Por Monseñor Héctor Aguer *
El presidente Alberto Fernández es un conocido partidario de la legalización del aborto. Escribo legalización porque -aun sin ser jurista- considero que despenalizar esa conducta implica convertirla en un arbitrio permitido por la ley y que puede practicarse libremente. Una de las primeras medidas del actual gobierno fue reflotar el proyecto que hace dos años fue rechazado por el Senado. Se introdujo una sorprendente modificación: como el Dr. Fernández tenía programado visitar al Sumo Pontífice se añadió que el Estado acompañará a la mujer embarazada que decida tener a su bebé. Una mano de cal, y otra de arena.
Nuestros políticos son moralmente relativistas, y deben pensar que el Papa también lo es. El diputado Valdés, ex embajador ante la Santa Sede, ya había declarado que Francisco "comprendería". En vísperas de su encuentro con el Pontífice, el Presidente anunció que el tema del aborto no se trataría en la conversación; el crimen abominable -así llamó al aborto el Concilio Vaticano II- no es un asunto importante comparado con los de la pobreza, el hambre y la deuda. ¿Habrá sido así? No tenemos posibilidad de saberlo, pero ¿no podemos pensar que al Papa le causaría una enorme pena que su país de origen se sume a los que ya han incluido en sus legislaciones la permisión de matar impunemente a los niños por nacer? ¿Y que, por tanto, le haya recordado al Dr. Fernández -que para la ocasión se ha identificado como católico- que incurriría en una gravísima responsabilidad ante Dios al propiciar esa medida? Dicen que se trató del tema en la Secretaría de Estado. ¿Tendrá algún efecto? Porque no es lo mismo. Llamó la atención que el Presidente se declarase hijo de la Iglesia, que asistiera a misa con su pareja, y que recibiera la Sagrada Comunión, de manos de un arzobispo argentino. ¡Es increíble, pero entre compatriotas del mismo palo todo resulta finalmente posible! Un escándalo más, entre tantos otros...
Paralelamente, el Dr. Ginés González García, ministro de Salud de la Nación, activó un protocolo que permite a adolescentes de 14 y 15 años, embarazadas a causa de una violación, abortar sin conocimiento de sus padres. El hoy ministro, en una gestión anterior del mismo cargo, fue un entusiasta repartidor de condones. Yo me atreví a criticarlo públicamente; me trató de fanático, y otras lindezas, y se descolgó con una frase antológica: Dios perdona siempre, pero el sida no perdona. Corregí, también, públicamente: Dios perdona siempre si nos arrepentimos, y proponemos enmendarnos, no si perseveramos cerrilmente en nuestro error. Llamo error al pecado, teniendo en cuenta que en el griego clásico, y en el del Nuevo Testamento, pecado se dice hamartía, sustantivo de un verbo que equivale a marrar el blanco, equivocar el camino, extraviarse, apartarse de la verdad, y de allí pecar voluntariamente.
En esta segunda gestión ministerial, González García no mejoró la puntería: se ocupa de promover el aborto como solución a un problema de salud pública, como si el embarazo fuera una enfermedad. Tendría suficiente trabajo si se aplicara a remediar el lamentable sistema sanitario del país; no le quedaría tiempo para programar la ilegítima e inmoral liquidación de los niños por nacer.
Un equívoco frecuente lleva a identificar la oposición al aborto como una postura religiosa, confesional. Lo es, pero no en primer lugar. La razón antiabortista es ante todo científica: ¿qué es eso que crece silenciosamente en el seno de una mujer embarazada? ¿Y que crece por sí, y desde dentro, como diría Platón? La convicción abortista del Presidente le ha llevado, en un escrito de 2018, a sostener que Santo Tomás de Aquino admitía la eliminación del embrión antes que este recibiera la animación definitiva por el alma racional. Como evidentemente desconoce la obra del Doctor Común de la Iglesia, no pudo advertir que aun aceptando una animación progresiva, y la sucesión de almas vegetativa, sensitiva y racional,
Tomás sostiene la unidad y continuidad de ese proceso, por lo cual afirma que es inmoral interrumpirlo en cualquiera de sus etapas. Esto lo enseñaba aceptando los datos de la biología aristotélica y la opinión de los científicos de su época, que fue ampliamente superada por los descubrimientos posteriores. Es preciso señalar, sin embargo, que en su estudio de la encarnación del Hijo de Dios deja de lado la embriología; Jesús, verdadero Dios, es verdadero y completo hombre desde el primer instante de su concepción en el seno de la Virgen María.
Insisto: el principal argumento antiabortista es de orden rigurosamente científico. Los estudios de genética desarrollados durante el siglo XX, en especial los de Jérome Lejeune, muestran que el microscópico embrión posee un ADN distinto del de sus progenitores; ya desde el primer instante de su concepción es XX o XY, una persona varón o una persona mujer, un ser humano, no un bicho de otra especie. No es un apéndice del cuerpo de su madre, para que esta pueda decir: "yo con mi cuerpo hago lo que quiero".
Debe ser reconocido como lo que es, y tutelado su derecho a la vida, a crecer, nacer, y ver la luz del sol.
El crimen del aborto ha sido empleado por los regímenes totalitarios y los imperialismos para evitar el crecimiento poblacional de los países pobres; es además una típica aspiración de la burguesía. Causan pena los partidos de izquierda, que en su ceguera ideológica no entienden que las mujeres pobres, en general, no quieren desprenderse de su hijito, aun cuando haya sido concebido contra su voluntad. Ellas poseen el sentido de la vida, del orden natural, despreciado por las sociedades cómodas de un Occidente deshumanizado. En muchos políticos argentinos los prejuicios ideológicos se han impuesto sobre la reflexión que descubre la verdad del ser; ignoran o repudian el concepto metafísico de naturaleza, y por tanto no pueden aprehender la realidad que este designa, y el orden natural que de ella se sigue.
Es preciso resistir a esta nueva intentona abortista del Estado, que de concretarse acarreará desgracias mayores de las que está sufriendo la sociedad argentina. Sería un paso más hacia el abismo de la degradación de la comunidad nacional, el triunfo del materialismo y el individualismo egoísta que privaría a nuestro pueblo de el futuro digno que merece.
* Arzobispo emérito de La Plata