Siete días de política

El balotaje disparó una interna peronista que perjudica a Scioli

El voto castigo masivo contra el gobierno proyecta a Macri como favorito. La presidenta no se hizo cargo de la derrota del candidato que ella eligió y que nunca se apartó del catecismo K.­

El sorpresivo resultado de la elección presidencial tendrá consecuencias de corto y de largo plazo. Las primeras, condicionan la campaña por el balotaje.

La interpretación de lo ocurrido el domingo pasado no admite demasiadas sutilezas. Hubo un extendido voto castigo contra la presidenta Cristina Fernández. Una amplia mayoría del padrón expresó su voluntad de cambio, lo que significó un fiasco para las expectativas de consagración en primera vuelta de Daniel Scioli.

Ese traspié resultado de haberse hecho cargo indiscriminadamente de la herencia de los últimos doce años. El gobernador fue el más obediente discípulo del kirchnerismo, a pesar del repudio de muchos kirchneristas que anunciaron que lo votarían a desgana o “desgarrados”. Pero lo peor no fue la opinión de personajes inexistentes como Horacio González, sino que los votantes entendieron que en caso de llegar a la Casa Rosada se convertiría en un títere en manos de la actual presidenta.

En ese sentido el propio cristinismo labró su desgracia al desacreditarlo con declaraciones como “el candidato es el modelo” o “a mí siempre me va a conducir Cristina”, etcétera. Mauricio Macri no tuvo siquiera que tomarse el trabajo de atacarlo y pudo dedicarse a una campaña teñida del más puro “buenismo”.

Con el gobierno repudiado en las urnas y el candidato oficialista con perspectivas dudosas, el peronismo entró en estado prebélico. Aníbal Fernández, ese Herminio Iglesias del siglo XXI, acusó a sus compañeros de “fuego amigo”, es decir, de haber trabajado para su derrota, hipótesis que, si se tiene presente el feroz corte de boleta en su contra, no parece descabellada.

También tuvo un áspero encuentro, según trascendió, con el jefe de gabinete bonaerense, Alberto Pérez, mientras los “intelectuales” orgánicos K se trenzaban por los medios con el presidente del Banco Provincia, Gustavo Marangoni.

El sciolista Samid opinó que cada cadena nacional de la Presidenta le hacía perder 700.000 votos al candidato.

Los gobernadores peronistas asistieron mudos a ese intercambio. Se reunieron en Tucumán para festejar la asunción del gobernador Juan Manzur, en un clima fúnebre.

El sciolismo anunció un encuentro entre la presidenta y el candidato que nunca se produjo y en su primera aparición pública el jueves pasado la presidenta ni lo respaldó, ni lo atacó. Se limitó a ignorarlo. Según otro trascendido, en un diálogo telefónico le habría dicho que hiciera lo que creyese necesario para ganar. En otras palabras, se desentendió de él; que se arreglase como pudiese.

Pero los hechos desmintieron inmediatamente el trascendido. Scioli había prometido el 82 por ciento para los jubilados en caso de ganar, copiando una propuesta de su competidor Sergio Massa, pero la presidenta lo desautorizó de plano. Dijo que había vetado la ley correspondiente (aprobada con el voto opositor en el Congreso) porque “no le miente” a los argentinos y que después de eso había obtenido un triunfo con el 55 por ciento (sic) de los votos. Fin de la autonomía del candidato. Scioli está por las suyas, porque a la presidenta sólo le interesa reivindicarse.

Después de ella, el diluvio. Ahora el principal problema del candidato es el de la credibilidad de sus promesas de cambio.

Las consecuencias de largo plazo de la elección del domingo están directamente vinculadas con la derrota del peronismo en la provincia de Buenos Aires. Allí el partido todavía oficialista tiene su mayor maquinaria electoral y su mayor “caja” política. El cambio de manos de esa enorme masa de dinero, cargos públicos y poder no puede ser neutra, en especial si se tiene en cuenta que si Macri gana el 22 el PRO pasaría a manejar los presupuestos de la Nación, la ciudad de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires.

¿Qué impacto puede tener ese desfinanciamiento de una fuerza como el peronismo que ha sido históricamente un partido de gobierno, un partido que hizo “política” con la caja del Estado?

A responder esa pregunta apuntan los contactos del macrismo con el tercero en discordia para el balotaje, Sergio Massa. Si Macri quiere asegurar la gobernabilidad en la Nación, debe asegurar primero la de Buenos Aires, algo que requiere como condición previa un acuerdo con el massismo en la legislatura provincial.

Por su parte Massa debe contar con financiamiento para disputar la interna peronista por el liderazgo vacante. Dos necesidades convergentes.­