La memoria de los argentinos suele ser endeble y caprichosa, pero no podemos dejar de recordar la figura del Dr. Arturo Mor Roig, quien murió el 15 de julio de 1974 como consecuencia de un cruel y cobarde atentado perpetrado por los Montoneros. En efecto, un comando de dicha agrupación lo sorprendió almorzando en un sencillo restaurante de San Justo.
Ejemplo de honradez y dignidad personal, desde su regreso al llano luego de desempeñar varios cargos públicos, Mor Roig se ganaba su peculio como asesor legal en un establecimiento fabril en el conurbano.
La figura de Arturo Mor Roig se destaca como un signo de reconciliación y consenso. Reconocido dirigente de la Unión Cívica Radical a la que adhirió en su juventud, su vasta trayectoria legislativa enalteció la política, desde sus comienzos como concejal en San Nicolás, como senador en la Legislatura bonaerense y en el desempeño de la presidencia de la Cámara de Diputados de la Nación entre 1963 y 1966. Su vida pública estuvo siempre presidida por la disciplina de la razón, la vocación por el diálogo, la virtud de la tolerancia y el desprendimiento personal.
En 1971, despojándose de todo cálculo mezquino, aceptó ser ministro del Interior del gobierno de facto presidido por el General Alejandro Agustín Lanusse, comprometiendo su prestigio personal y político con el objetivo de reconstruir el sistema republicano sobre la base de la unidad de todos los argentinos.
Cumplió su cometido, ya que el 25 de mayo de 1973 asumió un gobierno constitucional electo sin proscripciones partidarias por primera vez luego de dieciocho años.
Lamentablemente, pagó con su vida la firmeza de sus convicciones y su compromiso democrático.
Quizá no haya sido casual que mataran a Mor Roig apenas dos semanas después del fallecimiento del presidente Juan Domingo Perón. Los Montoneros, expulsados de la Plaza de Mayo por el anciano conductor, habían pasado a la clandestinidad y, en un escenario de enfrentamiento en el marco interno del peronismo, buscaban un medio para condicionar a algún tipo de negociación con la nueva presidenta Isabel Martínez de Perón, quien por entonces buscaba apuntalar su débil administración mediante el diálogo con todo el arco político y social.
Habían intentado por medio de un encuentro con Ricardo Balbín que éste mediara ante la presidenta viuda, recibiendo una rotunda negativa del líder radical si antes no hacían público su compromiso con el sistema democrático.
Decidieron entonces enviarle un mensaje a Balbín. Eligieron por blanco al ex ministro Mor Roig, quien no contaba con custodia ni protección especial y se manejaba como un ciudadano común en el desarrollo de su rutina diaria. La muerte de Mor Roig fue entonces una advertencia a toda la dirigencia política. Después la espiral de odio y muerte se expandió. A más de 4 décadas el asesinato de Arturo Mor Roig permanece impune.
* Autor de "Arturo Mor Roig. Entre el ensueño y el sacrificio. La transición democrática de 1971/73" (Ed. Dunken).