Siete días de política

El problema no son los buitres sino la falta de conducción

El país llegó al borde de un default innecesario y riesgoso por la mala praxis de Kicillof. Pero fue responsabilidad de la presidenta habilitar esa ineptitud. También lo será el resultado.

Hace más de un mes, el 17 de junio cuando la Corte Suprema de los Estados Unidos ratificó la sentencia Griesa a favor de los "holdouts", el ministro de Economía, Axel Kicillof, aseguró ante la expectativa general: "Quédense todos tranquilos, esto está estudiado en profundidad".

Los hechos, no obstante, demostraron lo contrario. Idas y vueltas, un aumento de la incertidumbre por parte de un gobierno cuya primera obligación era dar información confiable sobre sus intenciones y por último una eventual cesación de pagos que se intentó maquillar como controlada o parcial.

El ministro dijo el viernes que "el 30 de julio no vamos a tener ningún problema". No explicó, sin embargo, cómo conseguirá -si se cae en un nuevo default- el ingreso de los dólares que se consideraba indispensables cuando decidió pagarle a Repsol, al Club de París y al Ciadi. Tampoco de dónde saldrán los dólares para explotar Vaca Muerta.

Para hacer evidente el desinterés del gobierno por el acuerdo con los "buitres" fue enviada a Nueva York una delegación de funcionarios de cuarta línea mientras el ministro repetía una y otra vez su conocida retórica contra los acreedores y contra el juez, retórica que todo lo que consiguió fue empujar al país a la posición de debilidad en la que se encuentra. A una posición que, si el default se produce, golpeará a la ya estancada economía local.

¿Cómo se llegó a esto? Para no explicar lo explicado mil veces, todo podría resumirse a que el gobierno se metió solo en un callejón sin salida. El monto de la deuda en litigio es bajo, pero un error de procedimiento al saldarla podría disparar demandas por decenas de miles de millones de dólares.

También demandas contra los funcionarios. Por eso Kicillof se mantuvo alejado de los "buitres" y envió una delegación "junior" a los tribunales neoyorkinos.

De manera que el problema ya no es tanto la mala praxis, ni la inexperiencia, ni los gruesos errores de cálculo sino la falta de conducción política. No se puede considerar la inacción como una estrategia, ni especular con que la prédica burdamente nacionalista que ha aumentado en los últimos días la imagen positiva de la presidenta justifique una decisión que puede tener un costo astronómico. Que puede activar, por ejemplo, una demanda de los poseedores de bonos que caigan eventualmente en default para cobrar de inmediato toda la deuda.

En síntesis, la presidenta está ante una opción mala y otra pésima. Se avecina la tormenta y cuando se mira al puente de mando se ve al secretario de finanzas, un ignoto señor López.

Es necesario, asimismo, tener presente que Kicillof no acertó una hasta ahora. Desde que se le ocurrió lo del "cepo" cambiario hasta la fecha todos los índices macroeconómicos empeoraron: nivel de actividad, déficit fiscal, desempleo, inflación, etcétera. No había por la tanto ninguna razón para imaginar que resolvería el problema "holdouts". Lo inexplicable es que la presidenta no reaccione cuando ve que todos los problemas se aceleran y que el fin de su mandato está todavía lejano.

A lo que hay que agregar que no sólo en economía ya no hay cómo ocultar los problemas de conducción. En política ocurre otro tanto. El vicepresidente Amado Boudou enfrenta cada vez más problemas judiciales y la presidenta sigue guardando silencio en la creencia de que el problema se arreglará sólo.
Durante la semana que acaba de concluir volvió a mostrar su vulnerabilidad extrema en Tribunales en un juicio por papeles falsos de un auto de su propiedad. Dijo, inconcebiblemente, que la culpa era de los gestores a cargo de la transferencia. A esta altura el vice es un pasivo políticamente tóxico y el peronismo percibe esto cada vez con mayor claridad.

Los precandidatos para el año próximo ya han intentado tomar distancia, pero la decisión de encumbrarlo fue de la presidenta, por lo que su eventual pase a retiro la golpearía como una derrota personal.

Mantenerlo en el cargo es, no obstante, una opción poco realista, razón por la cual en este terreno también se encuentra ante una alternativa mala y otra pésima. La pérdida de liderazgo es consecuencia de la pérdida de poder y la retroalimenta. Un proceso tan riesgoso para la política como caer en cesación de pagos lo es para la economía.