RAZON Y FE

Prédicas de Adviento

Como desde hace veintiocho años, el padre Raniero Cantalamessa, fraile franciscano capuchino, ofreció en el Vaticano la tradicional prédica de Adviento ante el santo padre Benedicto XVI, cardenales, arzobispos y obispos, secretarios de las congregaciones vaticanas, prelados de la Curia romana y del vicariato de Roma, superiores generales y procuradores de las órdenes religiosas.

El lugar elegido fue la Capilla Redemptoris Mater, uno de los espacios litúrgicos de los palacios vaticanos al servicio de la liturgia papal. Es un amplio salón, cerca de las salas donde el Papa suele realizar las audiencias colectivas. Antiguamente llevaba el nombre de Capilla Matilde; pero fue modificado en 1987, durante el Pontificado de Juan Pablo II, por el de Redemptoris Mater con motivo del Año mariano, realizando también algunas reformas y enriqueciéndolo con varios vitrales artísticos.

Cantalamessa, de 74 años, es el predicador de la Casa Pontificia, aquella estructura de personas elegidas para formar parte del entorno del Papa en el Vaticano que organizan las actividades tanto religiosas, civiles y de ceremonial. Es decir, el encargado de hablar en retiros espirituales y otras ocasiones para los miembros de la Santa Sede.

El título y el oficio de Predicador de la Casa Pontificia o Apostólico se remontan al papado de Pablo IV (1555-1559). Fue el sumo pontífice Benedicto XIV en 1743, quien reservó exclusivamente este cargo a la Orden de Hermanos Menores Capuchinos, hasta esa fecha la misión era compartida por los Dominicos, los Ermitaños de San Agustín y Carmelitas.

Este año, en el corazón del Año Paulino, el fraile franciscano -ordenado sacerdote en 1958, doctor en Teología y en Literatura y profesor de Historia- propuso una reflexión sobre el papel que ocupa Cristo en el pensamiento y en la vida del apóstol de las gentes, para renovar el esfuerzo por poner a Cristo en el centro de la teología de la Iglesia y de la vida espiritual de los creyentes.

Al respecto, entre otros conceptos, expresó que la conversión de San Pablo fue "sobre todo un cambio de mente, de pensamiento, literalmente una metanoia", una palabra griega para hacer referencia a ese cambio de mente y que los teólogos católicos la suelen relacionar con el arrepentimiento y una transformación profunda. En los comienzos del cristianismo se solía enseñar que sólo aquellos que experimentasen una metanoia podían encontrar verdaderamente a Cristo y sus enseñanzas.

""Pablo había creído hasta entonces -explicó Cantalamessa- poderse salvar y ser justo ante Dios mediante la observancia escrupulosa de la ley y de las tradiciones de sus padres. Ahora entiende que la salvación se obtiene de otro modo. "Quiero ser hallado, dice, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe".

Al respecto ejemplificó: "Un hombre camina de noche en un bosque cerrado a la pequeña luz de una vela, poniendo atención a que no se apague; caminando, llega el alba, surge el sol, la pequeña luz de la vela palidece, hasta que no le sirve más y la tira. La lucecita vacilante era su propia justicia. Un día, en la vida de Pablo, salió el sol de la justicia, Cristo el Señor, y desde aquel momento no ha querido otra luz que la suya".

"El cristianismo -concluyó- es la religión de la gracia. Hay lugar para los deberes y para la observancia de los mandamientos, pero después, como respuesta a la gracia, no como su causa o su precio. Uno no se salva por sus buenas obras, aunque no se salvará sin sus buenas obras".