El otro lado de los piquetes, los rehenes

Pocas veces en los medios aparecen los relatos, las historias y los padecimientos de las víctimas de esta práctica cotidiana que se instaló con la crisis de 2001 para nunca más desaparecer.

Desde hace años convivimos con cortes de calles y rutas mas conocidos como piquetes y cada día salen en los diarios las historias de quiénes son los que se manifiestan y qué reclaman, algunas veces son miles y otras tantas un puñado de personas. Algunos reclamos son justos y otros pareciera que su único sentido es cortar el tránsito casi como si se practicara un hobby.

Pero pocas veces en los medios aparecen los relatos, las historias y los padecimientos de las víctimas de esta práctica cotidiana que se instaló con la crisis de 2001 para nunca más desaparecer. 

En mayo de 2014, en un viaje desde la ciudad La Plata hasta la Capital Federal me tocó junto a otras 40 personas ser rehén durante casi 4 horas. La mayoría de nosotros nos dirigíamos a nuestro trabajo y a las 12.30 el micro partió desde la capital bonaerense. Por sucesivos piquetes el colectivo empezó a cambiar de recorrido y tras comenzar por el Camino Centenario debió terminar en la avenida Calchaquí.

Durante el viaje los pasajeros llamaban a sus respectivos trabajos para alertar de lo que ocurría y justificar su llegada fuera de horario. Todos eramos damnificados pero en la segunda fila de asientos se encontraba Julio, de unos 40 años, quien vestía un traje oscuro y llevaba un sobre color marrón.

Pasada la hora de demora en el viaje comenzó a mostrarse cada vez más nervioso mientras observaba su celular. Un rato después realizó una llamada donde empezó a pronunciar las mismas palabras que el resto de los pasajeros para describir la situación. Pero luego dijo: "Si ya sé señorita que la entrevista es a las 15, pero le estoy pidiendo si pueden cambiar de horario porque no sé si voy a poder llegar".

Ya pasadas las 14.30 y todavía muy lejos de la Capital Federal, Julio comenzó a llorar de angustia. El hombre hacía más de seis meses que estaba desocupado y buscaba un trabajo como administrativo en una empresa de celulares. No era una víctima más. Al mismo tiempo los manifestantes seguían pidiendo por un aumento de los planes sociales, pero en ese mismo instante Julio veía derrumbarse su esperanza de encontrar un trabajo.

De esta historias existen miles pero o están ocultas o en este aspecto nos pasa lo mismo que en otro montón de cosas: nos acostumbramos. Lo peligroso es que cuando cosas así no nos sorprenden estamos avalando que sucedan. Estos miles de ciudadanos rehenes reclaman en voz baja y por eso desde hace años las autoridades expresaron la voluntad de cambiarlo pero en realidad solo fueron palabras que el viento se llevó y por ahora las calles siguen sin dueño o mejor dicho con un puñado de dueños.