Siete días de política

Aunque resucitó a Moyano, la huelga no debilitó al gobierno

Paralizó al país y fortaleció al sindicalismo anti "K", pero no fue aprovechada políticamente por la oposición. Su impacto puede atribuirse tanto a los piquetes como al duro ajuste económico.

El ajuste tuvo su primer costo político con el paro general de la CGT opositora que congeló al país. Hubo polémica acerca de si el alto acatamiento era producto de la falta de transporte y de los piquetes o del hartazgo social, pero lo cierto es que muy pocos trabajadores se esforzaron por llegar al lugar donde desarrollaban sus tareas. Los empresarios apoyaron el paro en silencio. Por eso el gobierno le quitó los subisidios de ese día (50 millones de pesos) a las empresas de transporte, decisión de otra manera incomprensible, porque la medida la tomaron los choferes, no la patronal.

La inflación, la pérdida de poder adquisitivo de salarios y jubilaciones, la caída de la actividad y, en especial, la contumacia de un gobierno que se niega a rectificar las políticas que llevaron a la presente situación generan malhumor y deconfianza en el futuro. Cuando vuelvan a generar temor a un colapso inminente la presidenta deberá nuevamente preocuparse por llegar incólume al final de su mandato. Pero ese no es el caso por ahora, porque la "pax cambiaria" que logró gracias a un programa monetario ortodoxo le asegura calma en las calles.

De allí que la medida de fuerza funcionó como termómetro de la situación, pero no como remedio. No habrá cambios para favorecer a los asalariados. La inflación seguirá comiéndose sus ingresos, la fortísima presión fiscal también se mantendrá y nadie le sacará un centavo a un estado que decidió que el ajuste lo hagan los demás. Nada cambiará porque el gobierno está aislado y sufre el desgaste de las políticas antipopulares, pero todavía no apareció un líder opositor que pueda condicionarlo. Menos todavía puede hacerlo el sindicalismo a fuerza de paros generales que son un arma tan primitiva como limitada.

La presidenta aceptó hacer el ajuste y tomar medidas exactamente opuestas al populismo de los últimos años porque su principal preocupación hoy es conseguir financiamiento. Dólares frescos que le permitan llegar a diciembre de 2015 sin que desaparezcan las reservas y se generalice el caos. Para eso mandó a Axel Kicillof nada menos que al Fondo Monetario Internacional. Pero lo interesante no fue lo que dijo el ministro en ese "antro" -al que seguramente en sus años de dirigente estudiantil nunca soñó que se vería obligado a ingresar-, sino lo que hizo previamente.

En el Fondo lo esperaban con una piedra en cada mano. Mejor dicho con un informe lapidario sobre el estado de la economía. Comparaba la Argentina con Venezuela y destacaban la incertidumbre sobre el futuro. Y todo esto a pesar de que el ministro había hecho los "deberes": devaluó el 25% en febrero, subió las tasas de interés al 29% y hasta inauguró un nuevo índice de inflación.

¿Qúe le faltó? En el FMI y el BM antes de soltar un dólar esperan aprovechar la desesperación de la administración kirchnerista y reclaman una baja de la inflación que calculan en un 35/40%. También quieren que el gasto deje de crecer al 45% y no aceptan que el Banco Central gire 80 mil millones de pesos este año al Tesoro en concepto de utilidades. Pronostican que la débil situación fiscal y la fuerte emisión que se requiere para que el Estado no entre en "default" seguirán presionando el nivel de actividad a la baja.

Este es el marco en el que se desarrolló la protesta de la CGT opositora. Una protesta de la que se mantuvieron alejados los principales candidatos presidenciales de 2015.

Más allá de las exigencias de los organismos multilaterales de crédito para financiar el último tramo de la presidencia de Cristina Fernández, al ministro Kicillof le queda pendiente una tarea compleja para reactivar la economía.

Eso sólo podrá hacerlo si levanta el cepo, medida que requiere restringir la emisión para evitar que una corrida contra el peso termine por debilita aún más las reservas. Esa es la política que nadie quiere hacer, pero que se vuelve inevitable.

Con menos pesos y más dólares conseguido en los organismos multilaterales, la brecha cambiaria se achicaría y el levntamiento de cepo no provocaría una catástrofe, sino el efecto benéfico de alentar el ingreso de dólares para que la economía retome el camino de crecimiento. Porque hay algo que los impulsores del modelo "nac & pop" parecen haber comoprobado: la economía argentina no funciona sin dólares. Y no hay batalla cultural que lo remedie.