Una histórica final que ganó River y perdió Boca, pero que nos dolió a todos

La Copa Libertadores está en manos de los millonarios. La desazón se pinta de azul y oro. El partido confirmó el aura triunfal de Marcelo Gallardo y condenó a Guillermo Barros Schelotto. Pero también le dio un golpe de nocaut a todo el pueblo futbolero argentino.

Histórico. Así, con una sola palabra se define esta final. No existe otro término que explique mejor lo que acaba de pasar. River ganó la Copa Libertadores de América en un duelo inolvidable contra Boca. Boca perdió la Copa Libertadores de América en un duelo inolvidable contra River. El Superclásico más importante de cuantos se hayan jugado nos tuvo como lejanos espectadores, casi ajenos espectadores, por haberse disputado en Madrid, muy lejos de las tierras que normalmente acogen a la máxima competición que un equipo de estos lares puede protagonizar. Porque, además, esta serie de partidos que arrojó la victoria de los millonarios y la consecuente derrota de los xeneizes que quedarán para siempre en la memoria del pueblo futbolero, también será recordada como la más brutal exposición de todas las miserias que nos hacen poco dignos de ser parte de este fenómeno fantástico.

Primero, el fútbol. Porque al fin de cuentas se trataba de un enfrentamiento fantástico. Una final que comenzó a jugarse a fines de octubre, cuando quedó establecido que River y Boca estarían a cara a cara, y terminó casi 40 días más tarde. Y en ese epílogo se consumó el triunfo de un equipo que supo reponerse a un momento adverso, en el que no sólo estaba siendo superado en el juego, sino que también era superado en el marcador. Porque las huestes de Marcelo Gallardo ésta vez conducidas por Matías Biscay la pasaron muy mal en el primer tiempo y recién en el complemento consiguieron reaccionar y sólo impusieron condiciones en el suplementario, cuando su adversario se hacía añicos.

Lo planteó muy bien Guillermo Barros Schelotto desde el arranque. Maniató a su rival con marcas bien dispuestas que ataron de pies y manos a los de Núñez. Sebastián Villa y Cristian Pavón salieron a la cancha con la misión de impedir las incursiones ofensivas de Gonzalo Montiel y Milton Casco, respectivamente. Cumplió mejor su cometido el cordobés que el colombiano. El Mellizo también armó un mediocampo con mucha contracción para la marca, cerrando los caminos de los mediocampistas riverplatenses.

Con esa presión intensa afloraron los errores defensivos de River. Boca llegó un par de veces con grandes posibilidades de ponerse en ventaja. Por eso no resultó ilógico que de una equivocación del arquero Esteban Andrada al procurar evitar un córner naciera un contraataque xeneize en el que Nahitan Nández -de muy buena labor a lo largo de los 120 minutos- habilitó a ese artillero tan peligroso como inteligente que es Darío Benedetto, quien les ganó a Jonatan Maidana y Javier Pinola y marcó un golazo ante la salida de Franco Armani.

Atrás había quedado la falta de Andrada a Lucas Pratto que debió haber sido sancionada con penal o la de Pablo Pérez que pudo haberle valido una expulsión. Esa etapa inicial demostró que Biscay (cuesta no decir Gallardo) no encontraba la fórmula para oponerse a la estrategia de Barros Schelotto.

CAMBIOS FATALES Y REACCION

Pero Guillermo con sus decisiones y los jugadores con un decaimiento generalizado comenzaron a ceder el protagonismo. El DT sacó más temprano de lo pensado a Benedetto para incluir a un Ramón Abila que casi no pesó en el juego. Quizás el Pipa tampoco estaba en condiciones físicas de mantenerse en la cancha, pero Wanchope estuvo ausente sin aviso. Boca perdió a su jugador más peligroso y también le aparecieron fisuras en el medio que River fue aprovechando para empezar a controlar la pelota. Se asentó Ignacio Fernández, Gonzalo Martínez se fue transformando en un enorme problema para Julio Buffarini. El ingreso de Juan Fernando Quintero por el amonestado Leonardo Ponzio le abrió aún más posibilidades creativas a los millonarios.

Entre Exequiel Palacios, Nacho y el Pity tejieron la jugada que Pratto transformó en el empate merecido a esa altura. La igualdad le abrió las puertas al alargue. La tensión seguía siendo inmensa.

En otra acción que confirmó que el uruguayo Andrés Cunha no tenía la jerarquía para ser el árbitro de la finalísima, se fue expulsado Wilmar Barrios -de pobre desempeño- y Guillermo volvió a equivocarse con los cambios. Salió el capitán Pérez y entró Fernando Gago, un futbolista más del pasado que del presente por culpa de las lesiones que condicionaron su carrera. Nández estaba agotado. Buffarini, también. Barros Schelotto necesitaba un mediocampista en el banco y no lo tenía por la mala lectura que lo llevó a incluir demasiados hombres de ataque -y de características similares como Carlos Tevez y Mauro Zárate- en desmedro de Edwin Cardona o del pibe Agustín Almendra, que pasó de presunto titular a no tener espacio ni siquiera entre los suplentes.

La inferioridad numérica y el cansancio fueron oponentes tan duros como River para Boca. Quintero sacó diferencias con un zurdazo implacable y la Copa empezó a teñirse de rojo y blanco. Andrada se fue a buscar el cabezazo soñando con emular la epopeya de Chiquito Bossio en el agónico empate de Estudiantes con Racing en 1996 que pocas veces se ha repetido. Y en una de esas búsquedas casi milagrosas se disparó el contrataque en el que el Pity Martínez selló el 3-1 definitivo. 

River campeón en la final soñada. Histórico. Increíble… Es posible sumar cuanto adjetivo surja para calificar el triunfo millonario. Pero ahí se termina la porción futbolera de una final que dejó mucho más.

LAS CONSENCUENCIAS

El éxito entronizó todavía más a Gallardo en el olimpo de dioses millonarios. El Muñeco puede golpearse el pecho y expresar su orgullo de saberse entre los técnicos más importantes de la vida de River. Las discusiones lo pondrán más arriba o más abajo que el eterno Angel Labruna o que Ramón Díaz, pero no hay dudas de que está ahí nomás, junto a ellos, en un lugar sólo para elegidos. Su influencia es tal que, hasta ausente, pareció estar en el banco por la simbiosis que existe con Biscay.

También es la hora de jugadores que tienen asegurado su lugar en la historia. Pratto apareció cuando más se lo necesitaba: en ambas finales. Justificó la impresionante erogación que el club hizo para tenerlo en sus filas. Ponzio es un símbolo imperecedero. El Pity Martínez se despide terminando de ganarle la pulseada a quienes lo criticaban en sus primeros tiempos en Núñez. Nacho Fernández fue clave. Casco, el discutido Casco, rindió. El pibe Palacios logró afianzarse como una promesa que lamentablemente se esfumará por el poder del dinero del Real Madrid, su casi seguro destino profesional. Se recordará el aporte clave del colombiano Rafael Santos Borré, la vigencia de Maidana, la firmeza de Pinola… Este equipo será difícil de olvidar…

En la Ribera el cuadro es diametralmente opuesto. Esta derrota le pone fin al ciclo de Barros Schelotto. Se cerrará una etapa enmarcada por dos títulos locales consecutivos como recompensa para un equipo rico en figuras que generalmente aparecían en momentos clave para disimular la endeblez de la propuesta colectiva. Quizás se acerque el tiempo del adiós para varios jugadores que, ya sea por el devastador paso del tiempo, por la ambición de mercados con más posibilidad de ofrecer mejores contratos o por el sacudón de este fracaso, no tienen futuro en Boca. Habrá que ver qué será de Tevez y Gago, si se quedarán Benedetto, Villa, Nández y Pavón. Se irá Cardona… Los xeneizes tienen por delante un delicado proceso de reconstrucción.

EL PARTIDO QUE NOS DEJAMOS ARREBATAR

La fabulosa final de la Copa Libertadores no fue americana, sino europea. La barbarie, la connivencia de la dirigencia con las barras bravas, la cerrazón de los encargados de conducir los clubes para olvidarse de que tienen una responsabilidad extra que debería hacerlos despojarse de su condición de hinchas, la incapacidad de la clase política para tomar dimensión de lo que estaba en juego, la obsesión de la Confederación Sudamericana de Fútbol (Conmebol) de hacer prevalecer el negocio a toda costa… Las razones son numerosas. Lo cierto es que Madrid fue el escenario más impensado para un duelo netamente argentino y sudamericano.

El partido nos fue arrebatado porque hicimos todo lo posible para que eso sucediera. No tenemos remedio. El fantástico espectáculo montado en el estadio Santiago Bernabéu se antojó ajeno, más esperado en la Liga de Campeones de Europa que en nuestra Copa Libertadores. Le hicimos un regalo desproporcionado a un público que fue a presenciar una fiesta a la que fue invitado de última y que no era para ellos. Ni de ellos. Era nuestra.

Desde la ridícula pretensión del presidente Mauricio Macri para que los simpatizantes visitantes estuvieran en las tribunas hasta este cotejo en Madrid pasaron muchas cosas. La manifiesta ineptitud de los organismos de seguridad porteños -en mayor medida- y nacionales para tener a rienda corta a aquellos que se esfuerzan en estropear el fútbol nuestro de cada día; la ceguera de la Conmebol para imponer sus caprichos, incluso en desmedro de la Superliga, que fue pisoteada sin misericordia y el denigrante juego de presiones y chicanas desatado por los presidentes de Boca (Daniel Angelici) y River (Rodolfo D´Onofrio) al que se sumaron jugadores como Tevez, Benedetto y Gago arruinaron todo.

Varios medios de comunicación que habitualmente cubren las campañas de uno y otro equipo no tuvieron lugar en el Bernabéu. Parecerá un detalle menor, pero para los hinchas de Boca y de River sentirse acompañados por los relatores o comentaristas que habitualmente les cuentan qué sucede con sus clubes, no es poco. Entre la Conmebol y la FIFA les dieron un espacio a diarios, radios y canales de televisión europeos en perjuicio de los que debían estar ahí. Hasta en eso perdimos por goleada.

Nos tomará mucho tiempo entender todo lo que cedimos en esta histórica final. Ojalá alguna vez lo comprendamos. Y eso, por supuesto, no opaca en absoluto la consagración maravillosa de River ni el terrible golpe que sufrió Boca.