Siete días de política

Muerte de Nisman: un impacto directo sobre la Presidenta

La tomó por sorpresa. Reaccionó improvisadamente, con teorías conspirativas y contradicciones flagrantes. Demostró que carece de información, no controla a los espías, ni a la seguridad.

Se creyó, inicialmente, que la muerte de Alberto Nisman podía constituir el disparador de una crisis institucional, pero el diagnóstico era errado. Primero, por la bajísima institucionalidad del país y, segundo, porque la reacción de la Presidenta ante un hecho que la tomó desprevenida representa algo mucho más peligroso: desnuda una crisis de liderazgo en un sistema personalista con rasgos autocráticos, cuyo funcionamiento y estabilidad dependen de la firmeza de la conducción presidencial.

No hubo aprovechamiento de esta falta de conducción porque la oposición carece de cualquier capacidad operativa, pero la desorientación e impotencia del Gobierno fueron inocultables. Pareció a merced de cualquier contingencia. Tiene, además, una bajísima credibilidad y cualquier expectativa de poder que los seguidores de la presidenta Cristina Fernández hubiesen alentado para después del 10 de diciembre quedó hecha añicos. La gobernabilidad no fue afectada, pero el futuro no está escrito todavía.

Desde el hallazgo del cadáver del fiscal, la respuesta de la Presidenta fue errática. Su silencio inicial demostró que carecía de información. Confirmó ese desamparo en su primera carta por Facebook al apoyar la hipótesis del suicidio, para pocas horas después difundir otra carta, apoyando la hipótesis del homicidio.

También muestra de desconcierto fue la patética intervención del secretario de Seguridad, Sergio Berni. Difundió, primero, la idea del suicidio, y después viró junto con la Presidencia hacia el homicidio. Bastó un simple cerrajero para derrumbar el castillo de naipes y el despliegue mediático del secretario. Como dato anexo, cabe señalar que a Berni se lo promovió como a un funcionario hiperjecutivo para combatir la inseguridad y hasta se barajó la idea de llevarlo de candidato a gobernador de Buenos Aires.

Tanto los integrantes del Gabinete como los del oficialismo siguieron perplejos la zigzagueante marcha de su líder. A tono con la primera carta, el bloque de diputados nacionales del FPV se sumó a la idea bizarra de una conspiración mafiosa de espías, fiscales, jueces y medios de comunicación, que habrían obligado a Nisman a presentar la denuncia penal contra CFK y que, después, lo habría eliminado con el solo propósito de perjudicarla.

La segunda carta corrigió parcialmente los problemas de redacción de la primera, pero no el surrealismo de base. Trascendió que habrían colaborado en el emprolijamiento del texto el periodista "k" Horacio Verbitsky y el ex juez de la Corte, Raúl Zaffaroni. Tiene del primero la gimnasia propia de los servicios de "embarrar" la cancha, incluyendo profusamente nombres de personas que no tienen nada que ver con la cuestión y sembrando confusión. En otros tiempos lo llamaban acción psicológica.

Desde el punto de vista institucional, la conducta de la Presidenta tampoco produjo sorpresas. Asumió el papel de comentarista, no dio la cara, no se hizo cargo de la responsabilidad de las fuerzas de seguridad que ella comanda por la muerte de un funcionario al que debían custodiar y, para rematarla, pretendió ubicarse en el papel que más le gusta: el de víctima. Para eso, obviamente, no necesita ningún asesoramiento.

Con la inexistencia de un sola pista confiable sobre la muerte del fiscal, quedaron a la vista los problemas terminales del Gobierno en materia de Inteligencia, producto del pésimo manejo del área. Fue víctima de su maquiavelismo de salón, de mala praxis y de la torpe decisión de generar una interna donde menos debía hacerlo. Dividió con éxito a la CGT, a los piqueteros, a los organismos de derechos humanos y hasta a la dirigencia judía, pero hacer lo mismo con los "servicios" generó la actual catástrofe. Descabezó a la ex Side, además, en momentos en que se está despidiendo del poder.

Ahora el "gran Satán" de los kirchneristas es el señor Stiusso, que hasta hace poco trabajaba para ellos. La desastrosa estrategia de la Presidenta en esta área no puede ser ocultada detrás de la excusa de una conspiración.

Tampoco sirve descalificar a Nisman, decir que su denuncia es insustancial, que fue un incauto engañado por los espías y que su muerte constituye un plan diabólico de los enemigos de la Presidenta, porque toda esa cháchara no alcanza para ocultar lo fundamental: que el Gobierno quedó paralizado y sin reacción. Esto afectará no sólo a la Presidenta, sino también a los candidatos "k" en un año electoral y -muy probablemente- la gobernabilidad.