POR WALTER MOLANO *
Adelantemos un mes, hasta el 15 de octubre, o tal vez un poco más. Estaremos sentados en nuestros escritorios cuando, a las 8.30, las terminales de Bloomberg vuelven a crujir y anuncian que los precios al consumidor en Estados Unidos subieron 1,2% mensual, con lo que establecen una trayectoria hacia la inflación de dos dígitos.
De repente el mercado del Tesoro se hunde y dispara potentes ondas de choque en toda clase de activos.
Hasta hace poco era ridícula semejante hipótesis. La mayoría de los analistas, incluso yo mismo, pedíamos deflación, no inflación. El desequilibrio entre oferta y demanda dicta los cambios en los precios al consumidor. Como los consumidores están replegando y reduciendo la demanda, suponíamos que los precios iban a caer.
De hecho, eso fue lo que pasó en gran parte del año pasado. Sin embargo, los productores no se quedaron inactivos. También respondieron a las reverberaciones que sacudían el globo. Uno de los héroes de la restricción crediticia fue el sector privado. Los líderes empresarios inmediatamente eliminaron producción, empleo e inventarios. Empresas como Caterpillar despidieron 22.000 trabajadores a fines de enero. Los fabricantes de autos paralizaron sus plantas durante casi dos meses. En ese tiempo el sector privado agotó los inventarios hasta niveles mínimos. En algún momento de fines de febrero, la producción industrial japonesa retrocedió un 38% interanual.
El mundo empresario se aprestaba para otra Gran Depresión. Sin embargo, el grado sin precedentes de estímulo fiscal y monetario de los gobiernos en todo el mundo indicaba que el consumo no iba a desplomarse, y ahora el sector privado se sienta en la posición envidiable de no contar con suficiente oferta para atender los niveles crecientes de demanda. La consecuencia sería un latigazo inflacionario que dejaría mal parados a los titulares de los bancos centrales.
SUBE LA DEMANDA
Una confluencia de indicadores económicos demuestra que la demanda de los consumidores está subiendo. Los pedidos de hipotecas, las puestas en obras y las importaciones indican que la economía dobló la esquina a comienzos del tercer trimestre. Por otra parte, la admirable suba en los precios de valores y títulos hace que muchos inversores y consumidores minoristas sientan que el tren se fue sin ellos de la estación. El Dow Jones creció 46% desde su mínimo de marzo. Los precios de muchos títulos empresarios subieron más incluso. Después de un año de acumular efectivo, el dinero empieza a quemar los bolsillos de la gente.
Al mismo tiempo el sector privado sigue replegándose, despide trabajadores y consume inventarios, en lo que resulta una receta para el desastre. Los precios al consumidor son débiles, pero la suba inflacionaria será cualquier cosa menos suave. La velocidad con la que mejora la demanda y se contrae la oferta desatará pronto un auge explosivo en los precios al consumo. Es evidente a partir de los cambios en los precios del oro que el mercado se apresta para esa situación.
Lamentablemente, los políticos no están preparados. El mensaje general es que la política monetaria seguirá siendo laxa durante mucho tiempo. En algunos casos, como en el de la Reserva Federal (Fed), los gobernantes afirman que las tasas seguirán bajas durante varios años. Es verdad que se están levantando algunos de los paquetes de ayuda financiera. El Departamento de Tesoro elimina lentamente parte de los programas de ayuda, pero si no lo hiciera habría desatado más irritación política por las ganancias extraordinarias que cosechó Wall Street. La triste verdad es que la política monetaria sigue siendo muy laxa.
Lo único que podemos decir a favor de la Fed es que tal vez por eso el presidente Obama decidió designar a Ben Bernanke para un segundo mandato al frente de la Fed cinco meses del plazo. Como se anticipaba que antes de fin de año habrá un súbito cambio en la política monetaria, puede que el presidente haya decidido sacar del camino la designación antes de quedar como el aguafiestas que dejó sin bebidas a los invitados.
Del otro lado, el inminente auge inflacionario y la falta de preparación de los bancos centrales en el mundo, refirma que a los gobernantes no se les paga para anticipar cambios en el ciclo económico. Así como el derrumbe del sistema financiero sorprendió a la mayoría, el próximo repunte inflacionario será igual de confuso.
Ojalá que esta vez la respuesta sea la correcta. No se les paga a los políticos para que anticipen desastres. Su trabajo consiste en afrontar los accidentes una vez que ocurren.
* Economista de BCP Securities.