Siete días de política
La curiosa estrategia "K" de rechazar el aparato peronista
La presidenta confía en un selecto grupo de colaboradores y sabotea la mayor "máquina" electoral del país. Cree que la gente la votará a ella y que hay intendentes "impresentables".
La nota dominante del año electoral es la incertidumbre. A ocho meses de la votación general y seis de las internas abiertas la candidata que mejor mide, Cristina Fernández, está en conflicto con el partido peronista que controla la mayor maquinaria electoral del país y es una herramienta poderosa para llegar a la Casa Rosada.
A esto hay que agregar una gestión dirigida a no atacar los problemas de fondo -inflación, inseguridad, paros salvajes- y a preservar el "statu quo". En otros términos, "hacer la plancha" y esperar que los problemas cotidianos no se le "peguen".
Ya se trate de un choque de trenes o de represión policial los cañones del kirchnerismo se descargan sobre Daniel Scioli y si hay paro docente o inundaciones se espera que la erosión la padezca Mauricio Macri.
Esa extraña convicción explica que ante el paro ferroviario por la detención del secretario de la UF José Pedraza a causa del asesinato de un militante trotskista, el gobierno se haya limitado a actuar de comentarista criticando la medida de fuerza y no haya, en cambio, aplicado la sanción lógica al sindicato que estaba bajo el régimen de conciliación obligatoria.
Si bien el gremialista preso no obtuvo la solidaridad de la CGT -Hugo Moyano directamente se lavó las manos-, el gobierno optó por no escalar el conflicto aunque medio millón de potenciales votantes quedaron a pie o viajaron en condiciones penosas por el "apriete" gremial.
Las encuestas menos generosas le dan a la presidenta un piso del 28 y 29% de intención de voto. Las independientes, alrededor del 33. Esas mediciones están lejos de ser definitivas, por tempranas y porque todavía no hay competidores firmes, pero alientan los planes reeleccionistas. Nada asegura, sin embargo, que la jefa de Estado esté en condiciones de triunfar en la primera vuelta y, menos aún, en una hipotética segunda.
Entre otras razones porque la estabilidad es precaria y la opinión pública suele girar violentamente. En noviembre la presidenta superaba los 40 puntos de intención de voto para los mismos consultores que hoy la tienen en 30.
Los escándalos sucesivos (procesamiento del recaudador de su campaña, prisión efímera de Gerónimo Venegas, Parque Indoamericano, etcétera) tuvieron un efecto limitado, pero la declinación es un hecho.
En palacio creen, no obstante, que con una exposición pública reiterada en actos oficiales y otras ocasiones festivas alcanza para revertir el desgaste. Que también por ese camino estará en condiciones de imponerse en octubre sin más ayuda que su imagen de "presidenta coraje" y el pedido de ayuda a los votantes, "porque sola no puedo".
Esta convicción es consustancial con otra no menos riesgosa: el repudio del "aparato" peronista, en especial del bonaerense. En otros tiempos la presidenta rechazaba el "pejotismo". Hoy considera que llegó el momento de arrinconarlo con proyectos como el de la "colectora" sabattellista que pone en riesgo el poder real de los caciques del conurbano y del gobernador de su propio signo político.
A esta curiosa decisión de debilitar al peronismo hay que atribuir, además, el proyecto de culto personal a su marido quien, paradójicamente, apenas llegó al poder selló un pacto con lo más rancio del aparato partidario en un ejercicio de pragmatismo genéticamente peronista. El kirchnerismo pretende convertirse en el sucesor del peronismo, para lo que desde la Casa Rosada se aplica esfuerzo y dinero en la construcción del mito "nestorista" a fuerza de propaganda oficial.
En ese marco debe asimismo interpretarse la decisión de permitir a los gobernadores que desdoblen las elecciones. Aunque esa táctica no se aplicará en la decisiva provincia de Buenos Aires, el mensaje oficial es claro: a la presidenta le alcanza con su imagen para juntar votos en todo el país; no le hacen falta punteros.
Se ignora cuál será el resultado final de esta estrategia, pero ya hay indicios.
Aunque es un fenómeno incipiente, las encuestas muestran que su primer efecto es favorecer a Mauricio Macri, convirtiéndolo en el principal adversario del gobierno.
Con Scioli fuera de la batalla, el ex presidente de Boca crece con cada ataque del aparato gubernamental. Al mismo tiempo el encapsulamiento "K" está empujando a la dirigencia peronista a los brazos de Macri y hasta dirigentes como Francisco de Narváez, que coqueteó con el gobierno parece cerca de recrear la alianza que le permitió en 2009 derrotar a Néstor en el principal distrito del país.