`El astillero' de Onetti, en el cine es una metáfora americana

Nuestra vieja decepción

`El astillero' Argentina 1999. Dirección: David Lipszyc. Guión y adaptación: Ricardo Piglia y David Lipszyc, sobre la novela homónima de Juan Carlos Onetti. Fotografía: Guillermo Behnisch. Escenografía y vestuario: Pepe Uría. Música: Chango Spasiuk. Actores: Ricardo Bartis, Mia Maestro, Ingrid Pelicori, Luis Machin, Alfredo Ramos, Cristina Banegas, Norman Briski y Ulises Dumont. Presenta: DCA. Duración: 88 minutos. Calificación: Para mayores de 16 años.

Esta es la segunda vez que una novela de Onetti es adaptada para el cine. La anterior fue `El infierno tan temido' (1980), dirigida por Raúl de la Torre. En este caso fue el escritor Ricardo Piglia (`Plata quemada') y el mismo director, quienes se encargaron de adaptar `El astillero', una de las novelas más difundidas de Juan Carlos Onetti. La novela fue publicada en los 60 por el escritor uruguayo y en ella a través del desguace de ese astillero, que está anclado en ese pequeño pueblo de Santa María, Onetti refleja la vida de tres de sus protagonistas, haciendo principal hincapié en Larsen, o `Juntacadáveres', como se lo llamaba en el lugar, porque convocaba a mujeres delgadas y débiles y las hacía trabajar en un prostíbulo. De algún modo esos hierros oxidados, ese clima de misterio y decadencia que se va acentuando con el tiempo, representa la vida de sus personajes. `El astillero' es una metáfora de las costas rioplatenses, que se extiende a toda América latina, en su devenir político y social. La trama también incluye una intriga policial, porque nunca queda claro el por qué de la vuelta de Larsen, el protagonista, al pueblo de Santa María. Sí es cierto que en su regreso Larsen intentará acercarse al hombre más poderoso del lugar, Jeremías Petrus, y lo hace a través de la seducción que ejerce sobre una de sus hijas y ayudado por una vieja amante suya, Josefina, sirvienta de los Petrus. El ex dueño de ese viejo astillero desmantelado, sueña con volver a los años de esplendor y confía en Larsen, pero éste lentamente va descubriendo los extraños y sucios negocios del empresario. En ese marco de intrigas, traiciones, locura y sometimientos se desarrolla la historia, que en su adaptación cinematográfica perdió los contrastes que a la novela le otorgaban los habitantes de ese pequeño pueblo, en definitiva los únicos testigos de la decadencia de los principales protagonistas de la trama. CON POCOS CONTRASTES Piglia y Lipszyc prefirieron ceñirse a un entorno totalmente despojado, casi sin contrastes y centrar la acción en los personajes principales a los que dotaron de un extraño magnetismo. En ese entramado de relaciones unos se ajustan más que otros, a ese desgarro existencial que parece ceñir a las criaturas onettianas. Desde esa visión es logrado el trabajo de Ricardo Bartis, su Larsen es la síntesis de un hombre quebrado en su propio orgullo y soberbia. Mientras que Cristina Banegas es quien más parece ajustarse a la idea de una heroína onettiana, en su mezcla de sirvienta, amante y espía de los secretos de los Petrus. Cierta morosidad en la narracción cinematográfica no empaña las acertadas ambientaciones y el vestuario de Pepe Uría. Lo mismo ocurre con esos climas sórdidos y de atmósferas pesadillescas que tan bien transmite la fotografía de Guillermo Behnisch. J. C. F.