de reservas. En ese momento comienzan a aparecer también los reclamos ante el CIADI, por las expropiaciones y extorsiones de Néstor Kirchner por el que el gobierno de la señora Kirchner pagó $US 500 millones y dejó impago un tendal que pagó parcialmente Macri y del que restan importantes montos en arbitrajes que se perderán.
EL DESASTRE DE YPF
La señora Fernández creó por su cuenta el desastre de la expropiación de YPF, un accionar en contra de su examigo Eskenazi, por razones desconocidas -o conocidas- a un precio que fue discutido por Repsol y que terminó en un arbitraje sospechosamente rápido que costó $US 5.000 millones, luego de que el inefable Kicillof declarara que la petrolera española era la que debía pagarle al gobierno argentino. Hay aún pendientes juicios carísimos por los bonos del default de 2001 y por la expropiación de YPF, (el inefable Eskenazi) donde el kirchnerismo hizo todo lo necesario para perder todos los arbitrajes que surgieran.
No se puede olvidar el extraño lanzamiento del Boden 15, que también agrandó la deuda al colocarse toda la emisión con una prima de 15% a la Venezuela de Chávez, algo difícil de explicar, aunque no de explicarse.
Macri por su parte, comenzó el mandato con un planteo que lo condenaba a endeudarse, fuertemente influenciado por el círculo rojo de poder del que su padre fuera parte: “no se puede hacer un ajuste en el gasto en estos momentos tan difíciles para la gente. Hay que crecer primero y ajustar después”. Muy similar al escuchado siempre en el país y también muy similar al discurso melifluo del presidente Fernández el jueves pasado al hablar de la solidaridad y de la desigualdad. Aquel discurso condenaba instantáneamente al exmandatario al endeudamiento para pagar tanto los vencimientos de la deuda previa como los gastos corrientes. Un suicidio del que algunos le advirtieron, para ser denostados públicamente por insensibles, poco solidarios e irreales, cuando no como liberalotes.
Los fondos y bancos internacionales se enamoraron de un gobierno que prometía mucho más seriedad y apertura capitalista y mucho menos resentimiento populista y capacidad destructiva que la señora de Kirchner y estuvieron dispuestos a prestar abundantes fondos a cambio de una tasa de interés que era demasiado elevada. Las buenas comisiones por colocación de deuda jugaron sin duda un papel importante de los dos lados. Eso dio comodidad en los dos primeros años para avanzar sin ajustes impopulares, e hizo creer al gobierno de Cambiemos que se podía seguir indefinidamente con ese ritmo de deuda. Tanto colocadores como tomadores de bonos parecieron creerse el eslogan “no vuelven más”.
Al no bajar ni gastos ni impuestos el crecimiento no llegó y el sistema simplista elegido para combatir la inflación obligaba a vender divisas para controlar el valor del dólar, siempre una utopía, y siempre obligando a mayor deuda. Como se sabe, cualquier motivo es bueno para que el crédito se pierda cuando el endeudamiento es alto. Un ataque impositivo a la inversión financiera piloteado por el ambicioso Sergio Massa alejó a los inversores de un plumazo, como si el mercado olfatease el cambio de viento.
En ese momento se recurrió desesperadamente al Fondo Monetario, y se inició un plan de ajuste tardío, mal concebido y basado en el aumento de impuestos a los privados, no en una baja del gasto. El ajuste a esa altura empezaba a torpedear una posible reelección de Macri, lo que se evidenció en las PASO, cuando el riesgo país comenzó a escalar al darse cuenta el sistema de que el kirchnerismo había resucitado.
Así transcurrieron penosos cinco meses de fuga de dólares, semicepos, reperfilamiento de deuda en pesos, baja del precio de los bonos, suba del riesgo país hasta 900 puntos al conocerse el triunfo peronista, emisión y recesión. Por un momento pareció que el presidente efectivamente estaba al mando, y que la vicepresidente se conformaba con salir impoluta de sus causas judiciales. Mientras, el nuevo gobierno aumentaba la emisión y el gasto, y llevaba el riesgo país a 2400 puntos, antes de la pandemia. Esos cuatro meses se desperdiciaron sin mostrar ningún cambio importante y a la vez dando señales confusas sobre la voluntad de pago y señales menos confusas sobre la inoperancia económica. Hasta la propuesta que se presentó el jueves.
VOLVIO
A pesar de los desesperados esfuerzos de Alberto Fernández para demostrar que está en control del gobierno y que éste es peronista y no kirchnerista, la señora de Kirchner tiene un especial timing para aparecer en los momentos clave, y demostrar que es quien rige al gobierno. El impuesto absurdo que intenta imponer autoritaria y anticonstitucionalmente - tanto en la forma legislativa como en el fondo – y los socios que eligió para imponerlo, han mostrado una vez más quién impone su voluntad. La vuelta al primer plano de la expresidente es fatal al coincidir con la propuesta de renegociación de la deuda.
Porque los grandes Fondos desconfían de ella y de su hijo, además de que los bonos que ayer se ofrecieron en canje vencen entre 2030 y 2047, casi una afrenta, lo que plantea, aparte de la desconfianza, el hecho de que el Valor Presente Neto de esos valores que ahora se propone emitir en canje arroja una cifra bajísima, que casi obliga a un write off a los Fondos. Entonces el análisis que hacen no es esa simple fórmula financiera. Saben que la vicepresidente no estará del lado del capitalismo en el nuevo orden que supuestamente generará la pandemia.
Pese a la suba de precios de los bonos en Wall Street, (que habrá que sopesar con los volúmenes operados), medios especializados ya anticipan un rechazo de la propuesta no negociable, que para colmo fue condimentada en el discurso de Guzmán con apelaciones a la solidaridad y la cantidad de respiradores que se pueden comprar con lo que él llama ahorro y los bonistas llaman despojo.
Estos fondos se integran con bonos de varios países similares a Argentina. Concederle ventajas los obligará a concederlas a todos. No hay que descartar entonces una acción de escarmiento, que muestre a otros deudores que el argumento de la solidaridad, la pobreza y la falta de medios para pagar, no son apreciados. Los inversores esperan un ajuste que muestre que habrá capacidad de pago. De lo contrario, sólo harán acuerdos de corto plazo, o parciales, suficientes como para no tener que borrar de sus libros como pérdida esta deuda.
La combinación de todos los factores puntualizados, la ausencia de un plan económico integral y serio y las tendencias populistas que no solo la señora Fernández representa, sino que ratificó el presidente en su discurso igualitario, solidario y sensiblero del jueves, escriben en las paredes que Argentina no es merecedora de crédito, ni de inversión, ni de confianza, con default o sin default.
Cualquiera fuere el resultado, un rechazo de plano, una renegociación o una serie infinita de prórrogas, el efecto desde el punto de vista del PBI y del bienestar nacional será prácticamente el mismo: un descenso de muchos escalones en la calidad de vida, en la calidad institucional y en el empleo que no serán recuperables por muchos años. Volveré y no atraeré millones, podría ser el lema de Cristina.