Mirador político

El espejo de Milani

La detención de Milani debería ser otro estímulo para revisar una etapa nefasta de la que los políticos se declaran víctimas, pero en la que tuvieron una responsabilidad directa. Una buena ocasión para mirarse la cara en el espejo.

En un país en el que organismos defensores de los derechos humanos defienden represores, algo no funciona bien. En un país en el que los defensores de los derechos humanos se llenan la boca con la consigna "verdad y justicia", pero ponen a represores a conducir el Ejército, tampoco.

En un país en el que los defensores de los derechos humanos están a sueldo del Estado que teóricamente deberían controlar, menos todavía. En un país en el que si Macri hubiese nombrado a Milani jefe del Ejército, Carlotto y Bonafini hubieran ido al obelisco a gritarle que es "basura" y que es la "dictadura", pero que como lo nombró Cristina Fernández miran para otro lado, además de que algo no funciona bien queda a la vista un nivel de moral pública similar al que sirvió de caldo de cultivo, entre otros factores, a la masacre de los 70. Guste o no, ese país es Argentina.

La detención de César Milani es un espejo en el que la represión de aquellos años se refleja sin deformaciones. Una represión que empezó con el ala derecha del peronismo aplicando a la guerrilla su misma medicina. Después del 24 de marzo del 76 la continuaron los militares y prácticamente nadie lloró por los vencidos. Sin embargo, partir del 83 el grueso de la sociedad se declaró horrorizada por una matanza que alegaba ignorar, aunque había denuncias públicas muy anteriores sobre lo ocurrido. Este diario, por ejemplo, publicó la primera lista de desaparecidos en pleno régimen militar.

La dirigencia peronista actuó en consonancia con la hipocresía social. Primero prometió una amnistía a los represores (Luder), cuando llegó al poder los indultó (Menem) y con los Kirchner los metió presos. Con estos antecedentes no es incomprensible que Cristina Fernández haya promovido a Milani y el bloque de senadores kirchneristas lo haya votado, a pesar de las advertencias de que estaba sospechado de la violación de los derechos humanos por la que ahora está entre rejas.

Hasta el CELS del señor Verbitsky, que inicialmente había dicho amen a su ascenso, pidió frenarlo un día antes de que los peronistas le dieran luz verde en la Cámara alta. Acto seguido los peronistas aprobaron el ascenso de Milani con un argumento insostenible: que hasta ese momento no había sido imputado judicialmente. El Senado debe pronunciarse sobre la conveniencia política de que un militar ocupe la jefatura del Ejército, no sobre su situación penal. Para esto último está el Poder Judicial.

Hace una semana en este espacio se comentó la pretensión de la diputada peronista Nilda Garré de convertir en religión de estado el "relato" kirchnerista sobre los derechos humanos (http://www.laprensa.com.ar/451105-Delito-de-opinion.note.aspx). Esa es la única respuesta que encontraron los K al debilitamiento de esa tergiversación de la historia que tiene como heroína a la señora de Bonafini y que debe su difusión al desinterés de los más y al cinismo de unos cuantos sobre lo realmente sucedido en los 70.

En ese marco la detención de Milani debería ser otro estímulo para revisar una etapa nefasta de la que los políticos se declaran víctimas, pero en la que tuvieron una responsabilidad directa. Una buena ocasión para mirarse la cara en el espejo.