Se cumple un año de la tragedia de LAPA en el Aeroparque

La vida tras una pesadilla de fuego

Marité Hereñú ocupaba el asiento 14 A del vuelo 3142 de LAPA, que debió haber cubierto -hace un año- el trayecto Buenos Aires-Córdoba. Sobrevivió a la tragedia. Espera que su calvario redunde en mayor seguridad para los pasajeros.

Un año se cumple hoy del más grave accidente aéreo que los porteños tengan memoria: el Boeing 737-200 de la empresa LAPA -que debía cubrir el servicio del vuelo 3142- intentó despegar a las 20.55 del Aeroparque Jorge Newbery, pero por una falla humana y una cadena de supuestas negligencias de la empresa aérea, la nave no logró levantar vuelo y sólo detuvo su veloz carrera contra el talud de un campo de golf. El saldo final fue de 67 muertos y decenas de heridos. A casi 300 kilómetros por hora, el avión traspasó las rejas perimetrales del Aeroparque, atropelló el refugio de una parada de colectivos, chocó al menos con tres autos al cruzar la avenida Costanera y colisionó contra un montículo de tierra cercano al río. Después de los 40 segundos interminables que se prolongó el corretaje, y cuando la nave se detuvo envuelta en fuego, para algunos pasajeros recién comenzaba la verdadera tragedia. Ese fue le caso de Marité Hereñú, de 38 años, una de las sobrevivientes, quien comentó a La Prensa cómo vivió el fatal accidente y las consecuencias que, de por vida, quedaron selladas en su mente y en su cuerpo. "Había ido temprano al aeropuerto y estaba empezando a escribir un informe para mi trabajo -en el Ministerio de Producción y Desarrollo de Córdoba- cuando embarcamos. Subimos al avión a las 20.30 y me senté en el asiento 14 A, del lado de la ventanilla, a la altura del ala, del lado izquierdo", comenta Hereñú en las instalaciones del hospital Alemán, donde a un año del accidente continúa su tratamiento de recuperación. "Esperamos unos minutos hasta que el avión tomó velocidad e intentó levantar vuelo, pero no lo logró. Las ruedas tocaron de nuevo la pista -recuerda Marité- y se escuchó un golpe contra el asfalto. Entonces pensé que esto no era normal, miré por la ventanilla y vi que de la turbina salía una gran cascada de crucecitas de fuego amarillas". CHALLENGER En ese momento tomó conciencia de que era coprotagonista de una catástrofe. "Mientras el avión avanzaba incendiándose, recordé el accidente del transbordador Challenger, cuando explotó en un vuelo donde viajaba una maestra. También llegó a mi mente el regreso de las vacaciones con mi hermana, desde Venezuela. Ese día, cuando estábamos aterrizando en el Aeropuerto Ezeiza, se desató una tormenta y los rayos caían alternativamente a los costados del ala. Todo esto lo pensé en menos de un segundo". Entre esos recuerdos realizó un cálculo de probabilidades, y decidió que no había muchas posibilidades de quedar viva. Entonces comenzó a rezar y a decir: "Dios mío, ésta es mi hora, aquí estoy". "Después no tengo otro recuerdo, ni el ruido del choque. Vuelvo a tener memoria de lo que pasa cuando el avión ya dejó de avanzar y veo una mano que me cruza, que es la de mi compañero de asiento, que se tiraba por un hueco que había al lado mío". Cuando ese pasajero saltó, Hereñú tomó conciencia de que también ella podía tirarse: "Ví que había mucha altura hasta el pasto, y recordé que un amigo paracaidista nos había enseñado que cuando caes desde mucha altura sin paracaídas tenés que ponerte en posición fetal, porque así no se quiebra la columna". Cuando cayó, rebotó. Luego comprobó que no se había quebrado nada, ni siquiera los tacos altos de las botas que tenía puestas. Pero cuando decidió incorporarse, el combustible encendido del ala se derramó sobre su cuerpo. BOLA DE FUEGO Comenzó a incendiase su pelo. Intentó apagarlo con las manos, pero como el fuego fue provocado por combustible, las llamas pronto alcanzaron sus extremidades superiores, que trató de sofocar con sus ropas y las piernas. Desde el cuero cabelludo, el fuego continuó avanzando y pronto prendió en los brazos y la espalda. Vio como se quemaban su pollera, las medias de nylon y las botas. Era una bola de fuego. Pensó en quitarse el saco, pero sus manos no le respondían. En ese instante se percató de que el avión iba a explotar y se lanzó en una carrera desesperada hacia la entrada del golf de Pu