Mirador político

Dislate y astucia

Probablemente, la Presidenta crea que no importa la endeblez de sus ideaciones, porque un alto porcentaje de la sociedad cree en los complots, porque sus seguidores merecen el alivio de una coartada o, simplemente, porque lo peor es quedarse callado. Como quiera que sea, retomó la iniciativa tirándole el cadáver a sus enemigos o a quienes percibe como tales.

La estrategia de la presidenta Cristina Fernández ante la muerte de Alberto Nisman tiene dos componentes contradictorios: el dislate y la astucia. Parte fundamental del dislate es la hipótesis de una conspiración destituyente. La idea central que deslizó ayer es que le tiraron un cadáver y que se debe investigar si los señores Lagomarsino y Magnetto participaron de la maniobra.

¿Cuál es la conexión entre ambos? Que el hermano de Lagomarsino trabaja como asesor informático de un estudio de abogados que tiene, a su vez, entre los clientes al grupo Clarín. Podría objetarse que aquí el hilo de Ariadna se puso muy finito, pero la Presidenta piensa distinto. Probablemente crea que no importa la endeblez de sus ideaciones, porque un alto porcentaje de la sociedad cree en los complots, porque sus seguidores merecen el alivio de una coartada o, simplemente, porque lo peor es quedarse callado. Como quiera que sea, retomó la iniciativa tirándole el cadáver a sus enemigos o a quienes percibe como tales.

Aunque pueda causar hilaridad, esa reacción está justificada, porque encaja en su sistema ideológico (algún nombre hay que darle) caracterizado por un universo binario dividido entre amigos y enemigos en el que tanto la lógica cuanto los hechos son periféricos. La mentalidad conspirativa es un rasgo típicamente peronista y, como tal, debería ser proclamado parte del patrimonio nacional.

Si bien las encuestas muestran que la credibilidad del Gobierno es muy baja, la contraofensiva de la Presidenta abrió la puerta para que los kirchneristas, hasta entonces perplejos, comenzaran a hablar por los medios. Voluntariamente, se entiende, por qué antes la cúpula del PJ había sido obligada a adherir -con cara de velorio, pero a adherir- a los argumentos bizarros provenientes de Olivos.

La parte astuta de la estrategia presidencial es la reforma del sistema de Inteligencia. Su único objetivo es usar las domesticadas mayorías parlamentarias "K" para designar al próximo jefe de los espías y darle estabilidad, de modo que el Gobierno que suceda al de Cristina Fernández deba cargar con él. En pocas palabras, una salida oportunista, ya que el kirchnerismo aprovechó a su antojo durante once años el turbio sistema de espionaje criollo, sin preocuparse por lo que descubre ahora: que debe ser democratizado.

Otro dato de interés es que la Presidenta quiere que las escuchas futuras queden en manos de Gils Carbó, algo comprensible si se tiene en cuenta el desastre que le causaron las escuchas de los señores D"Elía y Khalil, y el hecho de que la procuradora forma parte del sector de "amigos" en el cada vez más resbaloso terreno de la Justicia.

El oportunismo de la propuesta de reformar los servicios es también genéticamente peronista y recuerda a la tristemente célebre "Comisión Visca". En 1949 el Gobierno de Juan Perón fue acusado de torturar disidentes en las comisarías y la oposición impulsó la creación de una comisión investigadora parlamentaria. Perón aceptó y, apoyado por la mayoría peronista, creó la Comisión Visca, que no investigó ninguna tortura, pero se dedicó -en cambio- a cerrar diarios opositores por decenas. "Old habits, die hard".