Mitos ideológicos sobre la Edad Media
LA OBRA REVISIONISTA DE REGINE PERNOUD DESENMASCARA LA "LEYENDA NEGRA" HISTORIOGRAFICA QUE DISTORSIONA EL PERIODO
POR SEBASTIAN SANCHEZ
Es cosa innegable la influencia de las escuelas históricas francesas en los estudios actuales, especialmente en nuestro país, donde los "taitas oficiales de la historia" -como les llamaba Castellani- han sostenido una incansable admiración por los historiadores galos.
En efecto, desde la predilección de Mitre por Michelet, la preeminencia de los Annales de Bloch y Febvre o el influjo reciente de los cultores de la "historia cultural" como Chartier o Darnton, la historiografía argentina ha sido largamente seducida por su análoga francesa.
Sin embargo, los popes de nuestra historiografía dominante -que tendrán sus matices ideológicos pero sobre todo acuerdos y convergencias- han esquivado resueltamente las referencias a los historiadores franceses que, en términos muy amplios, merecen ser señalados como "revisionistas". Por eso en nuestras universidades permanecen casi inauditos los nombres de Jacques Bainville, Jean Dumont, Paul Hazard o, más recientemente, René Remond y Jean Meyer, por sólo mencionar a unos pocos.
Entre esos historiadores vetados por la cerrazón académica se distingue una mujer, la notable Regine Pernoud (1909-1998) quien -como el resto de los revisionistas, cada cuál a su modo- llevó a cabo la siempre atrayente tarea de desmalezar el pasado de la cizaña de mitos, leyendas y embustes ideológicos.
Pernoud se formó en Letras en la ƒcole National des Chastes y se doctoró en Historia en la Universidad de París. Fue paleógrafa y archivista y por muchos años conservadora de los museos de Reims y de Historia Francesa. Su interés por la historia, disciplina que ocupa el grueso de su obra escrita, se inició con la fascinación por el arte medieval en sus múltiples manifestaciones.
A nuestro entender son dos las notas que informan el prolífico itinerario intelectual de nuestra autora. En primer término, su predilección por el género biográfico, que ya dejaba señalado en uno de sus primeros libros: "La biografía es para mí lo más apasionante del mundo, y también lo más significativo; es portadora de sentido en la investigación histórica".
Fruto magnífico de ese ímpetu biográfico son sus libros sobre Hildegarda de Bingen, Leonor de Aquitania y sobre todo aquellos que escribió sobre la Doncella de Orleáns, Santa Juana de Arco. A Pernoud se le debe la fundación del Centro Juana de Arco, uno de los principales ámbitos de investigación sobre la Pucelle.
Por otro lado, su obra se define por el estudio de la (mal) llamada Edad Media, una ingente tarea de desenmascaramiento de las múltiples deformaciones historiográficas en torno a ese período. Ese trabajo intelectual estuvo jalonado por libros notables como Luces del Medioevo; ¿Qué es la Edad Media?; La mujer en tiempos de las Cruzadas; Los hombres de las cruzadas: historia de los soldados de Dios o La mujer en el tiempo de las catedrales.
Bajo la forma de síntesis el afán revisionista de Pernoud se verifica en el libro Para acabar con la Edad Media (Barcelona, Medievalia, 2010) afortunadamente reeditado poco tiempo atrás y que aquí reseñamos en sus líneas centrales.
Para Pernoud la historiografía acerca de la Edad Media es la expresión por antonomasia de la llamada Leyenda negra, puesto que no hay época más históricamente deformada. Con ironía sostiene que este largo período "es materia privilegiada puesto que puede decirse sobre ella lo que se quiera con la casi certeza de que nadie lo desmentirá".
En efecto, la Edad Media es el objeto de toda una mitología ideológica que a fuerza de propagandística repetición ha terminado por imponerse a la verdad histórica. Poco importa que esa construcción ideológica, común a historiadores liberales y marxistas, esté viciada de nulidad por sus contradicciones y antihistóricos presupuestos, que no han impedido sin embargo su vasta difusión y aceptación.
Resulta notable que tamaño despropósito haya adquirido visos de realidad, pues basta con pensarlo un momento: un milenio de historia occidental -en el que por decir lo menos se forjaron las monarquías cristianas, nacieron las universidades y el arte románico y gótico y que tuvo a pensadores como Abelardo, Santo Tomás o Buenaventura- reducido al mote de "edad oscura" o, peor aún, al absurdo del "modo de producción feudal" de la historiografía marxista. Suena ridículo. Pues bien, ¡a esa ridiculez remite grosso modo la historiografía "oficial" acerca del Medioevo desde hace unos trescientos años!
En este libro breve y notable, Pernoud desarrolla los fundamentos de ese infundio y otorga algunas herramientas de zapa, útiles para socavar las bases edificadas por los falsarios de la historia.
Inicia el libro señalando la importancia del arte medieval y subrayando su radical originalidad puesto que, a diferencia del arte renacentista -de suyo determinado por la imitación de la Antigüedad-, el medieval es original en sentido estricto, esto es, fiel a su origen cristiano.
SAGRADO
Contrariamente a lo sostenido por muchos historiadores modernos, el artista medieval tomó de la Antigüedad sólo lo que le interesaba, sin imitaciones ni copias, para expresarse así en modo "ontológicamente distinto al arte pagano antiguo, vinculándose íntimamente con lo religioso, dando fe de esa tendencia inherente al hombre que le lleva a expresar lo sagrado, lo Trascendente, en este lenguaje secundario que es el Arte en todas sus formas".
Por otro lado, Pernoud enseña el carácter rural de la cultura medieval en la que los castillos y monasterios fueron centros de irradiación de una sapiencia raigalmente comunal centrada en la transmisión de la tradición auténtica. Esa cultura, compartida por siervos y señores, inició su declive con el ascenso burgués en el siglo XV y el afincamiento urbano de una cultura de elite, desarraigada de lo comunal y tradicional, que terminó por cristalizar en la cultura moderna.
Nuestra autora analiza uno a uno los múltiples tópicos de la Leyenda negra sobre el Medioevo, derribándolos con la solvencia y autoridad que confieren décadas de estudio junto al desvelo por la verdad histórica. Así, por ejemplo, se ocupa de la farsa repetida ad nauseam de Galileo quemado en la hoguera; o desmiente con solidez los "errores y abusos sobre el concepto de Feudalismo" y el intencionado anacronismo de la "lucha de clases" aplicada a la sociedad feudal. Asimismo, con no poco sarcasmo explica las remanidas invenciones sobre la Inquisición o critica por antihistóricas las versiones fabulatorias acerca de las Cruzadas.
También se detiene en contradicciones o paradojas como aquella tan afín a la historiografía moderna -especialmente la de sesgo marxista- que condena la servidumbre feudal sin siquiera mencionar la desaparición de la esclavitud antigua a partir del siglo V, en los albores del Medioevo, mientras silencia el resurgir de la esclavitud en el siglo XV hasta la actualidad.
DISTORSIONES
Sin embargo, Pernoud destaca dos grandes distorsiones historiográficas respecto del mundo medieval. La primera centrada en el malicioso apelativo de Edad Oscura, resultante del prejuicio racionalista que opone fe y razón. El "mito de la Oscuridad" llega al punto de negar toda entidad cultural al período. Se pregunta Pernoud:
"¿Mil años sin producción poética o literaria digna de ese nombre? ¿Acaso es esto concebible? ¿Mil años vividos por el hombre sin que haya expresado nada bello, profundo o grande sobre sí mismo? ¿A quien se lo harían creer?".Estimada Regine, se lo han hecho creer a generaciones enteras.
Pero para Pernoud el culmen de la Leyenda negra está representado por la infausta visión sobre la Iglesia, es decir, la institución vertebral de la Cristiandad Medieval. Por eso se ocupa de desmontar la fábula que versa sobre la exasperada misoginia que habría caracterizado a la Iglesia medieval y que encuentra su estereotipo en la idea de la "mujer sin alma".
Así las cosas, dice Pernoud, "durante siglos se habría bautizado, confesado y admitido en la Eucaristía a unos seres sin alma...es extraño que los primeros mártires venerados como santos hayan sido mujeres y no hombres: santa Inés, santa Cecilia, santa Agata y tantas otras. Es sorprendente que una de las pinturas más antiguas de las catacumbas (en el cementerio de Priscila) haya representado a la Virgen con el Niño. En fin, ¿a quien creer, a los que reprochan a la Iglesia Medieval, precisamente, el culto a la Virgen María, o a los que opinan que la Virgen era considerada entonces una criatura sin alma?".
Lo rigurosamente cierto es que, junto a la Cristiandad medieval, otras materias históricas están sujetas a tergiversaciones múltiples, lo cual no deja de ser paradójico en tiempos de constante ensalzamiento de la memoria. Quizás por eso Pernoud termina su libro con algunas sugerencias sobre la enseñanza de la historia, enfatizando la necesidad imperiosa de cultivar el sentido histórico en los jóvenes. Lo dice con claridad meridiana:
"Al descuidar la formación del sentido histórico, al olvidar que la Historia es la memoria de los pueblos, la enseñanza forma amnésicos".
¡Cuán patente es esto en la Argentina de hoy! Y cuánto más con el agravante de que la sociedad no sólo se ha vuelto amnésica sino también autodenigratoria puesto que repite hasta el cansancio las falsificaciones de su pasado. Es lo que poéticamente decía Manuel Machado:
¡Ay del pueblo que olvida su pasado
y a ignorar su prosapia se condena!
¡Ay del que rompe la fatal cadena
que al ayer el mañana tiene atado!
En suma, este libro de Regine Pernoud es una auténtica joya, de suyo recomendable para profesores o maestros pero también para aquellos que, munidos ante todo de buena voluntad e inteligencia abierta, deseen acercarse a la verdadera historia.