El Vizconde que no conocía las costumbres
Hace pocos días José Narosky en sus habituales notas en La Prensa publicó una titulada "El vizconde que devolvió la joya", cuya lectura me trajo a la memoria un tema que han tratado otros historiadores como Bernardo Lozier Almazán en su excelente biografía del gobernador de Buenos Aires, y yo mismo; pero que vale la pena relatar a través de este medio.
A fines de junio de 1806 invadió Buenos Aires el ejército británico a las órdenes del general Guillermo Carr Beresford, tenía 37 años y era reconocido por su coraje, fuerza y capacidad, y buena presencia a pesar de haber perdido un ojo que disimulaba con uno de vidrio. Aunque tenía una pena de amor en el alma, su novia y prima Luisa Beresford se había enamorado del próspero banquero Tomás Hope y en abril de ese año habían celebrado su matrimonio. Claro que en 1831 la vida le dio la revancha, y cuando ella quedó viuda la reconquistó y dos años después se casaron.
El ejército a su mando fue recibido por las damas de Buenos Aires con especial cordialidad, y seguramente al general no le fue ajeno aquello que escribió en su relato Alexander Gillespie: "Los balcones de las casas estaban alineados con el bello sexo, que daba bienvenida con sonrisas y no parecía de ninguna manera disgustado por el cambio".
Poco después los británicos se hallaban integrados de algún modo a las porteñas y mientras la banda del Regimiento 71 ofrecía conciertos en el Paseo de la Alameda, algunas señoritas de reconocidas familias como las de Marcó del Pont, Escalada y Sarratea "se paseaban del brazo por las calles" con oficiales británicos, lo que dio motivo a largas conversaciones en las tertulias de entonces.
El general convertido en gobernador también recibió de las atenciones de las mujeres porteñas con gran cantidad de bandejas de plata con dulces. Al respecto afirma Gillespie que participó en la mesa diaria: "Una serie de identidades predomina en la economía de sus mesas: chocolate y bollitos dulces...", para extenderse con numerosos platos. Así que Beresford gustó de estas exquisiteces, pero desconociendo las costumbres jamás devolvió las bandejas a sus propietarias.
Cuando abandonó el Río de la Plata, siguió su carrera fue entre otras cosas gobernador de la isla de Madeira, y fue mariscal del ejército portugués en 1809. En 1815 cuando la corte lusitana se encontraba en Río de Janeiro viajó a dicha capital.
En esa ciudad el vizconde de Beresford fue advertido del desliz que había cometido con las porteñas, que subsanó, con el obsequio de valiosos presentes a las damas que habían tenido para con él la gentileza de endulzarle el paladar con esas exquisiteces.
Hace poco más de 80 años recordaba Ricardo Hoog estos episodios en este medio, que le habían llegado por tradición oral, ya que los narraba Vicente Barreda, hijo de Ulpiano un porteño que fue leal a los británicos, quien sin duda es una fuente calificada, quien además se lo narró a Dolores Salvadores, fallecida en 1884 a los 90 años, por quien ha llegado hasta nosotros.
* Historiador. Vicepresidente de la Academia Argentina de Artes y Ciencias de la Comunicación.