De Rossini, "La italiana en Argel", con "régie" de Joan Anton Rechi: como si se tratase de un musical de Broadway
Una ópera bufa que no provoca risa
"La italiana en Argel". Drama jocoso en dos actos. Libro: Angelo Anelli. Música: Gioacchino Rossini. Iluminación: Santiago Marrero. Escenografía: Claudio Hanczyc. Vestuario: Merc Paloma: Régie: Joan Antón Rechi. Con: Nancy Fabiola Herrera, Xabier Anduaga, Nahuel Di Pierro, Damon Nestor Ploumis, Oriana Favaro, Mariana Rewerski, Luis Gaeta. Coro (dir.: Miguel Martínez) y Orquesta Estables del teatro Colón (dir.: Antonello Allemandi). El viernes 4, en el teatro Colón
Ante una sala con llamativos claros, el Colón ofreció el viernes una nueva producción de "La italiana en Argel" en segunda función de gran abono de la temporada lírica oficial. Pero, se lo debe decir, la versión de la creación de Rossini, ausente en ese recinto desde 1994, insanablemente perjudicada por una puesta kitsch por donde se la mire, será rápidamente olvidada debido a sus cursilerías escénicas, que distorsionaron uno de los máximos arquetipos de la ópera bufa italiana para convertirla lisa y llanamente en una comedia musical estadounidense (en la mejor línea de "West Side Story", "My fair lady", "Oklahoma", "El Hombre de la Mancha", "Kiss me Kate", etc.).
POBREZA DE IDEAS
Responsable de todo ello fue el regisseur andorrano Joan Anton Rechi, quien evidentemente no supo cómo encarar el genial trabajo rossiniano, cuya ubicación argumental se presta para la más bonita fantasía, y se inclinó en cambio por una suerte de enorme y permanente boutade (Lindoro con smoking, el bey sin atuendo árabe, todos hablando por teléfono, odaliscas travestis, grandes telones plisados de tonalidades flúo, luces de neón y paremos aquí).
La iluminación, diseñada por Sebastián Marrero, exhibió inexplicables desajustes; el vestuario (Merc Paloma) se situó en la misma línea revisteril y la escenografía (Claudio Hanczyc) pareció de una ingobernable ambigüedad. Lo peor, de cualquier modo, fue que a lo largo de toda la representación, esta traducción de "L"Italiana in Algeri" no generó ni risas ni sonrisas, y en más de un momento incluso se advirtió aburrida (esto en una de las óperas más desopilantes de todo el repertorio peninsular).
Preparado por Miguel Martínez, el coro de la casa mostró variadas diferencias de sincronización con el foso, al tiempo que el maestro milanés Antonello Allemandi: claro en sus texturas, dio la impresión de tamizar el enorme trabajo del autor del "Barbero" al mejor estilo mozartiano. Esto es, que todo estuvo muy pulcramente orientado, pero le faltó el nervio, la contundencia rítmica, la bullente vivacidad del Rossini más divertido. Ello, aparte de la parsimonia de los recitativos y de una orquesta que al margen de su calidad general tuvo debilidades en maderas y cornos.
LOS CANTANTES
En cuanto a los solistas vocales cabe apuntar que hubo dos que sobresalieron respecto del resto. La mezzo canaria Nancy Fabiola Herrera (Isabella), de gesticulación excesiva, acreditó registro amplio, parejo en toda la tesitura, de color comunicativo y bellamente opaco, que manejó con ductilidad (se distinguió por su fino fraseo y legato en el andante "Per lui che adoro"). El tenor vasco Xabier Anduaga (Lindoro) mostró a su vez metal de buen impacto, terso, vibrante, y sin perjuicio del pulimento y homogeneización del pasaje alto, pareció desde ya un elemento de interesante recorrido futuro.
En otros papeles, nuestro compatriota Nahuel Di Pierro (Mustafˆ), todavía verde para este cometido, se limitó a abordar de manera neutra todas las notas sin ir un milímetro más allá; Luis Gaeta (Haly) se desempeñó con su habitual solvencia y el bajo barítono Damon Nestor Ploumis (Taddeo), comediante experimentado, además de relativo caudal, lució deficiente dicción.
Calificación: Regular
EPIGRAFE FOTO 1
GENTILEZA ARMANDO COLOMBAROLI
Una ingobernable ambigüedad caracterizó a la escenografía de Claudio Hanczyc. La iluminación, en tanto, exhibió inexplicables desajustes.
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GENTILEZA ARMANDO COLOMBAROLI
El andorrano Rechi, como "regiseur", no supo cómo encarar el genial trabajo rossiniano, cuya ubicación argumental se presta a la más bonita fantasía.