UNA RECIENTE OBRA DE GRACIELA MATURO CIFRA SUS IDEAS SOBRE LA POESIA

Poetas, místicos y visionarios

En "La poesía. Un pensamiento auroral", la investigadora rescata el ejercicio de poetizar como vía hacia la esfera sobrenatural de la vida. "Los poetas hablan de la eternidad", asegura.

En su último libro publicado, La poesía. Un pensamiento auroral, Graciela Maturo, poeta, investigadora y crítica especializada, condensa las reflexiones de toda una vida sobre la poesía y el destino particular de quienes la ejercen, seres en permanente apertura a otras dimensiones del ser y las cosas.

Para Maturo el poeta es mucho más que un artífice de rimas y metáforas. Su condición, si es practicada con hondura, participa de las funciones del místico, el metafísico, el visionario y, por qué no, del sacerdote. El poeta, a veces sin proponérselo, oficia de heraldo de realidades diferentes de las que perciben la razón lógica y el mundo material.

"Lo sepa o no -subraya Maturo-, (el poeta) se halla siempre tendido hacia la esfera sobrenatural que da sentido y razón de ser a su palabra".

Recuerda la autora que la tradición poética occidental, que se remonta a la antigüedad griega y latina, también había sido una escuela filosófica, y lo fue durante siglos. La ruptura entre el poetizar y el filosofar ocurrió hace no mucho tiempo, por la época de la Ilustración y el racionalismo, y se mantuvo hasta la llegada de Martin Heidegger, el filósofo que, a juicio de Maturo, "reabre las puertas de la filosofía al arte" y "hace una apelación a modos de conocimiento no puramente intelectuales como la percepción, la afectividad, la imaginación, la voluntad, que aparecen fundidos en la intuición creadora".

RAZON POETICA

Por ese camino de confluencias se abrirían paso luego la fenomenología de Edmund Husserl y la "razón poética" de María Zambrano, que es preámbulo de la ""Razón Religiosa, puente de plata hacia la conversión, preparación del advenimiento del Reino".

Esa frase, de obvias resonancias cristianas, refleja el pensamiento íntimo de la autora y su deuda con Zambrano, a quien considera su gran maestra y a quien le dedica el ensayo.

"Los poetas hablan de la eternidad", afirma Maturo como idea fuerza de una obra escrita con estilo claro, ameno y didáctico, y a la que ilustra con abundantes ejemplos de autores a los que conoce bien y viene estudiando hace décadas.

Es el caso, entre muchos otros, de Leopoldo Marechal, a cuyo Descenso y ascenso del alma por la belleza asigna varias páginas porque ve en él la síntesis de una poética: la del "paso por la belleza del mundo para llegar a la Belleza increada o divina". "¿Y qué cosa es la belleza -inquiere más adelante Maturo-, sino el estremecimiento que produce el esplendor de lo sagrado?".

También se detiene en Francisco Luis Bernárdez, "el poeta católico por excelencia de la lengua hispánica moderna" y en el misterioso Jacobo Fijman, amigo y protegido de Marechal, judío converso y poeta místico que tenía visiones de Cristo, y de cuya obra señala Maturo que "se abre a una nueva dimensión de lo real".

El poeta percibe el misterio, se abre a él y lo comunica. Ya se trate de los nombres antes mencionados o de consagrados como Borges, olvidados como Banchs o inesperados como Cortázar, Maturo ve en todos ellos la cifra de la poesía como "emanación de lo eterno", y una sabia manera de reconciliarse con esa "última reserva de lo humano" en un mundo apresado por la tecnología y el materialismo. Su libro tiene el gran mérito de recordarlo con pasión y elegancia.