Siete días de política

La política de "no intervención" cada día complica más a Macri

El presidente no usa el poder del Estado para encarrilar la economía y encuadrar a los factores del poder. Cree que la nueva política consiste en tocar timbres y saturar la redes sociales.

El presidente Mauricio Macri llegó a la Casa Rosada con una concepción innovadora de la política que consistía, básicamente, en abandonar las viejas prácticas de liderazgo, tomar contacto directo con la gente y convencer a los ciudadanos de que deben asumir la iniciativa. Una mezcla de conducción "soft", redes sociales y "emprendedorismo".

Esa receta funcionó mucho mejor de lo esperado en campaña y el PRO ganó contra la mayoría de los pronóticos. Pero la campaña terminó y el ejercicio del poder exige cambios. De lo contrario se profundizará la sensación de que el presidente no maneja la situación, la violencia callejera se volverá más peligrosa y la economía tardará en recomponerse porque los inversores seguirán a la espera de que la gobernabilidad esté asegurada.

En pocas palabras, el gobierno no maneja ni la economía ni la política de la manera que es imprescindible que suceda en un país subdesarrollado y con una democracia de baja intensidad como la argentina. Si bien Macri quiere apegarse a las promesas de campaña, de seguir por el actual camino lo que más probablemente logre será potenciar la incertidumbre y el pesimismo que comienza a difundirse en la sociedad.

Sobre lo que pasa con la economía el que dio en el clavo fue el empresario Cristiano Ratazzi. Rodeado de periodistas en el Consejo de las Américas dijo que los hombres de negocios "jamas pensaron que la definición de la política economica iba a quedar en manos de la Justicia". No faltó a la verdad. Si el precio de la energía lo determina la Corte, Macri ¿Sobre qué decide?.

Pero el gobierno no "opera" sobre la Justicia, paralizado por los antecedentes kirchneristas y menemistas. No sólo no influye sobre la Corte; ni siquiera sabe con anticipación lo que piensan sus integrantes. Pierde facultades propias del poder administrador, como la de fijar tarifas, no sólo por la sobreactuación de los jueces sino también por ineptitud propia.

En cuanto a su relación com los empresarios, está paralizado por el recuerdo de Guillermo Moreno, como si la prepotencia fuera la única manera de prevenir los excesos. Décadas de dirigismo y monopolios han hecho que el capitalismo local ignore el mercado. Se volvió prebendario y adquirió una mentalidad zafrera. Quiere maximizar las ganancias en el cortísimo plazo a la espera de la siguiente confiscación estatal.

El gobierno devaluó para hacer más competitivas a las empresas locales y lo que consiguió fue una remarcación salvaje que aumentó de manera destructiva la inflación y hundió el consumo. Ahora los empresarios se enfrentan entre ellos como ocurre con los comerciantes y los bancos a raíz de la tasa de interés de las tarjetas de crédito. Como los primeros no venden, quieren que los segundos compartan sus pérdidas.

En síntesis, si no se los encuadra, los empresarios ni invierten, ni son competitivos, ni contribuyen al mejoramiento de las variables macro. Sólo reclaman u organizan actos en Plaza de Mayo repartiendo fruta para presionar. Pero es responsabilidad del gobierno evitar las pujas distributivas y no dejarse degastar. Tiene herramientas de sobra para hacerlo.

En la esfera política lo orfandad de Macri es aún mayor. En el Congreso logró lo que en otros ámbitos parece imposible: la unidad peronista. Massa junto con el kirchnerismo y Bossio formaron una sólida mayoría antioficialista que destruyó, por ejemplo, el decreto de necesidad y urgencia con que se financia, entre otras obras, el soterramiento del Sarmiento.

Si Macri y María Eugenia Vidal piensan ganar la elección en la provincia de Buenos Aires saturando el conurbano con obra pública, deberían tomar nota de que les costará financiarla porque el peronismo de todo pelaje se los impedirá. La sanción del presupuesto 2017 en el Congreso promete convertirse en una batalla feroz por fondos de la que el gobierno saldrá seguramente trasquilado.

Los piqueteros que cortan autopistas y la campaña de amedrentamiento con agresiones y amenazas al propio presidente son otra muestra del control casi nulo que el gobierno tiene sobre la calle, las fuerzas de seguridad, la justicia y los servicios de inteligencia. Usar a los "servicios" para espiar a los adversarios políticos es inaceptable, pero también lo es desentenderse de su gestión. Entre ambos extremos está el manejo eficaz de ese importante recurso estatal. Y debe ejercerlo el presidente, porque de lo contrario ocurrirá como con el precio de la energía; lo hará otro.