Entrevista al historiador italiano Di Mattei a 50 años del Concilio

La Iglesia dejó su vestidura dogmática y causó confusión

"En los veinte concilios ecuménicos precedentes, la forma era siempre dogmática y normativa, sin que esto excluyese la dimensión pastoral", recuerda Di Mattei, autor del libro El Concilio Vaticano II, una historia jamás contada.

Cuando el 25 de enero de 1959 Juan XXIII anunció la convocatoria de un Concilio Ecuménico aclaró que tendría un carácter pastoral, y esto lo confirmó en su discurso de apertura, el 11 de octubre de 1962, hecho del que mañana se cumplen 50 años. Para el profesor italiano Roberto Di Mattei, "se trataba de una característica sorprendente".
 
"En los veinte concilios ecuménicos precedentes, la forma era siempre dogmática y normativa, sin que esto excluyese la dimensión pastoral", recuerda Di Mattei, autor del libro El Concilio Vaticano II, una historia jamás contada (Lindau, Turín, 2010), en un diálogo por correo electrónico con La Prensa.
 
"En el Vaticano II -dice- la dimensión pastoral, accidental y secundaria por sí misma respecto de la doctrinal, se convirtió en prioritaria, provocando una revolución en el lenguaje y en la mentalidad. La Iglesia se despojó de su vestidura dogmática para ponerse un nuevo hábito pastoral y exhortativo, no obligatorio ni definitivo. Pero eso significó una transformación cultural más profunda de lo que se pueda imaginar".
 
Di Mattei es profesor de Historia de la Iglesia y del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, director de las revistas Raíces Cristianas y Nueva Historia, y colaborador del Pontificio Comité de Ciencias Históricas.
 
- ¿Por qué consideró que la historia del Concilio debía ser reescrita o completada?
 
- Porque ha llegado la hora de historiar el Vaticano II, que no es un dogma, sino un acontecimiento histórico que, a diferencia de Trento y del Vaticano I, no ha sido un concilio dogmático. De hecho el Vaticano II ha sido un concilio pastoral que no se ha propuesto elaborar nuevos dogmas, sino un lenguaje nuevo con el que hablar al mundo.
 
DOS MINORIAS
 
- Usted analizó el contexto histórico. ¿Qué corrientes de pensamiento prevalecieron en el Concilio?
 
- Si nos limitásemos a una historia "oficial del Concilio", basada en los resultados de las votaciones, deberíamos negar la existencia de una lucha interna en el Concilio entre facciones opuestas, visto que los documentos conciliares fueron todos aprobados por una aplastante mayoría. En realidad, ningún Concilio conoció más tensiones y conflictos entre grupos contrapuestos que el Vaticano II. Los historiadores, sin negar esta evidencia, la circunscriben al enfrentamiento entre una "mayoría" progresista y una "minoría" conservadora, destinada a ser derrotada. En realidad, el desencuentro advino entre dos minorías que, en el año 1963, el teólogo de Lovaina Gerard Philips describía como dos "tendencias" contrapuestas de la filosofía y la teología del siglo veinte: una más preocupada por ser fiel a los enunciados tradicionales; otra más atenta a la difusión del mensaje al hombre contemporáneo. Sin embargo, la primera "tendencia" era la posición oficial del Magisterio de la Iglesia, ratificada siempre hasta el pontificado de Pío XII; la segunda era heterodoxa y había sido repetidamente censurada y condenada por el mismo Magisterio eclesiástico.
 
- ¿Cómo se explica el surgimiento de ese sector reformista? ¿Cuál fue su gravitación?
 
- Yo no lo llamaría sector reformista, sino "revolucionario", porque muchas de las ideas que se difundieron en el Concilio, si bien no todas fueron realizadas, tenían un carácter revolucionario, en cuanto contradecían abiertamente la doctrina tradicional de la Iglesia. Basta pensar en la negación del carácter monárquico de la Iglesia, luego corregida por la Nota praevia de Pablo VI en noviembre de 1964. Por lo demás, los ásperos ataques al mismo Pablo VI, cuando el 25 de julio de 1968 promulgó la Encíclica Humanae Vitae, tenían su raíz en las intervenciones de los Padres conciliares en el aula, como el cardenal belga Leo Jozef Suenens.
 
EL ARBOL Y LOS FRUTOS
 
- Usted separa las buenas intenciones que pudo haber tenido Juan XXIII de los resultados del Concilio.
 
- Para Juan XXIII la tarea principal del Concilio era la de custodiar el Magisterio de la Iglesia y enseñarlo "de la manera más eficaz". El Concilio se había convocado no para condenar errores o formular nuevos dogmas, sino para proponer, con lenguaje adaptado a los nuevos tiempos, la perenne enseñanza de la Iglesia. Se trata de un punto central. Juan XXIII no pretendía realizar una Revolución en el interior de la Iglesia. Su temperamento era dado a un optimismo que tenía por predisposición psicológica, más que por una razón ideológica. Su idea era la "adaptación" ("aggiornamento"). ƒl pensaba que el Concilio se podría realizar en poco tiempo, llegando a aprobar, tal vez por aclamación, pocos documentos. En julio de 1962 recibió en audiencia a monseñor Pericle Felici, quien le presentó los esquemas conciliares revisados y aprobados. "El Concilio está hecho - exclamó con entusiasmo el papa Roncalli-, en Navidad podemos concluir". Sin embargo, el Concilio no duró tres meses, sino tres años, y los resultados fueron muy distintos a las expectativas.
 
- ¿Esto es producto del Concilio mismo o de la época posconciliar?
 
- El árbol será reconocido por sus frutos, como dice nuestro mismo Señor en el Evangelio (Mt 7, 17-20). Hoy, los monasterios son abandonados, las vocaciones religiosas se desploman, la frecuencia a la misa y a los sacramentos ha caído en picada; las librerías, las casas editoras, los periódicos y las universidades católicas defienden errores a manos llenas; el catecismo ortodoxo ya no se enseña más; los párrocos e incluso los obispos se rebelan contra el Santo Padre; los fieles católicos de todo el mundo están sumidos en una confusión religiosa y moral y el mismo Benedicto XVI, durante la homilía de Pentecostés, ha hablado de la "Babel" en la que vivimos.
 
- ¿Son todos resultados atribuibles al Concilio?
 
- Si todo esto no tiene sus causas en un cierto "espíritu del Concilio", que ha invadido la Iglesia católica en los últimos cincuenta años, ¿de dónde procede? Y si estos son los malos frutos, no del Concilio, sino de su errada interpretación, ¿cuáles son los buenos frutos de la justa interpretación del Concilio? No quiero negar la existencia de tantas cosas buenas en la Iglesia contemporánea. Más bien estoy convencido de que, con la ayuda de la Gracia, se ven ya los gérmenes de un renacer. Pero estos frutos buenos y santos ¿tienen su raíz en el espíritu del Concilio o en la Tradición, que todavía hoy continúa deslizándose por las fibras del cuerpo místico de Cristo?