¿Qué sucede con el Papa Bergoglio?

Por Carlos Daniel Lasa * 

La figura del Papa Francisco puede ser considerada desde distintas perspectivas: desde un punto de vista religioso, eclesial, doctrinal, político, etc. Incluso algunos creen que esta figura puede llegar a ser la causa de un cisma dentro de la comunidad eclesial (cfr. Marcantonio Colonna. Il Papa Dittatore, pos. 2947 de 3697); otros (el caso de Austen Liverligh) estiman que el Papa es un jefe mundial de la política cuyo objetivo es unir a la patria grande para desafiar el dominio imperialista de los EE.UU. (cfr. ibidem, pos, 2969 de 3697); algunos más, que Francisco es un Papa populista, enemigo de la modernidad y de la forma republicana de gobierno.

Nuestra reflexión, en el presente caso, se centrará en una cuestión que consideramos capital y que hace referencia a la vida misma de la Iglesia católica la cual, como se podrá advertir, se ha visto perturbada con la llegada del Cardenal Jorge Bergoglio a la Silla de Pedro.

El profesor Douglas Farrow, de la McGill University de Montreal (Quebec, Canadá) ha sostenido que la iglesia, "llamada a ser cada vez más "sinodal" y a "encarnarse" en las culturas existentes, es propiamente una iglesia bergogliana. Pero esta iglesia, para decirlo claramente, no es la Iglesia católica: es una falsa iglesia, una iglesia autodivinizante, una iglesia anti-crística, un sustituto de la Palabra hecha carne de la cual, como insiste el cardenal Müller, la Iglesia católica debe dar testimonio si es que quiere seguir siendo Iglesia". El citado remata de modo dramático: "Entonces, ¿dónde nos deja eso? Nos deja, francamente, con la pregunta de cómo la Iglesia verdadera y la falsa pueden tener el mismo pontífice y de qué se debe hacer al respecto".

Respecto de lo afirmado por Farrow, el ex Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Cardenal Müller, lo ha calificado de "muy adecuado" (InfoCatólica 25/10/19).
Frente a este interrogante que abre las puertas de un cisma (que algunos no descartan y al cual hizo referencia el mismo Papa Francisco), cabe preguntarse cuál es el punto central que divide de tal modo las aguas dentro de la Iglesia católica como para llegar a ponerse en duda la mismísima ortodoxia del Pontífice.

TEOLOGIA DEL PUEBLO
Desde nuestra perspectiva, Bergoglio, imbuido de la concepción de la denominada "teología del pueblo", pretende introducir en la tradición de la Iglesia católica la hermenéutica de la ruptura, propia del denominado "modernismo católico". Creemos que la posición de Bergoglio es la típica del modernismo, es decir, la afirmación de una nueva forma de cristianismo: en lugar de una religión que desdiviniza al mundo, se trata de una religión que rediviniza lo temporal (cfr. Augusto Del Noce. Giovanni Gentile. Per una interpretazione filosofica della storia contemporanea. Bologna, Il Mulino, 1990, pp. 209-210).

Ahora bien, ¿qué es aquello que estaría impidiendo, desde esta nueva postura, que la religión católica se haga mundo (pensemos en Hegel), que pueda desarrollar su elemento terreno y que se convierta en motor del progreso de la civilización?.

El obstáculo que estaría impidiendo este despliegue se encuentra en la concepción de una metafísica del ser, de herencia griega, que impide fluidificar el cristianismo para hacerlo adaptable a las actuales circunstancias históricas. Este inmovilismo, consecuentemente, estaría impidiendo todo progreso. Resulta interesante que haya sido Vincenzo Gioberti, en el siglo XIX, quien utilizara la figura de la poligonía. Con esta forma, Gioberti reivindicaba el derecho del católico de no admitir otros dogmas más que aquellos que podía hacer suyos. De este modo, la idea de poligonía de lo verdadero (Francisco utiliza la figura del poliedro en Evangelii gaudium 236), permite sostener que todo dogma es susceptible de un significado que se encuentre de acuerdo con la libre auto-determinación del sujeto individual o colectivo.

A nuestro juicio, Bergoglio, influido por la "teología del pueblo", se ha visto conducido desconocer la existencia de una inteligencia de la fe formulada desde una filosofía del ser de matriz griega. Esta teología mencionada, como señala Scannone, no encuentra su punto de partida ni en un ver (teoría) un orden inteligible en el seno del ser, ni tampoco en un oír la eterna Palabra de Dios. 

EL TIEMPO: EL PUNTO DE PARTIDA
El punto de partida no puede encontrase en la eternidad sino en el tiempo: el inicio es siempre histórico, contingente. Para esta concepción, ningún hombre (y, consecuentemente, ninguna teología) puede tener un punto de partida fijo que se sustraiga de la historia y de su relatividad.

En realidad, para esta posición teológica, el hombre no es capaz de pensar sub specie aeternitatis sino sub specie temporis (Cfr. Carlos Daniel Lasa. "Teología del Pueblo": ¿teología o ideología? En revista Anales de Teología. Universidad de Concepción (Chile), 19.2 (2017) p. 225).

La inteligencia de la fe no debiera, según este modo de pensar, llevarse a cabo a partir de una razón metafísica abstracta, propia del pensamiento griego, sino desde una práctica esencialmente histórica. El intellectus fidei formulado desde una metafísica del ser resulta totalmente inadaptado por cuanto no tiene en cuenta que la formulación temática de esos principios que considera eternos es puramente histórica, que forma parte de una cultura determinada, y que implica realizar opciones históricas co-culturales y ético-políticas.

Refiere Scannone: "Por lo tanto, el punto de partida de la TL no son las verdades de la fe tomadas en sí mismas -a cuya luz ella interpretará teológicamente la praxis-, ni siquiera la praxis de liberación movida por la caridad -lugar y objeto de la reflexión teológica-, sino que es una instancia que le es previa". (Scannone J. C., "La teología de la liberación. Caracterización, corrientes, etapas", Stromata 1/2, 1982, 10).

PALABRA DE LOS POBRES
Esa instancia previa es la palabra de los pobres y de los oprimidos (cfr. ibidem, 10). La teoría, como puede advertirse, no es acto primero, sino segundo: acto que da cuenta de la praxis. La primacía pertenece a la praxis. Bergoglio ha sostenido, sin ambages, que Dios se manifiesta y se encuentra en la historia, en los procesos en curso. Esto conduce, afirma el mismo Pontífice, a privilegiar las acciones que generan dinámicas nuevas (cfr. La Civilta Cattolica 2013 III, 3918, 19 settembre 2013, p. 468). Por eso, a Dios siempre se lo encuentra caminando, se lo halla en el camino (cfr. ibidem, p. 469). La esencial dinamicidad de lo real conduce al cristiano a asumir una visión evolucionista de la historia, en detrimento de una actitud estática o involutiva (cfr. ibidem, p. 470). Este nuevo modo de inteligencia de la fe conduce a una reinterpretación de todas las categorías cristianas en función de la ley evolutiva que estaría rigiendo la historia. En la misma entrevista de 2013 que citamos señala que "... el Vaticano II ha sido una relectura del Evangelio a la luz de la cultura contemporánea" (ibidem, p. 467). El ser universal ha sido desplazado por los modos del ser propios del "estar siendo de los pueblos".

DOS ASPECTOS
Esta nueva realidad, ciertamente, subraya dos aspectos: la esencial fluidez de todo lo que es, por un lado, y la idea de "situacionalidad", por el otro. A su vez esto conduce a sostener que toda interpretación solo puede ser ejercida dentro de su estrecho horizonte y en función de las estrictas exigencias del transcurrir. De allí que la teología del pueblo sea, en realidad, una ideología, esto es, una expresión de una determinada situación histórico-social de un pueblo, la cual responde a intereses de clase, a motivaciones inconscientes y a condiciones concretas de existencia social. Toda especulación teórica, si es que pretende ser inculturada, deberá ponerse al servicio de los referidos intereses, motivaciones y condiciones.

En función de los referidos presupuestos, no resulta posible sostener una religión que sea universal. En efecto, para esta postura, de perfil romántico, el ser es pura diversidad: no existe el ser sino modos del ser (= pueblos). Toda religión no es sino el producto de una interpretación de la vivencia que cada pueblo tiene de aquello que se le presenta como lo totalmente Otro.

En este sentido, la religión católica no tiene derecho a la tarea de evangelización que Cristo le encomendara vivamente a sus discípulos. La religión católica no puede escapar a la historicidad de todo lo que es: también ella es producto de la vivencia de un pueblo situado en un determinado tiempo y espacio. Su verdad no es universal, sino puramente histórica. De allí que el Papa haya afirmado en la Homilía en el Aeródromo Maquehue, en Temuco (Chile), el día miércoles 17 de enero de 2018, que "Necesitamos de la riqueza que cada pueblo tenga para aportar, y dejar de lado la lógica de creer que existen culturas superiores o culturas inferiores".

Claramente se advierte que la ausencia de jerarquías entre las culturas tiene como supuesto la negación de una instancia universal con la cual cada cultura se mida, y de cuyo mayor o menor acercamiento dependa su ubicación intercultural. Esta doctrina tiene como supuesto filosófico una concepción equívoca del ser: el ser se reduce a una multiplicidad carente de unidad.

Ahora bien, esta nueva doctrina deberá imponerse a partir de un lenguaje totalmente ambiguo que impida al creyente poseer un claro criterio para juzgar tanto su pensar como su praxis. Esta realidad traerá aparejada una severa confusión doctrinal y una praxis alejada de la dogmática católica que permitirá abrir el camino a futuros cambios explícitos a nivel doctrinal. Un ejemplo claro de ello ha sido la ambigüedad de la posición papal respecto de los divorciados vueltos a casarse, la cual ha querido mantener de manera explícita al negarse a aclarar su verdadera posición ante la solicitud de cuatro cardenales.

Los hombres que adoran la historia nos tienen acostumbrados al empleo de la pobre lógica binaria conservador-progresista o viejo-nuevo. Sin embargo, la lógica de un verdadero cristiano, que se postra ante el Dios eterno, se mueve siempre en busca de la verdad. Su dilema ético no es entre lo viejo y lo nuevo, sino entre la verdad y el error.

De allí que no pocas voces dentro de la Iglesia católica se hayan levantado en contra de lo que consideran un atropello a la Verdad. Y esta actitud no equivale a inmovilismo, ni tampoco a una visión rupturista, revolucionaria respecto de la verdad. Se trata de la posición asumida por la Iglesia católica a lo largo de los siglos y expuesta brillantemente por Vicente de Lérins: se trata de una evolución homogénea de la verdad. 

* Doctor en Filosofía de la Universidad Católica de Córdoba.