Siete días de política

Aun sin conducción ni unidad, el PJ ya empezó a asediar a Macri

En el Senado impuso su mayoría para aprobar un proyecto que el Presidente prometió vetar. Una vez más, después de una derrota en las urnas, los políticos se encolumnan detrás de los sindicalistas.

Fiel a su historia y a su liturgia, el sindicalismo volvió a asediar rápidamente a un gobierno no peronista. En este caso a cuatro meses de asumir y en pleno ajuste vía devaluación y tarifazo. Lo hizo con el argumento de una ‘crisis ocupacional’, pero según estimaciones de cámaras empresarias, el cálculo más pesimista arroja un total de 120.000 despedidos en los últimos cuatro meses y, el más ‘optimista’, 60.000.

Con 12 millones de trabajadores registrados, la primera hipótesis representa un 1% de desempleo extra. Visto en esos términos no hay una ‘crisis’ que justifique el desafío, pero, rápidos de reflejos, los sindicalistas aprovecharon la primera oportunidad que se les presentó, un poco flaca pero oportunidad al fin, para presionar a Macri con una movilización. No saben si dispondrán de otra chance. Huérfana de liderazgo, estrategia y horizonte, la dirigencia política peronista también se plegó a la ofensiva de un gremialismo que promete la unidad a corto plazo, pero que sigue sin demostrarla. En eso se parece a Macri. Promete, promete, pero los hechos se demoran.

Por ejemplo, Luis Barrionuevo, compañero de ruta del organizador del acto, Hugo Moyano, se negó a participar, alegando que sería aprovechado por el kirchnerismo que tiene baja capacidad de movilización, como quedó demostrado frente a Comodoro Py. ‘‘Sólo falta Boudou’’, chicaneó, pero se quedó corto: apareció Aníbal Fernández.

Hoy Barrionuevo almuerza con Macri. Bastó oír los discursos amnésicos de Yasky y de Caló para entender su toma de distancia. No es tarea del sindicalismo confrontar contra quien tiene el poder del Estado en sus manos. No dispone de las herramientas para hacerlo y, en rigor, la historia de los últimos setenta años demuestra que nunca lo hizo hasta no comprobar que el gobierno de turno había quedado lo suficientemente debilitado. Por eso negoció con todos, civiles y militares, mientras controlaban el poder sin problemas.

En el presente caso, la reacción sindical pareció prematura y fue coordinada con el ala parlamentaria del peronismo. Con su voto por la ley que ‘prohíbe’ despidos, los kirchenristas del Senado abrieron una grieta importante en la gobernabilidad. Le infligieron al oficialismo una derrota apabullante: 48 votos - dos tercios del total del cuerpoa favor de la ley, contra 16 del oficialismo.

Además se hicieron humo algunos radicales como Alfredo Martínez y Juan Carlos Marino, que no estaban en sus bancas a la hora de votar. Si Diputados convierte ahora en ley el proyecto y Macri lo veta, la oposición del Senado puede insistir exitosamente porque tiene los votos necesarios para hacerlo. Quedó probado también que, aunque muy minoritario, el bloque de Cambiemos es caótico.

Es difícil contar con los radicales para proyectos que no sean demagógicos o populistas. Bajo estas condiciones un conflicto de poderes entre el Congreso y el Presidente no debe ser descartado. Tampoco el desaliento a la inversión, si las reglas de juego se cambian repentinamente y el descontrol legislativo se profundiza. Las divisiones en el peronismo parlamentario tampoco funcionan como se esperaba, esto es, a favor del Gobierno. Lo hicieron en la sanción de la ley para salir del ‘default’, pero en el de la ley para prohibir los despidos ocurrió lo contrario.

Los dialoguistas como Miguel Pichetto tuvieron que ceder ante el kirchnerismo intransigente que los corrió por izquierda. La caótica situación de los bloques parlamentarios del Frente para la Victoria es inocultable; tanto el del Senado (donde Pichetto va detrás, no delante de sus compañeros de bancada) como en el de Diputados, donde el hiper ‘K’ Héctor Recalde no da órdenes, sino que las recibe del camporismo.

Dicho sea de paso, a Sergio Massa no se le ocurre nada distinto. Graciela Camaño, Felipe Solá e Ignacio de Mendiguren no están para recibir sus órdenes. Tanta horizontalidad y fragmentación ha convertido al peronismo en un rompecabezas sin plano para armar.

A esta dificultad se suma la casi nula capacidad de maniobra política del presidente Macri. No negocia con los sindicatos, ni con los legisladores peronistas y está confiado en que como dijo Barrionuevo, los ‘mariscales de la derrota’ que se ‘colaron’ en el acto sindical terminen beneficiándolo. Apuesta a que el hartazgo social por el peronismo siga beneficiándolo el año próximo, pero eso no es excusa para el pobre desempeño de sus bloques legislativos, formados por dirigentes que exhiben una resignación muy cercana al fatalismo.