Poemas para el tiempo perdido
La oscuridad se los permite
Por Enrique Campos
Mansalva. 76 páginas
Del abanico de géneros que ofrece la literatura, la poesía es de seguro el más resbaladizo. Su composición es casi etérea, inasible, puro sentimiento. ¿De qué está hablando el poeta, hacia dónde apunta cuando su espíritu sangra o se solaza? Es difícil saberlo. El ejercicio frente al texto, entonces, pasa más por internalizar que por interpretar.
¿Se puede encasillar o medir una forma de sentir? Desde que las experiencias, disparadoras de la escritura, son intransferibles, pretender hallar una lógica que las clasifique u ordene puede resultar tan inútil como contra natura.
En La oscuridad se los permite Enrique Campos lanza borrosas señales de humo. No hay certezas, ni hacen falta. Sus poemas tienen, sin embargo, un tópico que se reitera: el paso del tiempo. La irreversible temporalidad, la sensación melancólica que dejan las cosas que sabemos no volverán.
En esto entra el amor, pero también la amistad y todos los lazos que la vida nos permite construir en su brevedad cruel. Hay mucho de dolor en estas líneas, sufrimiento parido por las pérdidas. Casi todo remite al tiempo segador, a la guadaña que corta los días, a la arena que se escurre entre los dedos.
Hay, también, algo de fracaso en los versos de Campos. Lo que pudo haber sido, lo que ya no será. El intento fallido y la desesperanza. Lo onírico, como en todo poemario, también tiene su lugar. Un espacio indescifrable adonde el sueño y la realidad conviven con límites difusos.
Las cinco partes en que se divide este libro hacen alusión, en algún momento, al devenir de las estaciones del año, a la mutación de la naturaleza, ese cambio de ropajes que no altera en nada su esencia. Y siempre, infaltable, algún tren que se pierde en el horizonte.